El quinto poder
Durante décadas, los ahora llamados medios tradicionales ocuparon prácticamente la totalidad del espectro informativo a lo largo y ancho del mundo. Cine, radio, televisión, prensa, todos se enseñorearon a sus anchas y a costillas del poder político-económico convirtiéndose en verdaderos emporios de la información. Su importancia radicó en gran medida en ser la principal fuente para proveer noticias a la población en general, informar, dar cuenta de los acontecimientos a lo ancho del mundo, pero su verdadera importancia radicó en su constitución como dispositivos generadores de “verdad”. Estos medios construyeron en gran medida la imagen del siglo XX, su historia, su opinión, su discurso; así desde estos espacios se diseccionó la historia para construir una oficial, se fomentaron los nacionalismos, y con ellos, la imagen del ser nacional, de lo propio y por lo tanto de lo ajeno, del distinto, el extranjero y el enemigo.
La influencia de estos medios puede considerarse mayor incluso que el de las instituciones encargadas de la educación oficial. Sobre todo porque a través de estos se enalteció a las élites al construir el relato que justificó su posición y la necesidad de su continuidad como la única forma de garantizar el orden y la estabilidad. Se construyó así el perfil de las élites y de los excluidos en el imaginario social, se actualizó el sistema de castas colonial con la misma base racial que le caracterizó en la Nueva España. Este proceso consolidó la hegemonía al naturalizar la desigualdad y el status quo. Por ello no es de extrañar que durante este mismo siglo a estos medios se les haya denominado como el cuarto poder. Su cualidad fundamental era la unidireccionalidad, la generación de una comunicación en una sola vía sin posibilidad de retroalimentación, réplica o diálogo. Su verdad era “la verdad”, que generalmente era construida acorde con sus intereses, que siempre han sido privados, definiendo así, la agenda nacional.
Qué se televisaba, qué se decía, qué se informaba, básicamente qué existía y qué no, qué debíamos saber y ver y qué no, dependió de los intereses y la preservación de estos negocios. Por ello no es raro encontrar ejemplos sobre su importante papel en la vida política de todos los países. Por supuesto, México no fue ajeno a este proceso. Al amparo del partido único que gobernó por más de setenta años, se construyó el monopolio televisivo de los Azcarraga, que consolidó un poder hecho a fuerza de ser la vocería del oficialismo que pasó del servilismo más abyecto a la colusión abierta en la producción de candidatos. Ejemplos como el de Azcarraga declarándose soldado del PRI, hasta la campaña de miedo en contra del entonces candidato a la presidencia, Andrés Manuel López Obrador en el 2006 y sus subsecuentes reediciones en 2012 y 2018 son apenas una mínima muestra de ese papel.
No obstante y de un modo afortunado, el cambio de siglo vino acompañado de un revolucionamiento técnico inédito. La aparición del internet en las últimas décadas del siglo XX, permitió que en el nuevo siglo los canales de comunicación se abrieran paulatinamente a la ciudadanía hasta dar paso a las llamadas redes sociales. El creciente acceso al internet y su formato más abierto e incluyente rompió el monopolio de la verdad establecido por los medios tradicionales. Por primera vez en la breve historia de la comunicación moderna, se dio paso a los contrapesos, la verdad oficial se cuestionó y se combatió desde el ámbito ciudadano. Más aún, se logró exhibir la miseria de sus contenidos y el papel que estos medios habían cumplido en un modelo político que también comenzó a ser socavado. Estos nuevos canales permitieron una comunicación no sólo bidireccional, sino multidireccional. Los ciudadanos se apropiaron de los nuevos canales, los democratizaron utilizándolos para crear nuevos contenidos, nuevas formas de comunicar y de informar, innovaron los formatos y proliferaron de un modo afortunado hasta constituirse no sólo como un contra-poder, sino como un poder más, una suerte de quinto poder.
Por ello no es extraño que los antiguos voceros del régimen vean en el crecimiento de estos nuevos espacios una amenaza real. En parte porque estos canales de comunicación han permitido una ampliación de la democracia con la inclusión de la ciudadanía en la discusión pública, pero también porque el antiguo modelo comunicacional les permitió enriquecerse y acceder a múltiples privilegios asociados al poder en un esquema en el que el servilismo se pagaba en plata, mientras que la crítica se pagaba con plomo. La arena de la disputa política se ha trasladado a las redes sociales, y el monopolio de la verdad se ha desmoronado. El mundo cambió y es algo de lo que parece, los detentores y beneficiarios del viejo esquema comunicacional, no quieren darse cuenta. Sus esquemas fraguados a fuerza de un narcisismo producido mediáticamente, han saltado por los aires y en medio de esta nueva vorágine intentan asirse del clavo ardiente de su torpe crítica basada en la defensa de la importancia de su papel en una obra enmohecida y anquilosada, pero sobre todo porque el riesgo mayor no es el de la libertad de expresión como argumentan, mucho menos la democracia, el riesgo mayor, al que verdaderamente temen, es la pérdida de sus privilegios. En este escenario y ante la imposibilidad de impedir la ciudadanización y democratización de los nuevos medios, la disputa será por el control del universo en el que se desplazan. El control de la red. Ahí está el verdadero peligro.
David Benitez
@DavidBe74096312