Textos y Contextos
Por: Miguel Alejandro Rivera
@MiguelAleRivera
En la sociedad mexicana, es innegable cierto racismo que bien se mezcla con hipocresía al hablar de los pueblos originarios; piezas de museos, valiosos cuando nos convienen como discurso nacionalista, las comunidades indígenas son marginadas, tanto en la acción como en el discurso.
El pasado viernes 13 de agosto se inauguró la réplica del Templo Mayor de México Tenochtitlán, Huey Teocalli, como parte de la conmemoración de los 500 años de resistencia indígena ante la llegada de contingentes españoles, comandados por Hernán Cortés.
Mucha ha sido la polémica en torno a esta construcción y a las celebraciones, tanto dentro como fuera del país. En el caso internacional, el partido de ultraderecha español Vox, publicó en sus redes sociales que “hace 500 años, una tropa de españoles encabezada por Hernán Cortés y aliados nativos consiguieron la rendición de Tenochtitlán.
España logró liberar a millones de personas del régimen sanguinario y de terror de los aztecas. “Orgullosos de nuestra Historia”.
Toda vez que dicho partido compartió publicaciones en sus redes sociales enalteciendo a los Tlaxcaltecas por su alianza con los ibéricos y asegurando que “España no cometió ningún genocidio en América: lo que hizo fue poner fin a uno”, el presidente de Vox, Javier Cortés, se quejó de la llegada de inmigrantes a territorio español, diciendo: “Continúan las llegadas masivas a nuestras costas ante la mirada atónita de quienes sufrirán las consecuencias en sus barrios: los españoles”.
La hipocresía e incongruencia en el discurso es monumental en el caso de la ultraderecha española, hablando desde la perspectiva clásica del: “si lo hace mi nación está bien, si lo hace otra y me afecta, está mal”. Si bien es cierto que el grueso de la población mexicana es producto de una mezcla entre sociedades indígenas de lo que hoy conocemos como América, de Europa y de África, debido a los esclavos que llegaban en las embarcaciones de los llamados conquistadores en el caso último, tampoco se pueden denostar las costumbres de pueblos ancestrales cuyas tradiciones se desarrollaron en una cosmogonía ajena a la occidental. Asimismo, no podemos negar que, la cultura europea, se afianzó debido a la violencia, transgresión y sumisión de las comunidades originarias.
Pero viniendo de nacionalistas ultraconservadores españoles, podemos, no compartir ni aprobar el discurso, pero sí comprender que es su visión de las cosas; sin embargo, resulta triste que, en México, existan sectores sociales donde se replica de alguna forma este discurso; esas personas que critican a quienes no son descendientes de pueblos indígenas, pero tratan de reivindicar el papel de los pueblos ancestrales del territorio.
Si bien es cierto, como ya se dijo, la mayoría de los mexicanos somos hijos de esa mezcla cultural e incluso hasta racial, también es verdad que más allá de las diferencias sociales, somos seres humanos que por el hecho de ser empáticos y comprender el concepto de la Otredad, no podemos ignorar la minimización histórica de la que han sido víctima los pueblos originarios en México y toda América. Se pasa por alto que si pueblos como los rarámuris, los seris, algunas comunidades yaquis, así como gran parte de los indígenas en Oaxaca, Guerrero o Chiapas, viven en las sierras, en los desiertos o en rincones alejados de la conectividad social, es porque debieron ocultarse de ese “hombre blanco” transgresor que desde 1492 decidió que su mundo era el mejor de los mundos para imponerlo.
Si la crítica de Vox o de la derecha nacional es que los pueblos indígenas de América hacían sacrificios humanos o como dicen ellos, eran “genocidas”, en la actualidad no conozco una comunidad de este tipo que como sociedad tenga arraigada la cultura de la guerra como la han tenido los países occidentales.
Ah, pero no sea el momento de presumir “nuestro México” a un extranjero porque lo llevamos a las pirámides de Teotihuacán, al Templo Mayor, a las muchas zonas arqueológicas en el territorio nacional, al Museo Nacional de Antropología e Historia. “¡Mira la Coatlicue!”, le decimos orgullosos a un turista, aunque jamás hayamos hecho nada por ayudar a los descendientes de esas fascinantes culturas. Presumimos sus tejidos, sus ropas, sus bailes, siempre y cuándo se involucre sólo a su herencia artesanal, mas no a su gente.
“En 1492, los nativos descubrieron que eran indios, descubrieron que vivían en América, descubrieron que estaban desnudos, descubrieron que existía el pecado, descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo, y que ese dios había inventado la culpa y lo vestido, y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja”, escribió Eduardo Galeano en “Los hijos de los días”.