Dos personalidades de carácter fuerte, congruentes y comprometidos con sus convicciones y sus ideas dejaron este mundo el mismo día.
Uno el Dr. Mireles, impulsado por el más justificado instinto de conservación personal y comunitario, empuñó las armas y encabezó la lucha de las autodefensas en contra del narcotráfico en el Estado de Michoacán, una vez que el gobierno federal no solamente parecía haber dejado a la población a su suerte, sino que se encontraba trabajando en complicidad con el crimen organizado.
Encarcelado como preso político de un régimen corrupto y criminal, su espíritu no se rompió y 3 años después obtuvo su libertad para unirse a la lucha política de la izquierda, que terminaría por derrotar en las urnas a los representantes de gobiernos podridos durante 40 años de corrupción, crímenes y saqueo.
El Dr. Mireles hizo lo que se tenía que hacer de acuerdo con su tiempo y sus circunstancias, con valentía, entereza, convicción y una gran fuerza interior. Lo que nadie ahí había hecho antes, por eso se distinguió; porque no son muchos los que toman en sus manos la responsabilidad de la acción necesaria, poniendo en riesgo su propia vida y las de sus seres queridos.
Lo hizo primero en su apostolado como médico local, después en su apostolado como líder de la lucha para defender las vidas de los miembros de su comunidad y al final, otra vez en su apostolado como médico local.
Durante 7 años en México el Dr. Mireles fue el ejemplo más claro de la rebelión de la sociedad ante las atrocidades de un régimen podrido, representado por el crimen organizado como su brazo armado.
Luchó sin cuartel contra los criminales que masacraban a su gente, contra el gobierno que los encubría y contra un sistema de justicia corrupto al que venció. Fue víctima de un enemigo invisible contra quien también lucho con fuerza hasta el final.
El otro, Diego Armando Maradona, un ídolo de multitudes que arrastró con su fuerza la admiración de millones de personas en todo el mundo. En su profesión de futbolista fue sin duda el jugador más efectivo de la historia y seguramente también el que mayor potencia y habilidad ha mostrado en la práctica del deporte más popular sobre el planeta.
Un hombre de enorme espíritu que contó con el toque de los dioses para convertir esa fuerza interior en magia pura dentro de las canchas, haciendo cosas que no parecían humanas.
Su convicción fuera de los estadios estuvo siempre con el pensamiento de izquierda y su fama le permitió conocer y convivir con casi todos los grandes líderes mundiales en esa corriente de pensamiento. Fue siempre congruente en este principio que lo mantuvo del lado del pueblo.
Así en un solo día, México perdió una figura emblemática de la lucha contra la injusticia y el terror y el mundo perdió un ídolo de multitudes con habilidades fuera del alcance de los seres humanos comunes y corrientes.
Para seres como estos, la muerte es sólo un paso obligado para acceder a la inmortalidad, donde ellos ya se encuentran.
Como dijo el escritor y poeta italiano Iginio Ugo Tarchetti: “Los hombres verdaderamente grandes no pueden dudar de una existencia futura, porque sienten en sí mismos su propia inmortalidad”.