Con la desaparición de los 109 fideicomisos etiquetados oficialmente para varios fines, pero cuyos fondos en realidad se utilizaban para saquear el dinero del erario, en beneficio de personas que no deberían haber tenido acceso a ellos, ha comenzado a revelarse información que antes se consideraba protegida por el secreto fiduciario, escondiendo los manejos turbios del dinero público que se llevaban a cabo por medio de esos esquemas financieros.
Ahora, poco a poco se irán auditando los movimientos financieros que se realizaron en esas cajas negras y vamos a ir corroborando muchos de los casos que solamente habían sido tratados como filtraciones de información.
Entre ellos la opinión pública ha tenido acceso a documentos con registros que incluyen financiamientos otorgados a empresas como Sabritas o Kimberly Clark, para el desarrollo o mejoramiento de sus propios productos comerciales, a partir de los cuales esas empresas se beneficiaban sin que aportaran ningún beneficio al gobierno, que fue quien aportó el dinero para ello.
También nos revelaron que el chef Daniel Ovadía Chertorivski, primo del exsecretario de salud Salomón Chertorivski Woldenberg, recibió financiamiento irregular de parte del Conacyt, para impulsar sus restaurantes, como si fuera un científico, cuando en realidad es solo un pequeño miembro de la mafia neoliberal que tiene negocios de comida.
Sería conveniente saber si estas empresas devolvieron el dinero que recibieron para impulsar sus productos, y para beneficiarse financieramente utilizando el dinero que es de todos en forma tan descarada; también nos gustaría tratar de entender qué beneficios obtuvo el país de los productos que estos traficantes de influencias disfrazados de científicos, desarrollaron con el patrimonio construido con nuestros impuestos.
Hoy nos estamos enterando por ejemplo, que la Auditoría Superior de la Federación detectó movimientos irregulares en los sexenios de Calderón y Peña Nieto, que provocaron sólo en esos dos períodos de gobierno un “hoyo” que no se tapó, por la cantidad de 32 mil millones de pesos al patrimonio de varios de estos fideicomisos. En pocas palabras, un desfalco sin comprobación que no ha tenido consecuencias hasta hoy para ninguno de los responsables de este robo en lo oscurito del sistema financiero.
De estos 32 mil millones perdidos, casi el 70% equivalente a 22 mil millones, correspondieron a fondos que se habían destinado para enfrentar daños causados por desastres naturales, como huracanes y terremotos como el de 2017. La Auditoría Superior también detectó otros 11 mil millones en desfalcos dentro del FONATUR, en el Fondo para el Deporte de Alto Rendimiento, y en varios fideicomisos del CONACYT que deberían haberse invertido en el desarrollo de ciencia y tecnología.
No es casual que todos estos pillos estén molestos con la extinción de los mecanismos financieros que les permitían robar a manos llenas, que los diputados coludidos con ellos hayan defendido como perros salvajes su permanencia y que los opinadores centaveados por todos ellos, se rasguen las vestiduras, porque otra vez el gobierno federal cerró una llave para evitar el dispendio discrecional del dinero de los mexicanos.
Conforme va pasando el tiempo y se van aplicando las medidas necesarias para poner orden en el río revuelto de las finanzas públicas, que servía para proporcionar beneficios indebidos a todos estos pescadores del erario, la desesperación de quienes están perdiendo gradualmente sus privilegios, se convierte en ruido intenso dentro de las redes sociales y de los medios convencionales.
Para su desgracia en el futuro, todos estos cínicos tendrán que solicitar créditos en la banca comercial como lo hace cualquier mexicano que requiera financiamiento en su negocio, porque ya no hay dinero disponible y a la mano para tomarlo como si fuera de ellos.
Como dijo el escritor colombiano Jorge González Moore “No hay mayor cinismo que el de aquello que reclaman para sí, lo que nunca han dado”.