Regresa la violencia y el ‘fakeminismo’
Vivimos en México tiempos de cambio.
Intentamos alcanzar una zona de seguridad, donde todos los que integramos esta sociedad tan variada y con distintas necesidades, nos sintamos libres y a la vez, protegidos por las instituciones que estamos construyendo y saneando permanentemente, después de la salida de los políticos conservadores de la administración pública federal.
La violencia fue una de las características distintivas del periodo neoliberal.
La inseguridad generalizada, es una consecuencia de esa falta de responsabilidad por parte del Estado.
Incluso dentro del sistema educativo mexicano, la violencia ganó terreno en lo que corresponde a la formación personal de niños y adolecentes. Las materias que corresponden al ámbito de las humanidades, cono son el civismo, la historia, la filosofía y la ética, fueron marginadas en los programas de estudio.
Al niño se le formaba intencionalmente, para ser parte de la gran maquinaria productiva del país. Ya fuera como simple obrero, o director de una empresa de renombre, se le enseñaba que la competencia despiadada era la llave para abrir las puertas de la riqueza y el respeto que podían alcanzarse.
¿Qué tipo de sociedad fuimos “destruyendo” (no construyendo) desde hace 36 años?
Una donde la Ley del Más Fuerte se convirtió en Ley única. Los violentos estaban por todas partes y dominaban la escena nacional con su visión destructiva.
Teníamos a los violentos naturales, integrando los distintos grupos de la delincuencia organizada.
Pero también estaban los violentos pertenecientes a la estructura de gobierno. Había hasta Secretarios de Seguridad Pública que participaban con los delincuentes comunes en actividades criminales. Y no sería aventurado decir que hubo algún presidente del país, incorporado a esas bandas del crimen.
La violencia de cuello blanco, que no se detenía ante regla alguna para alcanzar beneficios económicos, es otra de las caras de la violencia generalizada que padecimos. Empresarios y funcionarios públicos de todo nivel, se corrompían entre sí y corrompían todo reglamento y toda Ley.
Los niños en las escuelas dejaban los juegos infantiles propios de su edad, para adentrarse en el mundo hostil que veían como parte natural de la vida diaria, en sus casas y en las calles.
México se fue convirtiendo de a poco en Tierra de Nadie. Un lugar donde resultaba difícil vivir a la gente de paz, cada día más agredida y lastimada.
La muerte, la desaparición, la tortura, la trata, el feminicidio y el homicidio de todo tipo, fueron noticias permanentes en los medios de comunicación mexicanos.
Nada pudo detener el alarmante incremento en este tipo de delitos.
Con la llegada al poder del gobierno de la Cuarta Transformación, se dio por sentado que esta espiral de crecimiento del delito, disminuiría en forma visible desde el primer momento. Al menos, un sector de la sociedad así lo supuso.
Pero esta suposición, carente de bases y sin fundamento alguno, demostró pronto que el problema al que se enfrentaba la nueva autoridad, era mucho más complejo de lo que se suponía.
No había policía honesta a la cual recurrir. Ni siquiera había policía suficiente. Jueces y Ministerios Públicos estaban comprados o participaban activamente dentro de la estructura del crimen organizado.
Se partió entonces casi de cero, creando la Guardia Nacional y solicitando el apoyo del Ejército y la Marina.
El gobierno del presidente López Obrador ha conseguido en estos dos primeros años de gobierno, frenar el alarmante incremento de la violencia en el país.
Ya no producimos más violencia, ni estamos formando nueva generaciones de violentos.
Los programas educativos incluyen dentro del Plan Nacional de Estudios, la reincorporación de las materias de Civismo, Historia y Ética.
La competencia desalmada en todos los ámbitos de la vida de los mexicanos, no es una conducta que se impulse dentro de las aulas.
Es un panorama distinto al vivíamos hace apenas dos años.
Sin embargo, la herencia violenta aún está ahí. Se padece la vieja estructura criminal en la vida cotidiana.
Quienes fueron formados dentro de la corrupta estructura neoliberal, actúan cotidianamente tal y como lo hacían en los años del viejo régimen.
Es por esto que vemos que delitos tan sensibles para todos, tales como el feminicidio, la trata de personas y la violencia hacia menores, siguen mostrando números preocupantes en varias ciudades del país.
Las protestas públicas que genera la cantidad de delitos cometidos en contra de las mujeres, es justificada y apoyada por la gran mayoría de los mexicanos.
Protestar y exigir respuestas al problema, es un derecho y la forma adecuada para conseguir soluciones reales, en defensa de la vida y la seguridad de este sector social.
La lucha por la vida y la seguridad de la mujer, es algo que interesa a la sociedad en su conjunto.
Pero sucede algo preocupante en este momento con esa lucha en tierras mexicanas. De alguna manera, se ha contaminado con la misma violencia que denuncia y rechaza.
Las manifestaciones feministas se han caracterizado en los últimos tiempos por la presencia de agrupaciones extremistas que siembran destrucción a su paso.
Existe la falsa premisa de que quien ha sido agredido y lastimado por la violencia recibida, tiene el derecho a agredir y destruir dentro del espacio de su demanda de justicia.
Justificada es por tanto, la agresión a todo lo que se encuentre al paso, dentro de una manifestación que solicita que pare la violencia hacia las mujeres.
El dolor personal de algunas manifestantes, provocado por la pérdida de un ser querido, o por los daños físicos y mentales sufridos, abren un espacio especial, donde la violencia desatada es permisible.
Y pueden hacerlo sin problema alguno. Nadie les va a limitar su libertad.
Este gobierno no es represor.
Pero algunos nos preguntamos: ¿ésa es la vía para lograr que pare la violencia en el país? ¿Pueden ser considerados este tipo de actos, como una aportación social en contra de la violencia? ¿Se logra algo positivo cuando se opta por la destrucción irreflexiva? ¿Ese tipo de ejemplo frenará a los violentos que agredieron originalmente a quienes hoy siguen un patrón destructivo no muy alejado del de sus agresores?
Para muchos, cualquier tipo de violencia, genera de inmediato más violencia.
Y otra cosa. La violencia es un distintivo de la clase conservadora. Es un arma propia de la corrupción. Es una de las banderas de la intolerancia.
Pacificar al país llevará algún tiempo, pero este gobierno va por la ruta correcta. Ataca las causas, brinda educación y formación humanista. Forma mejores ciudadanos, que comparten y no compiten.
Creer que con la creación de fiscalías y reglamentos de severidad extrema, se frena a la violencia, es un despropósito en el que pocos creen actualmente.
Por eso, en este momento, a los sectores extremistas que dicen luchar por la seguridad para toda mujer, se les califica en redes sociales como “fakeministas”
Son agrupaciones infiltradas por la derecha política nacional. Sectores que entienden bien de destrucción y poco que saben de construir en unidad, dentro de espacios de paz.
No tienen futuro dentro de una sociedad que está cansada de manifestaciones destructivas a lo largo y ancho del país.
Millones de mexicanos deseamos paz y tranquilidad. Y sabemos que eso se construye con respeto, educación y buen juicio.
Nunca con más violencia.
Malthus Gamba