Crónica: Bellas Artes despide a José José
A las diez con doce minutos el palco del segundo piso del Palacio de Bellas Artes, destinado a la prensa, está repleto. No así la Planta Baja, en donde algunas sillas están vacías. Toma la palabra Pável Granados, conductor del evento agradeciendo a las Secretarías de Cultura, Relaciones Exteriores, Defensa Nacional y Gobierno de la Ciudad de México.
El homenaje lo inicia el cuarteto Saloma con la pieza “Estrellita”, que comienza a sonar frente al espacio vacío donde, se espera, sea colocado el féretro donde descansan los restos de José José, que ya hacen su recorrido desde el Aeropuerto de la Ciudad de México.
Mientras dentro del Palacio continúa la participación del Cuarteto Saloma, la gente se arremolina en las afueras del mismo; los medios reportan que el convoy que acompaña al cantautor recorre ya las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México, se espera que en cualquier momento haga su ingreso al recinto.
A las diez horas con veintinueve minutos, media hora antes de lo previsto por el programa, se retira el Cuarteto Saloma sin haber interpretado algunas de las piezas que el público esperaba ¿tendrá que ser en otra ocasión cuando el público disfrute de las melodías de canciones como “Amor eterno” o “Solamente una vez”?
La Orquesta Sinfónica Nacional hace su aparición en el escenario improvisado del lado derecho de las escaleras principales del Palacio de Bellas Artes, enfrentados al pequeño grupo de personas que acompañan en primera fila el evento, entre quienes se encuentran algunos familiares del intérprete, el autor Roberto Cantoral y miembros distinguidos tanto de la Asociación Nacional de Autores como de la Asociación Nacional de Intérpretes.
Desde que se instala, la Orquesta comienza a afinar sus instrumentos pero no hace ninguna interpretación. Reina el silencio hasta las diez con cuarenta y dos, cuando hace ingreso el féretro de José José, instalado frente a las escaleras de Palacio. La gente tarda un minuto en reaccionar, probablemente por el peso emocional del momento. A los aplauso le sigue la interpretación de “Nave del olvido”.
Suena el famoso verso “espera un poco / un poquito más / para llevarte mi felicidad” mientras sucede la primera guarida de honor. Algunas lágrimas se derraman. La segunda guardia es al son de “Regálame esta noche”, interpretada al estilo de la ópera. Desde donde se encuentra la prensa puedo distinguir a la Dra. Sheinbaum, Jefa de Gobierno de la CDMX y su secretario de Cultura, Alfonso Suárez del Real acompañar al ataúd dorado, que se encuentra cerrado.
Tras el relevo, la dramática entrada de “El triste” sucede a cargo de la sección de cuerdas de la Orquesta, que llena el recinto con la suavidad de los violines al contraste de los sonoros golpes de percusión y la gravedad de las voces de los intérpretes, del Estudio de la Ópera de Bellas Artes.
Los versos que tantas veces escuchó el público mexicano cobran otro sentido a la luz de los hechos; cuando se le dedica al fallecido Príncipe, la famosa estrofa “Hoy quiero saborear mi dolor, / no pido compasión ni piedad. / La historia de este amor se escribió / para la eternidad” ya no nos recuerdan un desamor, sino la tristeza siempre profunda de cuando parte un ser que queremos. Uno no puede sino conmoverse.
Para continuar las guardias de honor y finalizar su participación, suena a cargo de la Orquesta “La nave del olvido”, a cuyo final siguen gritos y porras: “Te queremos, José”, “Gracias, gracias, gracias”, “Chiquiti Bum a la Bim Bom Bá”. Así se llena el vacío entre la Orquesta y el Cuarteto Saloma, que, parece ser, aprovechará los minutos entre las once con cinco y las once treinta y cinco, hora en que se espera comience el Ensamble de la Escuela del Mariachi Ollin Yoliztlli.
