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El litio es nuestro
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El litio es nuestro

Históricamente en México la industria minera ha servido como mecanismo automático de saqueo del territorio nacional en manos de los negocios privados, que han representado enormes fortunas para grupos muy reducidos de personas privilegiadas, pagando migajas a los trabajadores que producen la riqueza para ellos.

Por colusión entre autoridades corruptas y oligarcas, ha sido también un negocio cuyas contribuciones al erario son muy reducidas con respecto a la riqueza que produce, habiéndosele asignado tradicionalmente tasas impositivas ridículas, generalmente ligadas a los montos de mineral extraído, cuyos reportes son amañados para pagar pocos impuestos en el mejor de los casos, además de destruir impunemente el medio ambiente y contaminar las comunidades que rodean sus instalaciones de producción.

Durante los últimos 40 años ni siquiera se cobra una cantidad raquítica en muchos de los casos donde se otorgan concesiones, porque los que las reciben las utilizan para adquirir deuda en los mercados financieros; dinero que no invierten en las minas y como consecuencia no producen mineral; entonces no hay impuestos que pagar.

Por una omisión afortunada, los gobiernos en este período neoliberal se dedicaron a otorgar concesiones mineras, pero dejaron de realizar la exploración de los yacimientos de litio, que al principio de ese período se suponía solamente servía para producir bombas de hidrógeno, reactores de fusión y vehículos de motor submarino, sin tener idea del potencial futuro que representaría este mineral.

La visión cortoplacista que mantenía concentrada su voracidad en hacerse más ricos de inmediato, evitó que cobraran consciencia plena del negocio que se les fue de las manos con el litio, aunque ya se tenía noción de la existencia de reservas importantes de este material en varios estados de la república.

Si bien no conocemos con precisión cuáles son las reservas totales de litio con que cuenta México, hoy sabemos por varios estudios estadounidenses y australianos que nuestro país se ubica entre las 10 con mayores cantidades de él en el subsuelo, e incluso dentro de los 5 más importantes, calculándose que el 3% de todo el litio del mundo se encuentra en territorio nacional y esto se sabía sin tomar en cuenta los enormes yacimientos que existen en Sonora y Puebla.

Los geólogos mexicanos conocían de la presencia de litio en Coahuila, Chihuahua, Guanajuato, Michoacán, Puebla, Oaxaca, San Luis Potosí, Zacatecas, Sonora y Chiapas y hoy que los técnicos del Servicio Geológico Mexicano han retomado la exploración de este mineral, estamos conscientes de que existe en 82 localidades, aunque seguramente van a detectarse más.

El litio en la actualidad es uno de los minerales estratégicos con mayor valor por su aplicación en la fabricación de baterías para almacenar energía y de una gran cantidad de insumos para la industria electrónica mundial, que se percibe como el oro blanco para las actividades mineras por venir. En pocas palabras, se va a convertir en la nueva manzana de la discordia para las élites internacionales que están a la caza de negocios.

Por esta razón la iniciativa que envió el gobierno federal al Congreso junto con la reforma eléctrica, a fin de reservar la propiedad del litio a favor del Estado, para que la riqueza que produzca pueda formar parte del patrimonio de todos los ciudadanos y no solamente de algunas familias que antes tenían derechos de privilegio, es muy oportuna y pone el dedo en la llaga. Como diría el Presidente, nos cae como anillo al dedo.

Ya empiezan a escucharse los lloriqueos estridentes de voceros alquilados por los oligarcas pomposos, entre algunos opinadores y delincuentes disfrazados de políticos opositores, para gritar que se está ahuyentando a la inversión, que el rumbo del país en materia de política energética nos llevará al desastre y no tardan en salir a decir que el dólar se irá a 35 pesos, como lo habían vaticinado hace 3 años. Hoy ven que al negocio del litio le salieron alas y está a punto de salir volando para alejarse de ellos a gran velocidad, lo que nos confirma que los ricos también lloran.

Como diría la escritora estadounidense Hellen Keller: “Lo único peor a no tener vista, es no tener visión”.

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