Una mirada a la lucha sociopolítica en un paralelismo con López obrador (parte 1)
Escribe: Javier Lozano
Michoacán 1992.
En el mitin, el excandidato a la gubernatura, Cristóbal Arias Solís, llamó a sus seguidores a no desesperarse. Afirmó que Villaseñor caería “muy pronto”, “porque la usurpación no tiene sustento moral ni apoyo popular ni respaldo jurídico. Agregó que “en estos quince días”, Villaseñor no había podido gobernar porque el “pueblo se lo ha impedido donde quiera que se presente. (p. 322) “Con la alegría de hoy, de mañana y de todos los días vamos a tronar pronto la usurpación” (Arias, C. 1992). Todo ello, ante una multitud que coreo el nombre de gobernador legítimo ante más de 35.000 asistentes.
30 años de lucha irrestricta.
Esta narrativa encontró datos que fundamentan grandes episodios de la lucha sociopolítica en nuestro país; asimismo, dos historias que hoy son trascendentales para comprender el pasado actual de los referentes que con tenacidad— han acuñado los anales de la resistencia pacífica con la finalidad de consolidar la legalidad de una democracia que durante décadas fue lacerada por un sistema gubernamental que sometió a rajatabla a un territorio.
Quizá, para ello, hay que echar una mirada al pasado histórico que comenzó desde Macuspana, Tabasco, hasta uno de los epicentros de las grandes concentraciones sociales que abrió camino a la izquierda en nuestro país como Michoacán. Esa similitud, es la que hoy en día motivó a recolectar fragmentos y datos anecdotarios de dos sobresalientes liderazgos que a lo largo de su vida se inspiraron a ser pieza clave en la génesis de la Corriente Democrática de los años 80s.
De ahí, se desprendió la lingüística que protagonizó Andrés Manuel López Obrador y Cristóbal Arias Solís. Uno y otro ascendieron como referentes en sus estados natales; el primero, impulsor de una visión progresista en las comunidades indígenas y populares, se encaminó en las filas de la izquierda, específicamente, en temas relacionados a la participación democrática a fin de buscar los mecanismos de acceso al poder para establecer sus políticas públicas y su enfoque de transformación; el segundo, un joven con enorme talento— fue secretario de gobierno en la administración de Cuauhtémoc Cárdenas a la edad de 29 años. En ese paralelismo, los dos fungieron como dirigentes estatales de un priismo disidente en el que más tarde renunciarían por razones obvias; a su vez, encabezaron la dirigencia del PRD en sus territorios.
Ya en la cancha política, ambos se perfilaron a los espacios de elección popular. En 1994, quizá, una de las fechas más fatídicas para la consolidación de la democracia y la legalidad electoral de nuestro país, nuevamente sufrió en embate que mostró un sinfín de irregularidades, desaseos, manipulación, acarreo, fallas en el cómputo, actas alteradas, y una operación estratégica que se hiló desde la Secretaria de Gobernación de la Ciudad de México. En ese periodo, López Obrador y Cristóbal Arias Solís denunciaron inconsistencias; en ese mismo escenario, un éxodo se volcó en las principales plazas de ambos estados en el que la sociedad civil convocó a la movilización pacífica a defender la decisión que movió el ímpetu bajo la ignominia.
En aquella época, el punto de inflexión que negó el tránsito de la democracia, fue la consumación fraudulenta que estribó en la decisión de cerrar el paso a dos históricos de la Corriente Democrática Nacional que durante años estuvieron al frente como referentes de sus estados. El fraude, fue el caso similar que anunció la entrada de una nueva fase: la defensa de la legalidad. Aunque, desde 1991, Andrés Manuel y un grupo vigoroso marchó a la ciudad de México en el que un numerosa columna social esperó en la plancha principal del Zócalo, marcó la premisa; fue entonces en 1994 donde el clímax provocó que diferentes sectores sociales prepararan recorridos a la capital del país en alegato por el abanico de irregularidades que socavaron la soberanía.
Tan solo en el caso de Michoacán, el desplazamiento de una sociedad exacerbada se movió en el momento que apareció la maquinaria que hurtó una votación legítima para el candidato de la izquierda, Cristóbal Arias Solís. Jamás existió un sufragio equilibrado y equitativo; se detectaron pintas y entrega de panfletos que denostaban al partido opositor; también, se detectó la expulsión de representantes de casillas e incongruencias en las actas. Incluso, el mismo periodista Pascal Beltrán del Rio que documentó con testimonios reales en sus crónicas de Michoacán ni un paso atrás concluyó: “de haber sido invalidada por el TEEM la votación de esas 873 casillas, el licenciado Cristóbal Arias habría ganado la elección por 233,557 votos contra 233,513, del priista Eduardo Villaseñor. Sin embargo, el tribunal desechó los recursos interpuestos, y validó el ejercicio.
En ese periodo el grado humillante entre la calumnia y el agravio, motivó a un grupo de mujeres que encabezó María Ortega Ramírez. Se organizó una dinámica que paralelamente abrazó la enorme afrenta del fraude; ahí, miles de mujeres caminaron descalzas a la ciudad de México donde se convocó a un mitin para manifestar la inconformidad y restablecer lo más pronto posible la legalidad de una elección que había sido robada. En defensa de la soberanía, la perseverancia, la energía, la fuerza, y las convicciones del ser humano desbordaron una mayúscula avalancha social que, con determinación, manifestó el pasado fraudulento que operó durante años el partido revolucionario institucional.
Históricamente, Andrés Manuel López Obrador y Cristóbal Arias Solís, tienen una añeja relación que se enmarcó por diferentes formas de manifestación. Quienes fueron protagonistas de la luchas sociales desde 1988 y la trayectoria que interpretó una organización y expresión ciudadana, saben perfectamente la tenacidad irrestricta que reflejó e inspiró a millones de mexicanos a creer en una declaración de principios que implicó esfuerzo, convicción, años de lucha, firmeza, estructura, cooperación, resistencia. Y, lo más valioso que posee intrínsecamente un ser humano en la política: no claudicar, ni sucumbir a las maniobras del poder.
En la parte dos citaremos algunos encuentros de un paralelismo que transitó desde Tabasco; continuó en Michoacán; y se rencontró en la ciudad de México con un proyecto de Nación denominado la Cuarta Transformación. Caminatas, charlas, respaldo, reconocimiento, y un semillero que sembró el punto medular axiológico de la política: la lealtad.
Referencia
Beltrán, P. (1992). MICHOACÁN NI UN PASO ATRÁS. La política como intransigencia. Libros del Proceso