López Obrador calificó hoy con severidad a quienes pretenden entregar los recursos naturales del país, a manos extranjeras. “Traidores a la patria” los llamó.
Para algunos, esta apreciación puede parecer excesiva, pero históricamente en nuestro país, la clase conservadora se ha distinguido por su inclinación permanente al remate de lo que pertenece al pueblo mexicano en su conjunto, a cambio de las sobras que les dejan gobiernos y empresas extranjeras.
La clase reaccionaria en nuestro país, tiene un impedimento natural para crear empresas realmente importantes. Si no es con el apoyo de los gobiernos en turno, no invierte en el país. Y esto no se debe a la falta de oportunidades en suelo mexicano. Los gobiernos y empresas extranjeras encuentran abiertos esos caminos para la explotación de la riqueza nacional. Ellos sí se dan cuenta de que las vías para los grandes negocios están abiertas y de inmediato emprenden el trabajo necesario para su explotación.
El empresario conservador mexicano es en extremo comodino y menos visionario. Prefiere apostar a negocios más pequeños, o ir en sociedad con poderosas empresas trasnacionales, que respalden en todo momento su pequeña inversión. Porque en este tipo de asociaciones, la tajada del león se la lleva siempre la compañía extranjera.
Esto no es nuevo. Generaciones anteriores lo han atestiguado.
México ha carecido de una planta productiva nacional, por la falta de interés del empresariado conservador para crear sólidas fuentes de empleo.
Durante el porfiriato, las empresas extranjeras disfrutaron de un trato preferencial para activar un nivel de desarrollo nacional, que cumpliera con los fines que interesaban al gobierno y al reducido número de hacendados y comerciantes porfiristas.
Las empresas inglesas sobre todo, invirtieron en obras mayores, como la construcción de la red ferroviaria que permitió el transporte de materias primas y mercancías, por buena parte del territorio nacional. La banca inglesa fue poderosa durante el porfiriato. Esto sin olvidar que España, Francia y Estados Unidos, tuvieron su parte en la repartición del pastel que ofrecía el gobierno mexicano de entonces.
Mientras Estados Unidos creció durante todo el siglo XIX, nuestro país no desarrolló industria alguna que pudiera ser considerada de relevancia.
Fuimos, sobre todo, exportadores de materias primas. Trabajadores de segundo nivel, en empresas extranjeras constituidas en territorio nacional. Empleados mal pagados en minas insalubres que producías riqueza en otras naciones. Peones en haciendas propiedad de europeos y norteamericanos.
La clase conservadora de ese entonces, no estuvo nivel histórico que le exigía el siglo XIX. Prefirió mantenerse en la comodidad que le ofrecía el sistema feudal que moría en el resto del mundo. La industrialización llegó únicamente en las áreas donde se hacía indispensable para la comercialización y traslado de mercancías. Otros frentes no interesaron a los aristócratas del porfiriato.
Al triunfo de la revolución, el prometido “progreso nacional” se dejó en manos extranjeras. Unos poderosos Estados Unidos, desplazaron a las potencias europeas en nuestro país y poco a poco fueron convirtiendo a México en la gran despensa de recursos de todo tipo, para el desarrollo de su proyecto nacional.
México solo recibió a cambio las migajas de su propio pastel, sin la posibilidad de crear industria propia.
El doctor Alfredo Jalife Rahme ha señalado en reiteradas ocasiones, la existencia de unos tratados firmados en la calle de Bucareli, donde se ubica hasta la fecha la Secretaría de Gobernación, en donde se establece el compromiso de nuestro país, para no impulsar desarrollo industrial alguno, que pudiera significar una competencia para la economía norteamericana.
Si esto fuera cierto, el presidente Alvaro Obregón habría firmado un Tratado en el que se acepta dejar a México al margen de la Historia. Un acuerdo donde se suprime el futuro de México y los mexicanos, Un monstruoso acuerdo donde cerramos la puerta al desarrollo nacional, para proteger el futuro y las necesidades del país vecino.
En México se ha dicho que el tratado no existe, aunque el Dr. Jalife dice tener copia del mismo.
Lo importante aquí es lo que nos muestra la realidad nacional hasta nuestros días. No tenemos desarrollo real. Nuestros empresarios y gobiernos nacidos de la revolución, nada han hecho para crear la infraestructura que el país requiere. Y lo poco que se ha hecho, ha sido por conducto de empresas extranjeras en su mayor parte.
Las reformas estructurales impulsadas por el neoliberalismo, trajeron riqueza. Pero solo para los propietarios de las grandes compañías internacionales.
Ni siquiera tenemos Banca propia. Toda es extranjera.
Si los Tratados de Bucareli no se firmaron en la vida real, la aplicación de los mismos sí se ha cumplido punto por punto en la práctica. La firma es lo de menos.
Esa misma clase empresarial conservadora, es la que el día de hoy defiende a capa y espada los intereses norteamericanos y españoles, que quieren seguir explotando al sector energético, en favor de sus economías nacionales.
Son los que intentan que el presidente López Obrador, dé marcha atrás a su iniciativa preferente para fortalecer a la Comisión Federal de Electricidad, que es una empresa mexicana, propiedad de todos los mexicanos.
El precio del servicio de electricidad para la gente del pueblo, es lo que menos les importa. Tampoco que el país cuente con una solides energética soberana.
Quieren las migajas del pastel que les han prometido los gobiernos y empresas extranjeras, a cambio de la entrega de los recursos del país.
Desean recuperar el gobierno para malbaratar de nuevo, lo que la Cuarta Transformación intenta rescatar y proteger.
Para algunos, la calificación de “traidores a la patria” puede sonar fuerte, como dijimos. Pero no hay otra manera que permita definir a quienes son extranjeros en el país que los vio nacer. No sienten a México como algo propio, ni les nace por tanto el cariño y deseo de defenderlo para que se mantenga libre y soberano.
El conservadurismo ha sido dañino para el país y lo sigue siendo actualmente.
Pero en tiempos de la Cuarta Transformación, aprendimos la receta para contenerlo.
Voto masivo en contra de ellos. Nunca más los conservadores en el poder.
Tengamos presente que “solo el pueblo salva al pueblo”.
Malthus Gamba