Por Melvin Cantarell Gamboa
Según María Moliner en su “Diccionario de uso del español”, la palabra corrupción se refiere a la descomposición de lo orgánico que al cambiar altera su naturaleza de tal manera que la inutiliza, la descompone y huele mal. Desde el punto de vista social, Max Weber considera que la corrupción se da en sociedades no evolucionadas porque la poca escrupulosidad de las clases dominantes y el personal de gobierno anteponen, con absoluta impunidad, su avidez por el dinero a cualquier preocupación por los gobernados.
En México, la corrupción es además, ejemplo paradigmático de una sociedad fracasada que padece una profunda crisis de civilización, que se manifiesta en el campo de lo político bajo la forma de aspiraciones desordenadas, rechazo de todo exceso de diversidad, se coacciona a las personas a pensar con autonomía, independencia y libertad con medias verdades, posverdades y falsedades, con la intención de imponer un pensamiento único, donde se apela al principio de autoridad, jerarquía, orden, costumbres, tradiciones, coerción, control de los espacios de expresión públicos para imponer formas de comunicación e información verticales que garanticen la estabilidad y retrase toda posibilidad evolutiva. Se trata pues de evitar cualquier peligro desintegrador, fundamento de todo pensamiento conservador.
Los políticos hacen por su parte un uso astuto del poder, por un lado defienden el orden legal y moral que transgreden (porque es ese orden del que reciben beneficios) y por otro, crean instituciones y organismos que aparenten perseguir a los corruptos a condición de que guarden silencio sobre su conducta. Protegidos en esos espacios de discrecionalidad, toman decisiones en nombre de la sociedad en todas las áreas donde puedan obtener provecho; traicionando así la confianza que depositó en ellos el pueblo.
En nuestro país la corrupción es herencia del régimen patrimonial español, fue implantada por la burocracia real en la Nueva España y echó raíces en los trescientos años que duró la Colonia; su certificado de vigencia plena fue puesto al día con la profesionalización de la política después de la Revolución mexicana; la tecnocracia administrativa tomó las riendas y fusionada a la casta política, hacen del Estado su patrimonio; a ellos se suman en perfecta simbiosis sus corruptores, los hombres del dinero y juntos dominan el país entero.
En el fondo la corrupción en México es producto de factores histórico-culturales: el político mexicano carece de escrúpulos a la hora de disponer de los bienes públicos y lo hace como si fuesen propios, al grado que su enriquecimiento criminal no lo ve como ilegal, mucho menos como inmoral, sino como parte de ese derecho histórico legado del régimen colonial.
Sería ilusorio pensar que para combatirla baste el endurecimiento normativo, actualización de los marcos jurídicos, fiscalizaciones, organismos que hagan las veces de policía interna, mayor apertura informativa o la cárcel.
Si partimos de lo vivido y de los hechos veremos que la corrupción es un fenómeno inherente al sistema capitalista que alcanzó su máxima expresión durante el neoliberalismo y la globalización que borró fronteras y abrió la inversión a las empresas transnacionales en la casi totalidad del planeta. Este fenómeno empujó al sistema a vivir su etapa superior: el despojamiento. Nadie queda fuera del proyecto: regiones, países, sociedades, individuos, todos aquellos que tengan algo que se les pueda arrebatar les será quitado.
Apenas en la segunda mitad del Siglo XX los actos de corrupción no estaban tan generalizados, eran episódicos en el escenario público y en algunos casos constituían un escándalo social que llevaban al oprobio y a la marginación a sus autores; hoy constituyen actos cotidianos que infeccionan al conjunto de la sociedad, las empresas, la banca, las instituciones y agrupaciones públicas y privadas que han devenido en un estado general de cleptocracia.
En el pasado inmediato, principalmente de Fox a Enrique Peña Nieto, la corrupción se movía de arriba abajo, se generaba en las altas esferas del poder esparciéndose hacia abajo, bajo múltiples formas subculturales que contaminaron el tejido social, pues lo que se corrompe en sus partes contagia al todo, en consecuencia, la sociedad entera se hace insensible al fenómeno.