Sin que estuviera contemplado en el programa, el Cuarteto hace interpretación de la famosa canción “I did it my way”, de Frank Sinatra, una bella forma de homenajear a quien en vida no escatimó en diversión y goce, nos recuerda a la vida de José José la forma en que Sinatra celebraba el ocaso de su existir: todo a su manera, a pesar de la duda, sin arrepentimiento por los amores y desamores.
Continúa el cuarteto con la programación que interrumpió la llegada de los restos del artista y así suena, entre porras y aplausos, “Amor eterno”. Esta vez es Lucía Méndez la que interrumpe el concierto, al parecer molesta porque las canciones que se interpretan no son aquellas por las que José José era conocido.
Desde donde se encuentra la prensa no puedo confirmar lo que comentan algunos conductores y camarógrafos; lo cierto es que el Cuarteto se retira a media presentación y le sucede prematuramente el Ensamble de la Escuela del Mariachi Ollin Yoliztlli, que comienza a tocar “40 y 20”, alrededor de las once veinticinco.
La voz de la mariachi se ve sofocada por un vicio en el sonido; a las once veintiséis se inunda el recinto de un molesto e invasivo sonido grave, resultado de la retroalimentación del sonido, que al salir por las bocinas vuelve a entrar por los micrófonos, quizá producto de la prisa con que se adapta el escenario, quizá gracias a la emorme resonancia que genera lo amplio de la bóveda del Palacio de Bellas Artes.
Continúa el homenaje con “40 y 20” y “Tu primera vez” y ambas piezas son interrumpidas constantemente por las porras de las personas que se encuentran en la Planta Baja del Palacio, entrando y saliendo en fila para asomarse, aunque sea unos momentos al lugar donde descansa su ídolo y despedirse de él.
Los familiares optan por saludar al público y la música pasa de ser la protagonista a ambientar el evento. Ya no aplauden al final de la participación del Ensamble de la Escuela del Mariachi. Así, la entrada del Trío Sensontle de Huachinango parece pasar desapercibida por el público. Y sigue fluyendo la gente mientras suenan a su cargo “O tú o yo”, “Tu primera vez” y “El gustito”, además del homenaje al estilo huasteco:
“Siempre nos cantó con fe / nos cantó su gran verdad / nos cantó su gran verdad / siempre nos cantó con fe. / Superó la adversidad / siempre nos cantó con fe / que viva José José / por toda la eternidad.”
Termina el evento dentro de Palacio al compás del Mariachi y Coro del Ballet Folklórico de México, a cuyo comienzo un servidor decide salir del recinto y buscar recoger de entre la gente algo del sentir popular. Así doy con la multitud que se agrupa alrededor de toda la plaza afuera de Bellas Artes y me doy cuenta de que la fila para pasar y ver el féretro, aunque sea unos segundos, abarca todo lo largo de la Alameda y llega hasta la entrada metro Hidalgo.
Las señoras corean las canciones del Príncipe de la canción y uno puede darse cuenta del impacto que causaron sus letras en el imaginario colectivo: la capacidad de expresar un sentimiento de forma tal que todo un pueblo lo haga suyo es un privilegio dado a unos cuantos.
Alrededor de las dos de la tarde se ve salir por el costado del Palacio de Bellas Artes la carroza fúnebre que porta los restos del cantante; la gente, separada por las vallas de seguridad, sigue cantando y lanza flores que caen en el asfalto
Algunas, antes de llegar al suelo, logran posarse unos momentos en el cofre de la carroza, que las ve caer cuando se mueve.
Se va José José a la Basílica, para finalizar el día de homenaje. Con él parte una generación entera de voces y versos que marcaron un país y acompañaron los dolores, amores y desamores de millones. Pero la música sobrevive en la cultura popular y los versos son inmortales; siempre que un corazón roto le llore al amor perdido se hará presente el pasado, y José José revive un poquito en las gargantas de quienes, sin logar su prodigiosa afinación y tonalidad, cantan: “No saben que pensando en tu amor / he podido ayudarme a vivir”.