22 Dic 2024

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“Declive de Occidente, oportunidad para Latinoamérica”
Columnas, El día

“Declive de Occidente, oportunidad para Latinoamérica”

Por: Rafael Redondo
@redondo_ rafa

La decisión de Estados Unidos de expandir su zona de influencia hacia el Este, no sólo está significando una crisis energética, económica, política, geopolítica, global, etcétera. La crisis es tan profunda, que, está trastocando los pilares mismos, sobre los que se ha afincado la cultura Occidental, a partir del Renacimiento.

Por lo menos, yo, no he leído a ningún intelectual mexicano, que haya detectado la grieta a nivel estructural, que está significando para el mundo, el conflicto ucraniano.

¿Por qué decidí contrastar la visión Occidental, con la visión Latinoamericana?

Los latinoamericanos, y especialmente, países como México, Perú o Bolivia, somos depositarios de una visión totalmente opuesta a la a cosmogonía de Occidente. Voy a centrarme en México, heredero de un patrimonio vivo, que, nos fue entregado por grandes civilizaciones que florecieron en lo que hoy, es nuestro territorio: Olmecas, Mayas, Toltecas, Mexicas.

1) Visión Occidental: cimentada en el antropocentrismo renacentista. El bienestar, se logra a partir de la libertad individual. El ser humano, cree, y ojo, dije, cree, que puede descifrar la complejidad del mundo, para luego dominarlo, y apropiárselo. Desde esta perspectiva, el ser humano y su libertad, son un cheque en blanco, no hay límites. El ser humano, construye su destino a placer.

2) Visión Prehispánica: cimentada a partir del cosmos (orden). La parte fundamental de su visión, es el todo, y, el ser humano, es sólo un fragmento del cosmos. En la visión prehispánica, el individualismo no existe, es el ser humano quien debe adaptarse al exterior, y su vida consiste en sortear el caos del movimiento eterno del cosmos. Desde esta perspectiva, el bienestar depende de un misterio irresoluble, al que hay que adaptarse constantemente. El ser humano va en busca de su destino, en un mundo cambiante y sorpresivo.

Para Occidente, el ser humano es superior al cosmos. Para el mundo prehispánico, el cosmos es superior al ser humano.

Dos visiones que son como el agua y el aceite. Mientras los filósofos y científicos de occidente se han empeñado en dominar la naturaleza, empresa a todas luces imposible, los chamanes y sacerdotes prehispánicos, buscaban la manera de saltar los obstáculos que pone diariamente la existencia. Para la primera, hay un momento en que el mundo se detiene, cuando se posee lo que se desea. Para la segunda, el movimiento es infinito.

A partir del siglo XV, Europa, en su deseo de imponerse ante un ente superior, la naturaleza, se lanza a la búsqueda de respuestas: dominar territorios, conquistar pueblos, dominar las leyes de la naturaleza. En fin, apropiarse del mundo. Inicia la conquista de América, África, Oceanía… mientras los sajones amparados en su visión religiosa, conquistan el norte de América, España exporta su religión, en un acto totalmente ajeno a la doctrina cristiana genuina, del respeto por el mundo y temor a los designios y misterios de Dios y su creación. Nada que ver con la búsqueda frenética de oro, ver como inferiores a la civilización que ya existía, a construir templos católicos sobre edificios dedicados al culto local, ¿dónde está aquí la piedad cristiana?

Desde entonces, amparados bajo el concepto de libertad y del ser humano como centro y dueño del universo, el dúo ser humano-libertad, se lanza a apropiárselo todo, imponiendo su visión del mundo, convirtiéndola en hegemónica. En su versión más insultante, esa libertad, sin ningún límite por supuesto, se traduce en excesos; desde, dictaduras, tiranías, racismo, holocaustos, fanatismos, capitalismo cínico y hasta los excesos decadentes de personajes como Rimbaud. La libertad occidental, se mueve entre la soberbia y la avaricia.

Estados Unidos, ha sido desde la mitad del siglo pasado y hasta nuestros días, el referente de esa visión embriagada de opulencia, excesos, desperdicio, invasión, guerra. A partir de la caída del Muro de Berlín, y la posterior disolución de la antigua URSS, Rusia no tuvo necesidad de la expansión. ¿Para qué?, tiene el territorio más grande del planeta, lo que la aprovisiona de todo tipo de materias primas. China, por su parte, nunca ha tenido como estandarte la expansión territorial.

Estados Unidos, como único polo de poder en el mundo, no vio saciado su deseo de expansión, y, este impulso tan primario, ha ocasionado desestabilización política o guerras, en América latina, un arcaico bloqueo a Cuba, invasiones en Siria, Afganistán, Libia, Irak, Kuwait, Bosnia, Yugoslavia, Sudán, y, un muy largo etcétera. Todas estas acciones de expansión, camufladas detrás de la palabra, democracia o libertad.

La defensa de Ucrania, llega en un momento en el que el mundo, está fatigado de un capitalismo cínico, harto de dos años de pandemia, cansado de que las democracias liberales, en realidad, están construidas desde el dinero en las campañas, no desde la voluntad popular: una oligarquía que sólo cambia de personajes.
La tecnología en la mano de los ciudadanos, al menos, permite enterarse a una velocidad muy acelerada, de todos los acontecimientos; aunque, los medios de comunicación, también forman parte del engranaje del dinero y se dedican a defender, y mantener inalterable, el statu quo.

La participación de Estados Unidos en el conflicto de Ucrania, vestido ahora como la OTAN, es la gota que derramó el vaso. Buena parte del mundo, no apoyó las sanciones contra Rusia. Las naciones están optando por la introspección, volver hacia sus propios intereses y dejar de lado la globalización.

