La ley es la ley ¿O ya no corruptos?
Cuántas veces en los últimos 40 años escuchamos la frase “la ley es la ley y hay que aplicarla”. Cuantas veces esta afirmación sirvió para que los corruptos que han estado en el poder la utilizaran de excusa para perseguir, cooptar, encarcelar o hasta masacrar ciudadanos que les eran incómodos a sus intereses e incluso que les eran indiferentes.
Cuantas veces la frase era olvidada o ignorada si se trataba de abrir o continuar un proceso jurídico en contra de alguno de estos corruptos, sus familiares, sus amigos y sus recomendados. El precepto de la ley era utilizado a discreción de quienes eran cercanos a los poderosos, e incluso hoy esto sigue sucediendo en varias latitudes del país, donde no se ha entendido que las cosas están cambiando y tienen que terminar por hacerlo en forma generalizada.
La ley son las reglas que hace posible que se cumpla un contrato social. Son las normas que establecen la normalidad de la vida de los ciudadanos. Sin embargo, la normalidad ha sido tradicionalmente lo anormal. Se normalizó hasta la violencia, que no por ser anormal dejaba de ser justificada por las leyes interpretadas a modo.
Hoy la aplicación de la ley, esa que para los panistas, priistas y perredistas debería aplicarse a como diera lugar sobre sus adversarios, es motivo de protestas, chillidos, declaraciones estridentes, berrinches mediáticos de alto impacto, denuncias públicas de persecución política y desfiguros similares, todos infiriendo sin pruebas que hoy se actúa contra ellos como ellos lo hacían contra otros en el pasado, pero esto no lo dicen.
Los arrebatos más estridentes los habíamos visto con el presidente del PRI, Alito Moreno, quien exhibido por su incuestionable corrupción descarada, ha sido motivo de varias denuncias penales que lo van a tener al borde de la cárcel en poco tiempo, mientras él se retuerce como infectado de rabia desde las tribunas a las que tiene acceso.
Pero nada iguala al histrionismo panista, que en un desplante colectivo de actuación dramática, combinado con una fuerte dosis de terror, al ver que sus prácticas de corrupción hoy sí pueden dar con sus huesos en la cárcel, han montado un gran escándalo a partir de los procesos que la Fiscalía de la Ciudad de México inició contra algunos de sus miembros locales más representativos, por el nivel de corrupción en el que se han desenvuelto como integrantes de la célula delincuencial inmobiliaria que es parte del Cártel del PAN.
Estos angelitos azules, coludidos con constructoras y desarrolladores inmobiliarios en las alcaldías capitalinas que han mal gobernado, se dedicaron durante años a defraudar a cientos de familias que adquirían una vivienda, cobrando sobreprecios, autorizando ilegalmente pisos adicionales en edificios, recibiendo a cambio moches millonarios y departamentos en los inmuebles construidos, e inundando las calles de esas alcaldías con construcciones desmesuradas fuera de la ley, que hacen imposible el estacionamiento, el suministro eficaz de agua, drenaje y demás servicios.
Su voracidad llegó al grado de autorizar pisos de más en un edificio de la alcaldía Benito Juárez, cuya estructura no soportó el peso y se derrumbó en un temblor, matando a las personas que se encontraban en su interior.
Escudados siempre por la administración panista que los ciudadanos seguían votando en esas alcaldías, nadie se atrevía a tocarlos hasta el gobierno de Claudia Sheinbaum, decidió tomarles la palabra: la ley es la ley y hay que aplicarla. Ahora algunos huyen despavoridos para evitar los barrotes y otros gritan enloquecidos con la esperanza de que a ellos no los alcance su otrora socorrida afirmación.
Como dijo el filósofo griego Aristóteles: “Es preciso preferir la soberanía de la ley, a la de uno de los ciudadanos”.