El delirio de los pretenciosos
Siempre ha existido un segmento de la sociedad mexicana con inclinación a admirar todo lo que sea extranjero, despreciando al mismo tiempo lo que es originario de México. En los últimos 40 años una proporción de los habitantes nació y creció con el espejismo de que lo importado es mejor, aunque en realidad no lo sea.
Desde antes del neoliberalismo existía esa idea, pero fue durante éstas 4 décadas, cuando la idealización de lo extranjero se volvió casi obligatoria, especialmente para la clase media que aspiraba a parecerse a los más ricos, buscando a toda costa estudiar en una universidad extranjera, o por lo menos en un colegio mexicano con nombre inglés, para sentirse así superiores a los demás.
Y no es que sea una locura reconocer las virtudes de otros pueblos, siempre que se perciban a partir del conocimiento de su historia, su cultura, geografía, literatura y otros factores que los hacen únicos a cada uno de ellos. Sin embargo, su comparación con el nuestro debería partir del conocimiento de los mismos aspectos en relación con las culturas mexicanas.
Esta visión percibe a los extranjeros, especialmente a los norteamericanos y europeos, como razas superiores, pero si además son anglosajones la rayita queda más arriba. La tara deriva del trauma clasista que distingue a las personas por su color de piel básicamente, ponderando a los de piel blanca sobre los demás, como si este factor fuera suficiente para evitar la estupidez o el salvajismo.
Y así desde una escalera imaginaria que coloca a los blancos por encima de las otras razas, por haber sido los que tradicionalmente han saqueado y masacrado a los demás, se les admira y se aspira a ser como ellos, sin siquiera saber cómo son en realidad.
Y si admiran a los gringos o a los ingleses como razas superiores solo por su color de piel, imagínense como ven a la nobleza y en especial a la familia real del Reino Unido, que son venerados por los mismísimos ingleses; son para los fachos aspiracionistas algo parecido a dioses encarnados, dignos de recibir caravanas desde todos los confines del planeta.
Con el acontecimiento de la muerte de la Reina Isabel II, vimos en México las cosas más ridículas e irrisorias que podríamos haber llegado a imaginar, pero que además demuestran un profundo desconocimiento de todo lo que ha representado la corona británica para prácticamente todo el mundo durante la historia, que podría resumirse en dos palabras: saqueo y genocidio.
Pero los conservadores enamorados por la pompa y circunstancia, tal vez derivada de los cuentos de princesas que Disney les hizo tragarse de pequeños, o de las películas de Hollywood donde siempre gana la bondad de la realeza, lloraron expresando su luto y su profundo respeto hacia algo de lo que no tienen la menor idea.
Alguien por ahí en las redes, llegó a decir que haber tomado clases en un colegio inglés le enseñó tener un profundo respeto hacia la reina; una presentadora de chismes baratos lloró ante el micrófono y entre otros, Markito Cortés mandó sus condolencias al pueblo inglés, olvidándose de los galeses, los escoceses, los irlandeses del Norte, que son parte del Reino Unido y todos los países del commonwealth a quienes también gobernaba la señora, seguramente porque no sabe ni pizca de geografía, ni de historia.
No se puede conocer una cultura como la británica comiendo pescado y papas fritas en un pub de la condesa, ni visitando la catedral de Westminster en una excursión de 5 días en Londres, o tomando cursos en escuelas con nombres en inglés; pero ellos creen que sí.
Así nos siguen reiterando su profunda ignorancia y su lamentable aislamiento espiritual, derivados de su abulia, superficialidad y ligereza de conceptos, que tampoco les permite saber quiénes son ellos mismos en realidad y dónde están parados, viviendo en una desorientación absoluta que les confiere un efecto nopal, por lo baboso.
Como dijo el don Alonso Quijano, el Quijote de la Mancha: “No hay nada más pesado que una persona ligera”.