Entiéndase, AMLO no es un “mesías”, es un buen presidente
Por: David Benítez Rivera
En las llamadas “Tesis sobre la historia”, Walter Benjamín afirma que “en la idea que nos hacemos de la felicidad late inseparablemente la de la redención”, esto quiere decir, en las mismas palabras del pensador, que “la imagen de felicidad que cultivamos se encuentra teñida por completo por el tiempo al que el curso de nuestra propia existencia nos ha confinado”. Desde esta perspectiva, la idea que nos hemos forjado de la felicidad no puede disociarse de esa otra idea que tenemos sobre la redención y nuestro estar en el mundo. Resulta claro, ninguna sociedad puede partir de auto-reconocerse como proscrita del paraíso eternamente, sea este terrenal o no. Ningún grupo puede establecer su propia derrota como fundamento de su identidad. Es así, que la redención se establece como un destino ineludible ya sea en esta vida o en el más allá. Esta promesa de redención no es ajena de ningún modo del discurso político moderno. Ningún político que pretenda el éxito y que se respete escapa de esta necesaria referencia al momento de redención.
Desde el Make America great again de Trump, La France doit être une chance pour tous de Macron, O Brasil feliz de novo de Lula, El cambio que a ti te conviene de Fox, Que el poder sirva a la gente de Labastida, hasta el Por el bien de todos, primero los pobres de Obrador y el Para que vivamos mejor de Calderón, el índice a la redención es claro, aunque este se muestre en su versión secularizada, es decir, de promesa del paraiso terrenal. La idea que subyace a estos lemas de campaña remiten indistintamente a esa “débil fuerza mesiánica” que de acuerdo a Benjamín, nos ha sido conferida como a toda otra generación, esa esperanza redentora que nos acompaña y que es explotada en cada campaña electoral por los políticos de todo signo. Todos son el mesías, todos deben por principio, prometer la redención del pueblo, pero no todos logran la credibilidad deseada. Por ello el calificativo de “mesías tropical” además de infantil, denota un alto grado racismo en ese intento de relacionar clima y temperamento, como lo hiciera Montesquieu hace más de dos siglos y medio.
A casi seis meses de haber dado inicio el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, mantiene un nivel de aprobación altísimo, sobre todo comparado con el del anterior gobierno que en sus últimos estertores con esfuerzos rozaba el 20 por ciento. Ahora bien, ¿A qué debe el actual presidente de México estos niveles de aprobación estratosféricos? Sin duda, una parte de estos se puede entender como una consecuencia del reciente triunfo del tabasqueño, una suerte de bono de credibilidad y beneficio de la duda inherente de todos los gobernantes recién electos. Pero esto sólo explica los niveles de aprobación de una manera parcial, pues si bien su triunfo lo obtuvo con más del 53 por ciento de los votos, las cifras que rondan el 90 por ciento en su nivel de aprobación son de la ciudadanía en general y no sólo de aquellos que acudieron a votar en 1 de julio del 2018. Esto quiere decir que su aprobación no es sólo de aquellos que votaron, sino que ha crecido desde la toma de posesión, generando una inercia que le ha rendido frutos en la reciente elección.
En gran medida, esta situación de abrumadora aceptación del presidente no es sólo gracias a su discurso, que ha apelado siempre y como todo discurso político a la redención y por lo tanto a un grado de auto reconocimiento como ese mesías que llevará al pueblo a la redención esperada. Habla de un nivel de credibilidad de ese discurso y de aceptación de sus acciones de gobierno. Más allá de achacar esta situación a la ignorancia de un pueblo y a su pobreza como hacen muchos al llamar “focas” o “gente de cerebro pequeño” a los que votaron por AMLO, hay que entender que esta esperanza redentora es resultado de expectativas presentes en toda sociedad, pero que en el caso de una sociedad como la mexicana se ha acentuado por la pobreza, pero sobre todo por una sensación generalizada de agravio, residuo de casi cuatro décadas de políticas neoliberales. Y esto no es sólo retórica política, quienes hemos vivido en carne propia y en calidad de ciudadanos comunes y corrientes este episodio neoliberal, hemos visto la degradación de la vida en todos sus niveles, desde lo económico hasta en términos de seguridad y violencia. Es ahí justamente donde el discurso de AMLO conecta con la ciudadanía de a pie. No hay mesías, entiéndase salvador, sin pueblo al cual salvar. El momento mesiánico que vive el país está construido, no por el presidente, sino por los gobiernos anteriores y el enorme desmantelamiento de la seguridad social en todos los sentidos: los altísimos niveles de violencia, el número de muertos y desaparecidos, la gradual pérdida de derechos humanos, laborales, sociales, la creciente corrupción, la generalización de la pobreza, la pérdida del poder adquisitivo, y una larga lista de etcéteras.
En muchos ciudadanos se expresa de manera implícita la idea de que esta fracción de segundo que representa el paso de nuestra generación por la tierra, y específicamente de este gobierno, es “el momento de la redención”. A nosotros nos corresponde redimir a la humanidad, a nosotros nos ha sido encomendada la terrible tarea de ser el Moisés que libere al pueblo de la opresión. En palabras de Benjamin: “éramos esperados sobre la tierra”.