Dresser, Camín y Ugalde: cuando los diplomas no sirven para nada
Por: Rafael Redondo
@redondo_rafa
Hace unos días leí un artículo bastante malo donde además de un jueguito burdo con el Populismo (en serio, necesitan un curso sobre el tópico), el autor afirmaba que este Gobierno repudia los grados académicos. Habría que invitar al autor a revisar el currículum de (y menciono sólo tres personajes, pero hay muchos más) Sheinbaum, Ebrard o Gatell, y su tesis se cae a pedazos.
Lo que los ciudadanos y subrayo, los ciudadanos, no el Gobierno, ya no nos tragamos es el cuento de que un grado académico convierte a una persona en Sócrates o de plano en Zeus, como lo creen algunos que andan por la vida rumiando sus títulos académicos. Creer que un título, grado o diploma es igual a un elixir de los dioses, capaz de convertir a una persona en un ser etéreo, sería tanto como creer que, por el simple hecho de hacer la Primera Comunión, una persona se convierte automáticamente en buen cristiano y tiene asegurada la Gloria. Es absurdo.
Los títulos, grados académicos o diplomas, valen en función de sus resultados, de su productividad.
Revisemos algunos grados que dejan todo qué desear para confirmar mi planteamiento. Los tres acontecimientos tuvieron lugar en menos de una semana:
Denisse Dresser: se queja amargamente de que hoy en día en México, es políticamente incorrecto tener estudios en el extranjero (hay que echar baba con la palabra “extranjero” si no, no le sabe a esta mujer la presunción) y hablar Inglés. De entrada, Dresser el Inglés es el idioma más popular del mundo. Lo mismo lo hablan en Beijing, Tokio o Tel Aviv; así que, si te crees muy chic, el Inglés ya no es el camino, deberías apostar por el Mandarín y de paso, revisar tus apuntes de preparatoria para que no confundas un acuerdo interno de la administración pública con Golpe de Estado. Dale gracias a que tu doctorado sirve sólo para echar “choro”, porque si tu doctorado tuviera alguna relación con la Medicina, estarías quitándole un testículo a tu paciente en lugar una muela “del juicio”.
Héctor Aguilar Camín: usa en forma peyorativa la palabra “provinciano” para ofender al Presidente. El significado de Provinciano es: persona que nace o vive en una provincia y no en una gran ciudad. Este hombre no se da cuenta que está ofendiendo a millones de mexicanos que, ni nacieron ni viven en la Ciudad de México, Guadalajara o Monterrey, considerándolos inferiores. Además, él ni siquiera nació en la Ciudad de México, técnicamente Camín es provinciano. De acuerdo a su lógica, si yo nací en la Ciudad de México, ¿yo valgo más que Camín? Señor Camín, le voy a dar el nombre de un “provinciano” que, con la mano en la cintura, barre con usted como escritor: Juan Rulfo.
Luis Carlos Ugalde: no sólo se limitó a decir que México “necesita” un PRI fortalecido. Un partido que tuvo a México sometido a una dictadura de 70 años, el partido de la matanza del 68, el partido del sexenio de ladrones, el sexenio de Peña Nieto; Ugalde en su desesperación por aferrarse al pasado y el recuerdo de los privilegios que para personajes como él, significó la “era priísta de la chapuza”, dice que México “necesita” al PRI. Luego, sobreviene la debacle: Ugalde dice intuir que AMLO se va a perpetuar en el poder en la persona de Beatriz Gutiérrez Müller, su esposa. Espero que sus grados académicos y diplomas incluyan algún cursito de “Creación literaria para preescolar” porque de lo contrario, no entiendo de dónde sacó esa historia absurda.
Pese a su evidente mediocridad (perdón, se ganaron el calificativo) estos tres personajes y otros tantos que están en la misma tesitura, son los favoritos de los medios, aparecen en todos los foros de opinión como si la inteligencia mexicana estuviera en tal nivel de mendicidad. De verdad, quienes organizan foros de opinión, ¿sólo apuestan por la “marca registrada” y no por las aportaciones inteligentes?
En México afortunadamente, existen muchas personas que defienden con mucha dignidad y experiencia sólida sus grados académicos, sólo necesitan que se les abran los espacios para que el agua fluya y botemos en la coladera, lo que ya apesta a podrido.