Hace solo unos meses veíamos a los gobernadores de la oposición reunidos con frecuencia, en actitud beligerante, para publicar ante los medios una exigencia distinta cada vez, amenazando muy echados pa’delante con romper el pacto federal si el Presidente no accedía a sus demandas.
Hay que recordar que la primera de sus exigencias fue que les entregaran más recursos a sus Estados, porque no estaban de acuerdo con el pacto fiscal vigente, que algunos de ellos habían aprobado en la época de Calderón y que sigue sin cambios hasta la fecha.
Esta demanda transmutó en exigir más recursos para la pandemia, una vez que se dieron cuenta que los Estados que ellos representaban en su conjunto, recibían una mayor proporción de fondos de parte del Gobierno Federal que la que aportaban, de acuerdo con el Producto Interno Bruto generado por estas entidades.
Así las reclamaciones iban pasando de un tema a otro en sus reuniones como frente opositor al gobierno, mientras llegaban a ellas en helicópteros y aviones privados, ostentando su aparente gran poder, como señores feudales listos para levantarse en armas.
Poco a poco empezaron a ser evidenciados en sus acostumbradas trapacerías, pretendiendo ser los dueños absolutos de las entidades que gobiernan. Así, empezó el desmembramiento de ese sólido grupo de paladines de la justicia, con la exhibida que se llevó el gobernador de Tamaulipas después de que la Fiscalía General de la República presentara la denuncia para solicitar el juicio de desafuero en la Cámara de Diputados.
Esta denuncia fue respaldada con las evidencias, que a su vez presentó la Unidad de Inteligencia Financiera y que Cabeza de Vaca intentó impedir ante los legisladores sin éxito.
Después de este penoso asunto en el que empezó la debacle del gobernador tamaulipeco, solamente su amigo Silvano Aureoles de Michoacán lo defendió en una de las reuniones de la multicitada alianza separatista. Y para que no se confundieran las señales, los demás gobernadores del grupo se comenzaron a desligar del asunto y se desmarcaron.
Luego vino la elección del 6 de junio y esta alianza recibió un golpe de muerte con la pérdida de las gubernaturas en varios de los Estados que la integran, que pasarán a ser gobernados por candidatos ganadores de Morena.
Entre ellos, uno de los que más trampas hizo para intentar que el candidato que apoyó ganara, fue precisamente Silvano Aureoles en Michoacán, ampliamente conocido por disponer del dinero que tenía que pagarles a los maestros de su Estado, por desviar miles de millones de pesos y por tolerar al crimen organizado.
Después de haber perdido la elección y de encontrarse en una situación bastante complicada, porque el gobernador electo ya le advirtió que lo va a investigar y si encuentra evidencias de todas sus porquerías lo va a encerrar, Aureoles perdió la cabeza y se ha dedicado a llevar a cabo una gira entre los medios chayoteros que él mismo financia, vestido de plañidera, denunciando que Morena se alió con el crimen organizado para ganarle las elecciones, lo cual es natural para él, porque no conoce otra manera de ganar de hacer las cosas.
Hoy por la mañana la locura de Aureoles llegó al colmo de plantarse afuera de Palacio Nacional con unos papeles en la mano, para pedir ante todos los reporteros de la fuente, que el Presidente le reciba las evidencias que tiene. La respuesta que le dio el primer mandatario fue clara: “Que presente sus pruebas en la fiscalía, a mí no me corresponde eso”, dejando al otrora bravucón goberladrón en calidad de meme viviente, sentado en un banquito de plástico afuera de Palacio Nacional, sirviendo de atracción popular.
Como dijo el escritor y político checo Václab Havel: “Cualquiera que se tome a sí mismo demasiado en serio, siempre corre el riesgo de hacer el ridículo”.