Todo mundo dice entender con claridad lo que implica ser parte del movimiento de Cuarta Transformación. Todos, desde la dirigencia de Morena, pasando por los funcionarios del actual gobierno y los representantes del pueblo en el Congreso de la Unión, presumen de saber con certeza, el modelo de país que está en vías de construcción.
La gente común, el ciudadano de a pie que defiende en amplia mayoría este cambio histórico impulsado desde la presidencia, es un poco más sensata y expresa por tanto, que si bien sigue con interés el desarrollo de esta revolución pacífica, intentando ser parte de la misma, no tiene la seguridad de entender a cabalidad el hilo general del cambio.
El pueblo es sabio, ha dicho el presidente López Obrador un sinfín de veces y por lo mismo, no trata de engañar, o engañarse.
Pero los políticos del pasado, acostumbrados a utilizar máscaras que ocultan sus verdaderas intenciones, sí tienden al engaño y al autoengaño, en su afán por alcanzar el poder político y económico al que aspiran.
Algunos son muy buenos en su trabajo. Lo desarrollan a conciencia y obtienen resultados satisfactorios. Pero sus herramientas son las mismas que se utilizaron durante el periodo neoliberal. Sus formas para alcanzar el triunfo, requieren de lo que el presidente define como “politiquería”. Desayunos y reuniones con la “gente indicada”; dispensar “favores” a quienes más adelante pueden corresponder con el apoyo que se requiera; alianzas poco claras, en donde más que el beneficio de muchos, se garantiza la seguridad de pocos.
Esas formas “operativas” están presentes dentro del proyecto de Cuarta Transformación.
“No se puede poner vino nuevo en trastes viejos”, ha señalado el presidente. Y esto es muy cierto.
Es muy difícil que los políticos formados durante el periodo neoliberal, cambien de la noche a la mañana su conducta personal. Para ellos, el cambio de régimen no significa en modo alguno el final de la política que han venido desarrollando durante años. Se trata de un viraje más fuerte, es cierto, de un reacomodo necesario, pero sin el poder destructivo que arrase con sus carreras particulares.
Les ha costado años y esfuerzo el llegar a formar parte de la clase política nacional. Aprendieron bien los trucos para llegar y mantenerse ahí. Ese aprendizaje les ha resultado provechoso y no ven motivos de peso para renunciar a su conducta y replantear su proceder profesional en adelante.
Son parte de la Cuarta Transformación, pero cargan con el costal de mañas, vicios, trucos y politiquería, propios de quienes se hicieron y fueron parte del mundo neoliberal.
Digan lo que digan, están con un pie dentro del proceso de cambio, mientras mantienen el otro asentado con firmeza en la tradición política conservadora.
Un ejemplo claro de ello es Ricardo Monreal Ávila.
El senador y actual presidente de la Junta de Coordinación Política en el Senado, ha demostrado durante la mayor parte de su carrera, ser un operador político de primer nivel. Un observador agudo del panorama político del país. Alguien con la sangre fría suficiente para moverse sin titubeos, en el momento preciso y en la dirección que más conviene. Alguien cercano a todos. Alguien que prefiere el diálogo a la confrontación. Un político que sabe dar, para después recibir. Un político que construye acuerdos bajo la base de dejar contentos a todos, o de maltratar lo menos posible al rival, cuando esto no resulta obligado.
Monreal es el político del abrazo “tronado”, el personaje con la sonrisa a flor de labios, según marca el canon. El que cede la palabra y sabe escuchar. El que abre una ventana cuando todas las puertas parecen estar cerradas al acuerdo. El de la foto con todos con quien conviene aparecer.
Esos son los buenos oficios de Ricardo Monreal, envueltos en el papel de regalo diseñado por la escuela política neoliberal.
Pero la personalidad de Monreal tiene un rasgo muy propio de la clase política formada dentro de la corriente conservadora. La ambición.
Monreal va siempre por el nivel siguiente. Y en este momento de transformación, el siguiente nivel para él, es la presidencia de la república.
Ese es el juego en el que participa el senador el día de hoy.
Y tiene competidores de importancia que le pueden impedir el paso. Él lo sabe y tiene presente que los números no le están alcanzando para salir triunfador de ese encuentro.
Por eso vemos perplejos los ciudadanos de a pie, que también somos parte de este histórico movimiento transformador, la serie de escaramuzas que está armando el senador para debilitar las posiciones ajenas y fortalecer su eventual candidatura a la presidencia por Morena.
Lo vemos aparecer en videos caseros, bailando como trompo. O enfrentado a un gobernador por un asunto que debería ser competencia exclusiva de tribunales locales. Lo vemos actuar, cobijado por senadores opositores, sin autorización del pleno del Senado.
Y lo vemos opuesto sobre todo, a que en la selección de candidato a la presidencia por Morena, se utilice la mecánica de encuestas.
¿Por qué?
Sencillamente porque sabe que su carisma político, es una especie de imán que atrae con fuerza a quienes son parte de esa clase que ha dedico su vida al quehacer político. Ahí puede Monreal operar a su antojo. Prometer, otorgar, pactar, acordar, e incluso intrigar si fuera necesario.
Pero a nivel piso, en la calle, a ras de suelo, ese carisma pierde todo su poder.
El problema de Monreal es que la gente no cree en él. Lo ve falso. Lo identifica con la vieja política que tanto dañó a México.
Monreal no es uno de los suyos, no obstante los buenos resultados que ha obtenido en el Senado. No se le quiere ni se le apoya.
Ricardo Monreal perdería por mucho en cualquier consulta. Su única oportunidad está en poder alterar la forma de selección de candidatos en Morena, para operar políticamente en cada rincón del país, su candidatura a la presidencia.
Ricardo Monreal va solo rumbo a esa presidencia en 2024. Pero va solo, porque la gente no lo acompaña. Porque salvo su pequeño grupo de incondicionales, nadie está apostando por él.
Operar políticamente para alcanzar la candidatura de Morena en una votación interna y no por medio de encuestas abiertas a todos los ciudadanos, es su única opción de triunfo. Una opción que implica necesariamente una traición a la democracia, resucitando los viejos mecanismos del prianismo. Prometer a todos un pedazo del futuro pastel. Comprometer anticipadamente el proyecto nacional, en aras del triunfo personal.
Esa es la apuesta de Ricardo Monreal en este momento. Y tiene muy pocas posibilidades de hacerla realidad.
La salida honrosa sería ceñirse a lo que marca el estatuto del Partido y competir limpiamente en la serie de encuestas que se verificarán en su momento. Aceptar el triunfo o la derrota y continuar siendo parte de la historia que estamos escribiendo todos los mexicanos.
No aparecer como parte del sector reaccionario que traiciona a su pueblo. No mancharse innecesariamente.
Ahí Monreal tendría la compañía de muchos y no terminaría solo y repudiado.
En una colaboración anterior señalé lo siguiente: a Ricardo Monreal no van a derrotarlo sus adversarios políticos. El único enemigo real del hoy senador, se llama Ricardo Monreal.
Como buen político debe saber que hay batallas que están perdidas antes del combate final. Una retirada honrosa es lo adecuado entonces.
Monreal deberá elegir en ese momento crucial, hacia donde va a conducir la etapa final de su carrera, dentro de la política nacional.
Puede presionar para alcanzar una meta decorosa dentro del siguiente gobierno. Pero lo que no puede ni debe hacer, es estirar en demasía la liga.
Hay un pueblo despierto y participativo que no se lo perdonaría
Malthus Gamba