Textos y Contextos
Por: Miguel Alejandro Rivera
@MiguelAleRivera
Por definición, el mártir es alguien que sufre o muere por sus creencias políticas y religiosas; se sabe que las personas identificadas socialmente bajo este concepto, suelen ganar simpatías y legitimidad debido a que luchan contra un sistema opresor que tiene razones para acallarlos o neutralizar su mensaje ideológico.
En la historia universal, existen ejemplos claros de este tipo de personajes, sobre todo aquellos políticos que son enviados a prisión por sus ideas opositoras; Nelson Mandela, que luchó contra el apartheid en Sudáfrica, fue encarcelado 27 años para después encumbrarse como uno de los presidentes más revolucionarios de la historia; lo mismo con Fidel Castro, que terminó tras las rejas antes de su icónica guerra de guerrillas, e incluso José Mujica, cuya imagen de presidente anciano y bonachón oculta un pasado rebelde que lo llevó a los calabozos en Uruguay.
Así podríamos retomar nombres llegando hasta ejemplos nacionales como Francisco I. Madero o Francisco Villa, entre muchos otros, que se posicionaron en la historia como héroes debido a su carácter de perseguidos o mártires.
En 2005, el hoy presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal, fue desaforado para seguir un proceso en su contra, debido a que tomó la determinación de abrir una calle para facilitar el acceso a un hospital, lo que, se suponía, violaba propiedad privada.
La insistencia en el desafuero se debió a la gestión del Partido Acción Nacional, que, en conjunto con el entonces presidente del país, Vicente Fox, buscaban impedir la participación del representante de las izquierdas en las elecciones federales de 2006; sin embargo, cuando la Procuraduría General de la República presentó la orden de aprehensión, los diputados locales del PAN, Gabriela Cuevas y Jorge Lara, pagaron una fianza de 2 mil pesos para que el político tabasqueño un fuera a la cárcel, sabedores claro de que lo convertirían en un mártir, posicionando aún más su lucha contra el sistema conservador-neoliberal.
La pertinencia de presentar este contexto es que, en últimas semanas, el ex candidato presidencial del PAN, Ricardo Anaya Cortés, ha manifestado en redes sociales su inconformidad ante la que para él es una persecución política en su contra, toda vez que la Fiscalía General de la República, lo citó a declarar en torno al caso “Emilio Lozoya”, pues su nombre aparece en el expediente del ex director de Petróleos Mexicanos.
Entonces, sabedor de su situación, Anaya ha buscado por todos los medios generar a su alrededor una narrativa de mártir perseguido por sus ideas, acosado, según él, por el gobierno federal; sin embargo, lo que no entiende el panista es que, cuando un mártir se construye a sí mismo, no pasa más que por la burla de la sociedad, como han dado cuenta las redes sociales, donde circulan innumerables memes de su triste argumentación de víctima.
Fue Emilio Lozoya quien, en su declaración, que es pública, sugirió que Anaya habría recibido sobornos millonarios para apoyar la aprobación de la Reforma Energética, la cual, huelga decir, tuvo su proceso cuando el panista era presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados. No fue el actual Ejecutivo Federal, no fue el gobierno ni la Fiscalía, fue Lozoya quien realizó los señalamientos.
Pero Anaya literalmente se ha martirizado con que lo quieren encerrar, con que lo quieren callar, con que lo quieren neutralizar de cara a la sucesión de 2024, e incluso, con cinismo puro, ha usado dichos argumentos para justificar su huida del país.
Pero Ricardo Anaya no ha realizado acto heroico alguno para ser un mártir, carece de la legitimidad social que podría encumbrarlo en dicha figura; ¿cómo podría esperar que la gente crea su cuento de ser la víctima cuando prometió recorrer el país para conocer los problemas del mexicano común y nomás se subió a una combi y por ahí se comió dos tacos?
Lo único que reafirma Anaya con esta actitud, sumado a la defensa que sus colegas del PAN han realizado hacia su persona, es que la oposición actual no tiene ni pies, ni cabeza, ni estrategia, ni como deslindarse de sus nexos en la corrupción rampante que imperó por décadas en nuestro país.