El zapatismo, la 4T y la lucha contra el neoliberalismo; a 28 años del levantamiento en Chiapas
Por: Miguel Alejandro Rivera
@MiguelAleRivera
El primero de enero de 1994, hace ya 28 años, la tierra chiapaneca, el suelo mexicano, y a la postre todo el planeta, se cimbró tras la acometida de un grupo de encapuchados insurgentes que buscaban enfrentarse al gobierno federal bajo la proclama de 11 demandas: tierra, trabajo, alimentación, salud, educación, vivienda digna, independencia, democracia, libertad, justicia y paz.
Aquellos hombres y mujeres que emanaron de la selva bajo un pasamontaña y apenas provistos de armamentos, algunos incluso sólo con palos de madera: eran el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), hasta ahora, el último movimiento formal e ideológico que enfrentó al Estado mexicano en una lucha armada y que en aquel momento se apoderó de siete cabeceras municipales en Chiapas, el mismo día que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
En este mismo país, 84 años antes de la insurrección del EZLN, se había librado una lucha de levantamiento campesina a la que se le llamó: la Revolución Mexicana. Aunque terminó siendo un movimiento en beneficio de la clase política del país, hubo algunas cuestiones importantes que dejó aquella guerra civil, por ejemplo, la instauración de la Comuna de Morelos.
Entre 1915 y 1919, año de la muerte de Zapata, la población campesina de una pequeña zona en Morelos, echó a andar de modelo precapitalista y comunitario en el reparto de las tierras poniéndolas bajo la administración de los campesinos a través de sus jefes militares. Allí donde los obreros agrícolas finalmente establecieron su gobierno directo por un periodo, la Revolución Mexicana recuperó un poco del verdadero espíritu por el cual había nacido.
En tiempos de la Revolución, Zapata logró llevar a cabo, aunque sea por unos años, el experimento de una organización comunal en el trabajo de la tierra. Hoy, más allá de las controversias que han surgido en torno al zapatismo y algunos de sus líderes, vale la pena recordar un punto de inflexión en el que el EZLN, la llamada 4ta Transformación e incluso las grandes revoluciones en América Latina de 2019, coinciden: el daño que hace el neoliberalismo a los países subdesarrollados, incapaces de competir de forma justa en el sistema mundo contra las potencias internacionales.
“En nuestras comunidades tal vez no hay casa de cemento, ni televisiones digitales ni camiones último modelo, pero nuestra gente sabe trabajar la tierra. Lo que se pone en su mesa, la ropa que las viste, la medicina que las alivia, el saber que se aprende, la vida que transcurre es suya, producto de su trabajo y de su saber. No es regalo de nadie”, firmó el EZLN en uno de sus tantos mensajes.
Quizás para la gente de las ciudades nos es difícil pensar en una vida sin televisiones, automóviles, o lujos innecesarios los cuales compramos para llenar quién sabe qué vacíos. Tal vez los zapatistas no vistan con ropa de marca o no tengan los celulares más avanzados, pero tienen su propio sistema educativo, su propio sistema de salud y, sobre todo, se preocupan por trabajar la tierra y transmitir ese conocimiento a sus nuevas generaciones. Uno de los más grandes daños que hizo el neoliberalismo en México es dejar entrar esa idea de que Estados Unidos y en general las potencias occidentales gozan del mejor de los mundos, por lo que nos ensimismamos para copiar un sistema que daña al ambiente, que daña las relaciones sociales, que se basa banalidades y puras pretensiones.
El apoyo al campo, a las comunidades indígenas y a otros grupos vulnerables no es gratuito en un gobierno que, desde que llegó en 2018, también proclamó su intención de aminorar los embates del neoliberalismo en la sociedad mexicana, luego de unos 30 años en los que el PRI y el PAN fueron displicentes y entregaron todo a transnacionales extranjeras que impusieron las condiciones para que México se hundiera en la trampa del subdesarrollo, hasta ahora, que algo se intenta rescatar por un país con mayor liderazgo e identidad.
Foto: Archivo Sonoro