El árbitro electoral va de tropiezo en tropiezo
Por Miguel Ángel Lizama
@Migueliz8
JOSÉ WOLDENBERG fue el primer Presidente del Instituto Federal Electoral (IFE) a quien le tocó un terso relevo presidencial en el 2000, cuando Ernesto Zedillo ya había cambiado prioridades y activado una “sana distancia” del PRI, pues sólo pensaba en su nuevo cargo dentro de Kansas City Railroad en Estados Unidos.
Ya la Presidencia priísta había decidido abrir el juego político para una supuesta “democratización” nacional, autorizando partidos a diestra y siniestra. Muchos sólo fueron “flor de una elección”, pero se llevaron dinero público que no comprobaron (como los casos de Cecilia Soto y Patricia Mercado). Se le quitó a Gobernación la responsabilidad de organizar, supervisar y manejar las elecciones, y se creó una instancia “ciudadana” para hacerse cargo de ello. La gente en México mostraba hartazgo con el partido dominante, sobre todo luego del asesinato de Colosio y de Ruiz Massieu, y el doctor Zedillo quería alejarse de todo eso.
Ese hartazgo popular, mezclado con un montón de promesas incumplidas y ríos de dinero privado, hicieron de la elección del 2000, un estreno dorado para el recién creado IFE y su primer consejero-presidente “ciudadano” como marco de una ansiada Alternancia. Los leves intentos de protesta del candidato del PRI que por primera vez en su historia perdía una elección, fueron de inmediato aplacados desde Gobernación. Zedillo ya no quería más broncas.
Woldenberg dejó el IFE en medio de aplausos y reconocimientos internacionales por la conducción de un proceso electoral en el difícil entorno del país. Ya habían transcurrido más de 10 años desde que Mario Vargas Llosa dictaminó, desde un estudio de Televisa: “MÉXICO es la dictadura perfecta”. Camuflado en ropajes democráticos, el sistema mexicano tenía todas las características dictatoriales, como la permanencia, no de un hombre, sino de un partido inamovible. Vargas Llosa no mencionó la Imposición de todo, desde cargos, leyes, asignación de cuotas, opiniones y pareceres, con una “armonía” impuesta y tutelada por una Guardia Pretoriana llamada Estado Mayor Presidencial.
Pero el relevo de Woldenberg, LUIS CARLOS UGALDE, no la tuvo tan fácil, pues estaba en su camino un personaje que, con el cargo de Jefe de Gobierno de una de las metrópolis más pobladas y conflictivas del mundo, ya despuntaba en prestigio político y arrastre popular. Lo precedía su fama de incorruptible que alarmó a la Iniciativa Privada y le exigió a Fox impedir por cualquier medio el arribo al poder de esa honestidad llamada ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR. Desde entonces el club empresarial tuvo a AMLO como un estorbo para su codicia.
Ya se ha dicho y escrito mucho sobre los intentos de Fox para descarrilar a AMLO. Usó todos los recursos del gobierno para hallarle “trapos sucios”, inventarle delitos, algo que lo hiciera “sensible a una buena oferta”. Nada. Sus sabuesos no hallaron la mínima debilidad por más que le buscaron. El último intento desesperado de Fox fue el malhadado “desafuero” que sólo fortaleció al poderoso candidato opositor.
Pese a su reiterada y jurada independencia, Luis Carlos Ugalde se plegó a las órdenes de Fox, especialmente cuando la votación emitida perfiló en las encuestas de salida el triunfo de AMLO. La orden terminante desde Los Pinos fue que no se reconociera la mínima ventaja sobre el candidato oficial, Felipe Calderón. Ugalde desconoció todas las encuestas de salida, impuso silencio general y dispuso que sólo él informaría el resultado comicial, debido a un irreal “empate técnico” creado por las encuestadoras encabezadas por GEA-ISA. Al fluir las cifras se dificultaba el fraude, por lo que Fox aumentó la presión a Ugalde, obligado por la exigencia empresarial. Fue inútil que los gobernadores cedieran los votos del PRI al PAN. Las cifras no cuadraban. Casi a la medianoche de ese domingo, un temeroso Luis Carlos Ugalde anunció el triunfo panista por muy leve margen. Fue un escándalo por lo burdo del fraude. Era una evidente mentira.
