Estaba atardeciendo cuando llegaron a la hermosa construcción a un lado de la carretera. Era una propiedad que había estado abandonada durante muchos años y que ahora había sido comprada y remodelada por una conocida cadena hotelera. Se había hecho muy popular, porque las instalaciones habían conservado la edificación original de una antigua hacienda agrícola del siglo XVIII, pero adaptada ahora con todas las comodidades de un hotel de lujo. Sin duda era el mejor lugar para hospedarse en varios kilómetros a la redonda, pero en aquella época el lugar lucía casi vacío, ya había terminado la temporada de vacaciones y la afluencia de turismo disminuía considerablemente.
Una vez que llenaron los documentos que les solicitaron, el encargado les entregó la llave de su habitación y pidió al mozo que llevara el equipaje.
Durante la comida, Gerardo había bebido más de la cuenta y apenas entró al cuarto, sacó de la maleta una botella de ron para servirse otro trago y remató aspirado algunas líneas de cocaína. Después de unos 15 o 20 minutos comenzó a caminar inquieto dando vueltas de un lado al otro, su voz se escuchaba un poco chillona mientras hablaba cada vez más rápido.
Seguía bebiendo, Nora estaba cada vez más angustiada, pero él no paraba; le dijo que un tipo en el restaurante la había estado mirando insistentemente, seguramente porque ella le había coqueteado. Ella trató de explicarle que eso no había sucedido, mientras él sin escucharla, continuaba discutiendo sin parar, tornándose cada vez más agresivo.
Ella pensó que en ésas condiciones lo mejor sería dejarlo sólo un rato, así se calmaría. Salió al restaurant del hotel para buscar algo de beber y desafanarse un rato del acelere de su novio.
Sentada en una terraza hacia el jardín con árboles enormes iluminados desde abajo por reflectores, frente a la taza de café humeante reflexionaba sobre la situación; era un hombre atractivo de modales educados, siempre la había tratado con delicadeza.
Cuando lo conoció, ella se encontraba en una reunión en casa de su amiga Paula platicando animadamente, Gerardo se acercó con una sonrisa ofreciéndole bocadillos. Era muy amigo del hermano mayor de Paula, de aspecto impecable y conversación fluida e interesante. Trabajaba en una empresa de su familia dedicada a la construcción.
Al final de la velada le ofreció llevarla a casa; en el camino se detuvo en una esquina y le compró un enorme ramo de rosas rojas. Recordando esos momentos, nunca hubiera imaginado que se encontraría en esta situación.
Consideró que ya había pasado tiempo suficiente y regresó a la habitación. Encontró a Gerardo con el seño fruncido, en estado de excitación anormal. Sin más volvió a increparla con una actitud cada vez más agresiva.
Nora trató de hablar sin que se notara en su voz ningún tono de enojo, pero no logró tranquilizarlo. Por fin pareció que había desistido, prendió la pantalla y se sentó a ver una película. Ella se relajó y decidió entrar al baño a asearse un poco.
Cuando salió se lo encontró muy serio, acostado en la cama con la mirada fija, con la botella de ron en la mano y la escuadra que siempre cargaba en la otra. Parecía no notar su presencia.
Ella sintió mucho miedo, ese individuo no se parecía en nada al novio que hace unas semanas le había pedido que aceptara casarse con él. El motivo del viaje era justo para planear la boda.
Después de medir la situación Nora se sintió completamente vulnerable, así que después de meditarlo un rato, decidió irse de regreso a su casa. Habían viajado en el coche de ella porque el de Gerardo estaba en servicio en la agencia.
Discretamente comenzó a buscar las llaves, pero como una bofetada, recordó que su novio se había quedado con ellas. Parada en la puerta del baño, midió mentalmente la distancia entre la cama y la puerta de la habitación, su única opción de salida. Se armó de valor y con voz temblorosa le dijo lo que había decidió, pidiéndole que le entregara sus llaves.
De pronto él se levantó enloquecido y arremetió contra ella. La jaló con tal fuerza, que le arrancó la blusa completamente, mientras la estrellaba contra la mesa de noche. Ella escuchó como volaba la lámpara, mientras sentía una punzada aguda en el labio inferior. De inmediato percibió un líquido caliente y espeso que le escurría hasta su barbilla. Todavía aturdida por el golpe, Gerardo la levantó de los cabellos y la aventó sobre la cama, al mismo tiempo que unas garras enormes le atenazaban el cuello. Trató de gritar pero no pudo emitir sonido. Los ojos se le llenaron de lágrimas, mientras la habitación comenzó a girar vertiginosamente.
