Desde marzo del año pasado hemos estado viviendo en una pesadilla, perseguidos por un virus que no solamente ha dejado numerosas pérdidas humanas, sino que ha sido causa, junto con la intensa infodemia, de una pandemia incluso más dañina que el mismo coronavirus, para muchos de los que hemos tenido la fortuna de continuar vivos; la paranoia.
Este proceso complicado, lamentable y pesado, nos ha dejado enseñanzas que difícilmente podríamos haber adquirido en una situación normal.
Hemos visto millones de personas sufrir a causa de la pobreza, de la lucha entre la necesidad y el riesgo; hemos observado a gobiernos realizar esfuerzos extraordinarios al límite de sus capacidades para lograr disminuir las consecuencias del problema; hemos sido testigos de la solidaridad y del sacrificio de cientos de miles de médicos, enfermeras y trabajadores de hospitales, que arriesgan sus vidas para intentar salvar las de otros.
También hemos percibido con sorpresa las reacciones de gente mezquina e imbécil, que se ha dedicado a entorpecer los esfuerzos que todos los demás hacemos día con día, para enfrentar la situación de la mejor forma posible.
Todos ellos desde sus pequeñas trincheras llenas de estiércol, difundiendo mentiras, intentando confundir a los demás, como si no fuera suficiente con la propaganda internacional a favor del miedo. Personajes dignos de desprecio, que han intentado lucrar monetaria o políticamente con el dolor ajeno y con la desesperación de los que sufren.
En medio de este escenario multifacético y contrastante, recibimos ejemplos emblemáticos de las dos caras de la moneda, a cargo de algunas figuras públicas cuyo comportamiento denota su calidad moral.
Por ejemplo, nos indignamos y después nos reímos de la actitud imbécil de un presentador de programas de televisión basura, que no por ser irrelevante deja de ser famoso, corriendo a Florida a vacunarse con una dosis planeada para inmunizar adultos mayores residentes en Estados Unidos, para después publicar su foto en redes sociales haciendo gala de su estupidez.
Así nos sorprendimos con las arengas de una senadora subnormal, quien no teniendo estudios más allá de la preparatoria, se atrevió a descalificar la calidad de la vacuna rusa, cuando ese país es pionero en descubrimientos científicos y tecnológicos que han cambiado la historia de la humanidad.
En esta cara oscura de la moneda, hemos sabido de idiotas que se saltan la fila de la vacunación, con la motivación principal de sentirse más audaces que los demás, muchos de los cuales ya han tenido que pagar las consecuencias de sus actos, junto con otros que seguramente las tendrán que asumir cuando les toque recibir la segunda dosis. Todos estos personajes son víctimas de la mezquindad.
Sin embargo los mejores ejemplos en la otra cara de la moneda, nos los han regalado personas responsables de conseguir, controlar y distribuir las vacunas, tan escazas en este momento del proceso; por ejemplo Carlos Slim, quien ha financiado la producción de millones de vacunas; el Presidente López Obrador que coordina la operación para conseguirlas y aplicarlas a todos los mexicanos; el general Luis Crescencio Sandoval, encargado de controlar su aplicación en el país, el secretario de marina Ojeda Durán, que por segunda ocasión ha enfermado y el doctor López Gatell, uno de los funcionarios que más ha trabajado en este proceso.
Todos ellos se han contagiado de COVID-19 después de que la vacuna ya existía, teniendo acceso a ella, pudiendo haberse vacunado de inmediato sin necesidad de explicación alguna, pero decidieron no hacerlo para seguir trabajando en beneficio de los demás mientras esperaban su turno. Ellos fueron víctimas de la honestidad.
Como dijo el escritor Thomas Harris: “Prefiero una pérdida a una ganancia deshonesta; lo uno trae dolor en el momento, lo otro para siempre”.