AMLO mostraba una colosal capacidad de convocatoria, que los demás candidatos juntos no podían siquiera igualar. El dilema para Ugalde y Fox aumentó. El supuesto árbitro electoral “imparcial” no atinaba a complacer al Presidente y a la cúpula empresarial, especialmente cuando el opositor exigió RECUENTO VOTO POR VOTO, CASILLA POR CASILLA a lo que enseguida todos se negaron. Se descubriría la manipulación de las cifras.
El desquiciado Fox recurrió entonces al Tribunal Electoral (otra supuesta instancia imparcial) para maniobrar como fuera la victoria de Calderón. Después de muchos malabares y por la exigencia de Fox para que no hubiera un solo voto contrario en la sentencia que emitieran los magistrados, el Trife obedeció y de forma unánime reconoció violaciones a la Constitución y la ley electoral (causa de invalidez del proceso), pero le dio el gane al panista alegando un galimatías. Entonces Calderón se ufanó de su triunfo “haiga sido como haiga sido”.
Ugalde no aguantó mucho luego de ese fiasco. Quedaron tan cuestionados él y el supuesto árbitro electoral “independiente”, que al año siguiente debió abandonar el cargo, donde lo sucedieron otros grises consejeros-presidentes, hasta que luego de nuevas pifias en la elección de Enrique Peña Nieto, donde no reconocieron el financiamiento ilegal con tarjetas Monex y Soriana, el nuevo Presidente Peña quiso lavarse el desprestigio y convirtió al IFE en INE, poniendo en el cargo a otro presidente “autónomo e independiente”: LORENZO CÓRDOVA VIANELLO. El IFE se fue con muchos baldones en vez de blasones. Nunca fue confiable, pese a jurar independencia e imparcialidad.
Su sustituto, el INE, se encargó de la elección de 2018, donde otra vez compitió AMLO, puntero desde el principio. Aunque de nuevo empresarios y traficantes de influencias financiaron múltiples trampas, exigiendo que no se fuera a reconocer su triunfo y se hiciera hasta lo imposible para impedirle llegar al poder, el nuevo consejero-presidente CÓRDOVA VIANELLO no pudo maniobrar, ni el Presidente Peña se lo permitió ante el caudal de votos que estaba fluyendo y que causarían un levantamiento popular en caso de un tercer fraude. Peña prefirió no moverle.
Sin embargo, no pasaron inadvertidos detalles paralelos que Córdova consintió para revertir esa victoria, como la velocidad con que tramitó una torpe queja del PRI sobre dinero de MORENA para damnificados del sismo de 2017 y que sirvió de pretexto para una multa de 197 millones de pesos, la cual se revirtió ante el escándalo originado por el monto y la rapidez y el desaseo de la “investigación”. O la reelección anticipada del Secretario Ejecutivo, Edmundo Jacobo, pisoteando tiempos y reglamentos para hacerlo inamovible por otros seis años. Su prisa levantó muchas sospechas que no aclaró, escudado en su autonomía.
Lo peor fue su inoportuna reunión con Felipe Calderón, el infausto Usurpador quien lucha para que el INE reconozca el partido de su esposa y le otorguen millones de pesos en Prerrogativas, sin importar que presentara firmas falsas y repetidas, y asambleas suspendidas por falta de asistencia, que el INE registró con sobrados simpatizantes.
Ahora Córdova se cura en salud alegando que “algunos interesados” quieren causarle mala fama al INE, haciendo dudar de su imparcialidad, soslayando que el descrédito se lo ha ganado a pulso durante años de evidencias de fraude y sometimiento al poder gubernamental. De haber continuado el PRIAN en el poder, Lorenzo Córdova habría aceptado sin chistar cualquier orden presidencial y continuaría tranquilamente su “independencia y autonomía” tan proclamada. Pero…
LA CREDIBILIDAD DE LA AUTORIDAD ELECTORAL
NO APARECE POR NINGÚN LADO
Y SIGUE DE TUMBO EN TUMBO.