Su instinto de conservación activó un potente disparo de adrenalina en su cerebro tratando de encontrar una forma de escaparse. Pensó que si le demostraba miedo el terminaría matándola. Levantó las manos tratando de decirle que se tranquilizara, paulatinamente la presión fue disminuyendo hasta que se sintió liberada; jaló angustiada una bocanada de aire que al entrar le quemó la tráquea. Con mirada idiota Gerardo regresó en silencio a su posición original, frente a la pantalla, mientras sostenía de nuevo la pistola.
Nora aterrorizada, se metió al baño y puso el seguro, mientras su respiración se iba regularizando. Se miró en el espejo, estaba vestida sólo con shorts y brassiere, estaba muy pálida, tenía los ojos rojos, llenos de lágrimas y cubiertos de finas venitas coloradas. El labio partido sangraba un poco y su cuello tenía unas marcas rojas que empezaban a verse más oscuras.
Mojó una toalla con agua fría y se la colocó sobre el labio para parar la sangre. Todo su cuerpo temblaba frenéticamente y sentía que el corazón bombeaba en su pecho a mil por hora.
Después de un tiempo que le pareció muy largo, se fue sintiendo más controlada. Lentamente, tratando de no hacer ruido, giró la perilla de la puerta, asomó la cabeza muy despacio y calculó que la puerta de la habitación estaba apenas a dos metros de ella, dejó salir muy lentamente el aire de sus pulmones y volvió a aspirar. Armándose de valor salió corriendo de la habitación, mientras cogía un suéter que él había dejado sobre una silla.
Sin voltear siquiera y mientras corría como loca por el pasillo que llevaba a la recepción del hotel, se metió el suéter por la cabeza. El lugar a esa hora se encontraba completamente desierto. Desesperada siguió el reflejo de una luz que llegaba desde la oficina del gerente, desde ahí se alcanzaba a oír la voz de un comentarista deportivo. Cuando entró sofocada el vigilante la miró sorprendido, Nora casi gritando trató de explicarle lo sucedido, mientras el hombre escuchaba su relato con los ojos desorbitados.
De inmediato se ofreció a ir por su bolso y por las llaves del auto, pero ella lo convenció que eso era muy peligroso dado el grado de intoxicación que presentaba su novio, no quería por ningun motivo exponerlo.
El vigilante recordó que desde la azotea podían asomarse a través del cubo del tragaluz de la habitación, para ver en qué condiciones se encontraba. Subieron entonces por una escalera de piedra que conducía a ésa área y se asomaron con cautela por el domo. Pudieron ver con claridad como Gerardo con la mirada clavada en la televisión, seguía empuñando con una mano el arma, mientras en la otra sostenía la botella medio vacía.
Decidieron regresar a la recepción y marcar la extensión para tratar de convencerlo que le entregara el bolso y las llaves a Nora. Por espacio de varios minutos ella desplegó todo tipo de argumentos para que la dejara irse. Después de escucharla por un lapso de tiempo que se les antojó interminable, el accedió a sus ruegos.
Escoltada siempre por el vigilante, llegaron a la puerta de la habitación. Reuniendo todo el valor que le fue posible, tocó la puerta mientras un temblor le recorría todo el cuerpo, sentía las manos húmedas y la garganta seca.
Pasaron unos minutos y por fin se abrió la puerta. Con la mano izquierda le entregó las cosas, mientras que con la derecha le apuntaba directamente al estómago. No dijo ni media palabra y su cara no hizo ningún gesto.
Cuando Nora recibió las cosas, giró ciento ochenta grados junto al vigilante y caminaron a paso rápido mientras el continuaba encañonándolos con el arma. Aunque sentía desmayarse, continuó pensando que en cualquier momento escucharía un último estruendo sordo y luego silencio.
Por fin llegaron a la recepción, agradecida se despidió y salió a toda prisa hasta su auto.
Con las manos todavía temblorosas, intentó un par de veces insertar la llave en la cerradura. Cuando consiguió subirse, giró el switch y escuchó agradecida el sonido del motor. Por fin la pesadilla había terminado.