Por: León Fernando Alvarado
@feralva61
Se dice que la fuerza de la costumbre es implacable. Que la costumbre hace ley. Que se puede cambiar de pareja, de amistades, de casa, de trabajo, de ciudad, de ideas, de país, de cara, pero no de equipo de futbol ni de costumbres.
Falso. Nadie fumaría hoy en un sitio cerrado ni arrojaría descuidadamente al piso el cerillo con el que encendió su cigarro, como se vio mil veces en las películas en blanco y negro. Se la pensaría más de una vez el atrevido que piropeara en la calle a una mujer como hizo Pedro Infante en ‘Los tres García’ cuando frente a él pasaba una mujer y, en un balido de voz, le soltaba un “Vaaaálgame Dios” acallado por el bastonazo en el lomo propinado por doña Sara García, su telúrica abuela en la película.
Todavía queda un camino largo por recorrer para que se haga costumbre que todos los derechos se respeten a todas las personas, pero se avanza en terrenos como la diversidad sexual y la despenalización del aborto. Ejemplo: la CDMX, Oaxaca, Hidalgo y Veracruz han despenalizado el aborto y la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), “el pasado 7 de julio de este 2021, también resolvió que es inconstitucional penalizar a mujeres víctimas de violación que deciden abortar después de los primeros meses del embarazo”1.
La gente cambia, aunque sea al pasito, y con ella cambian las costumbres. Veamos algunos ejemplos.
Se acabó la costumbre de considerar a los periódicos ángeles de la verdad, vencedores frente a los sucios intereses económicos que los acosan. Pero sus repetidas fake-news demuestran que no fueron ángeles, o fueron siempre ángeles caídos. Ya perdida la inocencia –que se pierde sólo una vez y para siempre- respecto a la prensa, se entiende que diarios como Reforma, El Universal, Milenio et al. falten al respeto a sus lectores y los mal informen para utilizarlos como arietes contra la 4T.
Hubo una vez la creencia de que los columnistas de periódicos escribían el resultado de largas y profundas meditaciones elaboradas a solas luego de haber confrontado cifras, reportes, archivos y/o declaraciones, quizá hasta altas horas de la noche, con su limpia conciencia como único juez. Ya no, porque muchos son una suerte de soldados de fortuna que alquilan su buen nombre a quien pague el precio de su opinión.
Se acostumbró pensar que la realización de maestrías y doctorados en prestigiosas universidades del extranjero dotaba a los estudiosos de una sólida preparación académica e intelectual que los blindaba contra las tentaciones de la corrupción. No resultó así. Becados por el gobierno –es decir, por el pueblo- para llevar a cabos esos estudios, dichos alumnos regresaron al país sólo a saquearlo sin misericordia. Lástima de títulos.
Se aceptaba como verídica aquella imagen del perezoso envuelto en su sarape, dormido a la sombra de un saguaro, porque reflejaba fielmente a la gente del campo. Eran unos buenos para nada, mantenidos por el gobierno. Resulta que en 2020 ellos ingresaron al país divisas por 40, 606 millones de dólares, cifra sólo superada por los ingresos de la industria automotriz, con 77, 880 MDD2.
Se acostumbró pensar que los jóvenes abandonaban sus estudios por indolentes, y que encima no se dejaban reclutar por empresas ávidas de contratar mano de obra con buenos sueldos y todas las prestaciones de ley, ansiosas por capacitarlos para el trabajo. Fueron los “ninis” del neoliberalismo porque ni había lugar para ellos en las escuelas ni se les ofrecían empleos dignos: auxiliares en fábricas de calzado, con horario de 8 de la mañana a 7 de la tarde, menos una hora para comer, sin ninguna prestación. ¿Sueldo? 800, 900 pesos a la semana.
La costumbre de ver al ciudadano en una minoría de edad perpetua, mera carne de voto dispuesta a venderse por un tinaco, una playera, una mochila o una despensa que incluyera la insustituible bolsita de frijol con gorgojo, apático frente al voto que expresara su opinión, también cambió.
Lo demostró la jornada electoral del pasado 1 de agosto, donde siete millones de ciudadanos salieron airosos ante la prueba de fuego a la que lo sometió el INE al convocarlo a participar en una elección organizada como jugando a las escondidas. Sin suficiente promoción. Sin que fuera tema de discusión en los medios. Con personajes que han cobrado bien su fama de luchadores por la democracia llamando a no votar. Sin suficientes casillas para que sufragara un pueblo que apenas da pasos titubeantes por la democracia y a quien, por eso mismo, habría que brindarle todas las facilidades, no sumarle obstáculos.
Se acostumbraba, por último, que los medios cubrieran con interés las elecciones, pero no lo hicieron en esta ocasión. Entraron al quite las redes sociales que mantuvieron una transmisión informativa continua sin contar con recursos suficientes para llenar ese vacío informativo. “En política no hay vacíos de poder, los vacíos se llenan y eso es lo que ellos quieren, que haya un vacío para que se apoderen ellos de la conducción política del país” 3, ha dicho Andrés Manuel, y las redes impidieron que se produjera ese vacío.
Las redes informaron y se terminó la costumbre de depender de los medios para estar al tanto. Y si así de bien lo hicieron en esta primera ocasión, ¿Cuáles serán sus resultados después de que hayan asimilado y procesado sus experiencias? Cuestión de tiempo para saberlo.
Una última observación sobre las costumbres. Cuando éstas cambian, no hay forma de dar marcha atrás a esa transformación. Ya nadie fuma en las películas.
León Fernando Alvarado. Docente, narrador y periodista. Tiene publicados una novela y un libro de cuentos, además de narraciones y columnas periodísticas en diversos diarios y revistas. Premio Nacional de Cuento León 1987 (Jurado: José Agustín, Armando Ramírez y Rafael Ramírez Heredia). Premio Estatal de Periodismo Guanajuato 2012, categoría Reportaje.