El doble discurso estadounidense soportado en una actitud cínica y sinvergüenza, tiene 200 años de historia en el mundo, especialmente en sus relaciones con los países de Latinoamérica, a quienes considera como parte de su propiedad inalienable a partir de la doctrina Monroe, que sostiene que América es propiedad de los estadounidenses, que se hacen llamar americanos, como si los demás habitantes de este continente fuéramos marcianos.
Para no ir muy atrás en la historia, recordemos cómo ese país decía defender la democracia de Chile en 1973, dando un golpe de estado a través de sus agencias, derrocando a un gobierno legítimo y democrático, asesinando al presidente Salvador Allende, masacrando a la población que se oponía, todo para quedarse con el cobre y las riquezas del país andino, mientras instalaban un laboratorio de pruebas para el modelo depredador neoliberal con un gorila subnormal al frente, que duró décadas en el poder y que sigue pesando como un lastre sobre la vida política de los chilenos.
Utilizando ese mismo modelo, los estadounidenses se hicieron durante mucho tiempo del control de los activos nacionales de varios países latinoamericanos, colocando al frente de gobiernos como el de Argentina, Paraguay, Bolivia, Nicaragua, Cuba, Haití, Guatemala, República Dominicana y Panamá entre otros, a marionetas enfermas de poder, con el mismo corte, militar y represor. Así destruyó la democracia de america latina sin preocuparse de que se masacrara a sus habitantes, se reprimiera la libertad de expresión, de tránsito y hasta de pensamiento.
Una vez que les funcionó el modelo neoliberal en Chile, lo fueron exportando a otros países de la región donde ya no necesitaron militares salvajes, corruptos y habrientos de poder para oprimir a los pueblos, ya que sólo con las últimas dos condiciones y un disfraz de exitosos egresados de universidades gringas, consiguieron a los esbirros perfectos.
En ese nuevo esquema trabajaron con los gobiernos corruptos, diseñando modelos de control sobre los procesos supuestamente democráticos, en los que se robaban las elecciones si era necesario, para que sus títeres ocuparan las presidencias un período tras otro. No se esforzaron en cuidar las libertades de los pueblos, que eran constantemente reprimidas, ni por la limpieza de elecciones que arreglaban, mientras sus empleados les permitieran el saqueo generalizado e impune de las riquezas de los países que gobernaban.
Cuando los pueblos latinoamericanos comenzaron a despertar y llegó la primera ola democrática progresista, tuvieron éxito temporal revirtiéndola en algunos países como Brasil y Bolivia, sin lograr hacerlo en Venezuela, a quien le impusieron un bloqueo comercial criminal que los sumió en una recesión constante.
Con la segunda ola progresista no han podido. Incluso volvieron a perder Bolivia y Brasil, a pesar de sus mecanismos de control como el FMI, la prensa sicaria, congresos a modo, etcétera. México, Argentina, Chile, Colombia y Honduras se les escaparon de las manos.
En Perú su preocupación por la democracia los orilló a promover un golpe de estado, logrando encarcelar a un presidente legítimo, elegido democráticamente, colocando a una marioneta fácilmente manipulable, que tiene al 90% de la población en contra y no se va a poder sostener en el poder, a pesar de los Estados Unidos.
Ahora, con su característico cinismo y poca vergüenza, su Departamento de Estado manifiesta preocupación por el debilitamiento de la democracia, a raíz de que los mexicanos decidimos acabar con la burocracia dorada de un órgano electoral corrupto e inservible, en un entorno más democrático del que han tenido ellos en los últimos 50 años. La respuesta es fácil: Preocúpense por sus 40 millones de adictos, sus 150 millones de pobres y sus 45 mil muertos anuales con armas de fuego. Arreglen su casa antes de criticar a los demás.
Como dijo el poeta Colombiano Jorge González Moore: “No hay mayor cinismo que el de aquellos que reclaman para sí lo nunca han dado.”