Los resultados, China, Rusia e India, en defensa de sus intereses nacionales, deciden continuar sus relaciones y se fortalece el grupo BRICS. México, opta también por velar por sus intereses nacionales, lo mismo que Latinoamérica. Solamente Estados Unidos, y la Unión Europea, continúan en una cruzada que va de fracaso en fracaso, y, todo indica, que está destinada a no tener éxito.

Creer que podemos, como humanos, dominar el mundo, conocerlo todo, es tanto como creer, que, para disfrutar una playa, necesitamos contar cada uno de los granos de arena. Este deseo absurdo, de entenderlo todo para dominarlo todo, tiene como único resultado, descubrir que somos como el perro que de pronto se da cuenta, que lo que muerde, es su propia cola. No es de esa manera, que logramos el bienestar, porque, no es nuestra misión en la vida, descubrirlo todo, ni dominar, poseer y acumularlo todo. La existencia siempre será un misterio para nosotros. La vida, es como una cueva oscura. Jamás sabremos por qué estamos aquí, pero tampoco nos es útil descubrirlo. Nuestro raciocinio es una pequeña flama, que a veces, ilumina el camino, pero, la mayoría de las veces, produce sombras que nos confunden. Algo dentro de nosotros, la fe (no hablo de la fe como religión, sino como condición humana indispensable para la supervivencia), nos mueve a seguir adelante, confiados en que algo bueno vendrá pronto. Logramos la libertad, la de verdad, cuando conseguimos dar un paso sin tropezar, alcanzamos momentos de armonía con el todo. Cuando solo existe el presente. La libertad, no tiene nada que ver con el exceso, con la autodestrucción, con el abuso.

Si capitalizamos nuestra visión prehispánica, recuperaremos el respeto por el cosmos y sus misterios. El cosmos, es superior a nosotros; nosotros, somos tan sólo una pieza más de él y no se puede ser juez y parte.

La recuperación del respeto por el misterio irresoluble de la existencia, se traduce en respeto por el entorno, tanto, humano, como del resto de la naturaleza. Fincar nuestra visión desde el respeto, repercutiría en todos los ámbitos de nuestra cultura: política, economía, ambiental, social.

Podríamos bajar el volumen a la soberbia y la avaricia. Descubriríamos, que no necesitamos, ni saberlo todo, ni tampoco necesitamos cantidades estratosféricas de dinero, para conseguir nuestra supervivencia, y disfrutar nuestra experiencia.
La estratificación social, dependería de habilidades, y no de abusos. Aprenderíamos a respetar otras creencias religiosas, otras culturas. Nuestra democracia, realmente tomaría en cuenta a todos, en tanto ciudadanos, y no a una élite, sea económica o intelectual. El líder de un país, sería efectivamente un mandatario, empleado de nosotros, los mandantes, y no un monarca sin corona; es decir, tenemos rondando en nuestras vidas, un patrimonio cultural, vivo, del que podemos echar mano, para hacer nuestro paso por la vida un poco más afable.

En realidad, no construimos nuestro destino, sólo vamos a su encuentro, porque nuestra existencia está condicionada a un montón de eventos ajenos a nuestra voluntad. Nuestro margen de maniobra, es mucho menor de lo que creemos (nadie decidió quiénes serían sus padres, su país, su condición social, sus habilidades, su etnia), y somos libres, solamente, cada vez que logramos estar en armonía con el cosmos. Cuando logramos eliminar el deseo de estar en el pasado, o estar en el futuro; cuando sólo existe el presente, es que logramos, un momento de libertad, de plenitud. Ese, debería ser el objetivo en nuestras vidas, ir en búsqueda continua de nuestro destino. Construirlo es imposible. Tampoco es nuestra misión, ni el dinero, ni el poder, ni el conocimiento, ni la acumulación. Si nos instalamos en ese absurdo intento, solo estamos respondiendo a nuestros impulsos más básicos, y, además, tergiversados por nuestra mente. Un animal, responde a sus instintos básicos y cuando los sacia, el impulso cede. Los seres humanos, gracias a imágenes mentales, vamos más allá de la supervivencia y proyectamos nuestros instintos básicos llevándolos al límite, autodestruyéndonos al destruir nuestro entorno, en un efecto boomerang.

La existencia, ya es complicada, evitemos hacerla insoportable.

Ante una cultura Occidental en declive, toda Latinoamérica puede tomar lo útil de ella, y, también, volver nuestra mirada a la utilidad de nuestra herencia prehispánica.

Quizá, mi propuesta parezca incluso, onírica; pero, no hablo de un mundo extraño o desconocido para nosotros. Latinoamérica y obviamente México, posee, y nuestra población, vive, todos los días, nuestra capacidad de empatía, nuestra solidaridad, la intensa fe, que se exhibe cada 12 de diciembre en la Basílica de Guadalupe, o el 15 de agosto en San Juan de los Lagos. Ambas manifestaciones, no son una herencia católica, europea; son, en realidad, una herencia prehispánica. En una visión donde nos asumimos incapaces de dominar el mundo, la fe y la esperanza, son indispensables. Nuestro respeto por la familia, nuestro respeto por el fenómeno que, para mí, es el más bello de la creación: la maternidad.

En México, aún conservamos un muy buen nivel de respeto por la naturaleza, por la tierra, por la fauna. Todos estos valores, viven en nosotros, y la mayoría se los debemos a nuestros ancestros morenos, no a los blancos. Lo único que debemos hacer, es reconocer que, la herencia indígena, es una fortuna, no un lastre.

Los latinoamericanos, ya sabemos qué se siente ser importadores de valores. Nuestra área de oportunidad, hoy, está en comenzar a ser un referente, de una visión cuyos cimientos, se reducen a una sola palabra: respeto.

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