A partir del gobierno de De La Madrid que inició en 1982 la política exterior mexicana podría calificarse la del país “Queda Bien”, con nuestros presidentes y funcionarios plegándose a todos los deseos y caprichos, primero de los Estados Unidos, y después de cualquier otra potencia neoliberal que requiriera de sus servicios de alfombra.
Así vimos como los deseos más pervertidos de funcionarios y empresas extranjeras, especialmente estadounidenses, eran satisfechos hasta el exceso por los siguientes 5 gobiernos, pasando entre otras cosas impensables por la aberración diplomática del “comes y te vas” protagonizada por el subnormal de Fox hacia el comandante Fidel Castro, la pestilente complicidad de Calderón en el operativo “Rápido y Furioso”, que armó con equipo sofisticado estadounidense al crimen organizado y la profunda estupidez de Videgaray expulsando al embajador de Corea del Norte del país, porque esa nación había tenido una diferencia con Trump que después se arregló y en la que México se quedó atorado hasta la fecha.
La política “queda bien” de toda esta bola de empinados vende patrias llegó a su fin con la entrada del gobierno actual, en el que se aplica un comportamiento basado en los preceptos de nuestra constitución, que mantiene la rectoría del Presidente con la operación impecable del Canciller Marcelo Ebrard.
Darle un giro de 180 grados al comportamiento observado por México durante los últimos 36 años no era cosa fácil, pero desde el principio esto se hizo evidente cuando el trato del mismísimo Donald Trump cambió radicalmente de la forma en la que trataba a Peña Nieto, como un muñeco de trapo sucio, a la actitud que observó con el Presidente López Obrador, reconociéndolo como el representante legítimo de los mexicanos y no como una marioneta de unos cuantos oligarcas saqueadores.
A esto siguieron eventos como el del rescate del expresidente boliviano Evo Morales, después del cual la mayoría de los mexicanos enterados mantuvimos contraído el cuello en espera de una represalia gringa de dimensiones mayores, pero no pasó nada. Fue una operación cuyo manejo diplomático requirió de la mayor pericia y que se llevó a cabo, por decir lo menos, en forma magistral.
Después de esto vinieron, entre otras cosas, las gestiones oportunas y eficientes para conseguir vacunas, equipos médicos, medicamentos y otros apoyos en el mercado internacional, que permitieron a México controlar la pandemia sin ser rebasado, a pesar de que la infraestructura hospitalaria y médica estaba en la peor situación de su historia, mientras se sustituían proveedores corruptos de medicinas en el país por fuentes externas de proveeduría.
La postura de México llevada a la ONU por el Presidente López Obrador, donde se les calificó de inútiles con toda justicia, no demeritó en un ápice la participación activa de nuestro país y la aceptación masiva de sus iniciativas y propuestas en ese organismo.
Las negociaciones en los foros de la OPEP+ dejaron claro que México no iba a actuar en contra de sus propios intereses, para apoyar las conveniencias de otros países como Estados Unidos y no lo hizo en ninguna de las dos oportunidades que esto se dio; de hecho, en la última, fue el único país al que se le permitió no disminuir su producción de crudo en un solo barril.
Por último las posturas de México sobre el conflicto de Ucrania, donde se ha mantenido neutral a pesar de las presiones de toda índole, salvo en el momento donde había que pronunciarse contra la anexión de territorios por parte de alguna potencia en defensa del interés nacional y basado en nuestra experiencia histórica, no han impedido que la inversión extranjera esté rompiendo records, el comercio internacional nos coloque como primer socio comercial de los Estados Unidos, o el valor del peso se demerite.
Todo esto deriva de un manejo exquisito y de filigrana diplomática que el Canciller Marcelo Ebrard y su equipo han sido capaces de llevar a cabo, a pesar de los accidentes vasculares que la derecha vende patrias experimenta en cada ocasión, acostumbrada a servir de tapete a los extranjeros.
Como dijo el líder social estadounidense Martin Luther King: “Nadie se nos montará encima si no doblamos la espalda.”