Cuando se alcanzan estos límites entramos en lo que se podría llamar una crisis de porvenir, el futuro no se vivirá mejor que hoy, se hará inhabitable porque el futuro ha sido saqueado por el presente.
Ahora bien, si lo público nos pertenece a todos, si se oculta o se desnuda absolutamente pierde su naturaleza; si se tiene la intención de ganar la lucha vital contra la corrupción hemos de empezar por alcanzar lucidez sobre el problema.
Es obvio que la corrupción ha impregnado todos los ámbitos de lo social hasta mostrase como el más agresivo problema cultural y moral de nuestro tiempo y el más grande peligro del ejercicio gubernamental.
Las instituciones en sí mismas son buenas o malas, eficaces o ineficaces, deseables e indeseables; pero lo único que puede hacerlas respetables son las personas que las representan.
Si nos preguntamos qué hacer para combatir la corrupción en el ejercicio gubernamental e institucional hallamos en nuestra historia un antecedente invaluable; en su toma de posesión como gobernador de Oaxaca, Benito Juárez dijo: “Bajo el sistema federativo los funcionarios públicos no pueden disponer de rentas sin responsabilidad; no pueden gobernar a impulso de una voluntad caprichosa, sino sujetos a las leyes; no pueden improvisar fortunas ni entregarse al ocio y a la disipación, sino consagrarse asiduamente al trabajo, resignados a vivir en la honrosa medianía que proporciona la retribución que la ley haya señalado”.
En los últimos años el tema que ha dominado en el discurso público en el combate a la corrupción es el de la transparencia, se reclama de manera efusiva sobre todo en relación con la libertad de información. Se cree que las cosas se hacen transparentes cuando la información fluye sin resistencia al torrente de la comunicación; no obstante, si un sistema totalmente transparente somete sus procesos a la coacción de los medios, algo que no necesariamente conduce a la toma de mejores decisiones, sólo hace más atractivo y valioso el producto por sus efectos pornográficos, pues la desnudez total hace de lo expuesto una mercancía de gran demanda. Además, en el proceso, las relaciones entre los individuos se cosifican y toda relación entre cosas no esclarece por sí sola el mundo humano.
Benito Juárez nos proporciona la clave para alcanzar objetivos mas precisos. El mejor presidente de México habla del sujeto (en términos de estar sujeto a la ley), de carne y hueso que es el servidor público, a él, a su manera personal de ser y conducirse dirige su discurso, le pide que posea un yo ético, que se conduzca con rectitud y honestidad, que su conducta sea irreprochable y su modo de vida ajustado a una honrosa medianía.
Juárez no se equivocaba, quien se compromete a servir a la sociedad debe construirse antes un ethos que dicte su actitud moral ante sus responsabilidades. Hoy la neurobiología ofrece muchos recursos para la mejora de sí mismo.
“La ética, por ejemplo, es un asunto del cuerpo y no del alma, proviene de la materia del cerebro y no de las brumas de la conciencia”. No se nos da en los libros ni se aprende repitiendo principios morales, es algo que podemos producir y construir mediante un trabajo de adiestramiento neuronal que impregna nuestro sistema nervioso (Michel Onfray. La fuerza de existir. Anagrama. 2008). El ethos que nos permite ser dueños de nuestros actos y que define la manera de vivir y reaccionar, sin ambigüedad moral, frente a las situaciones y circunstancias puede alcanzar niveles de nobleza con ejercicios éticos” (Michel Foucoult.
El gobierno de sí y de los otros. FCE. 2011). Existen además antropotécnicas que se aplican sobre sí mismos para modificar y optimizar el comportamiento humano (Peter Sloterdigk. Haz de cambiar tu vida. Siruela). Otro texto importante sobre el tema son los ejercicios espirituales que no guardan ninguna relación con la religión y que Pierre Hadot ha rescatado de la antigua filosofía griega (P. Hadot. Ejercicios espirituales y filosofía antigua. Siruela 2006).
Todas estas técnicas contribuyen a crearnos una sobrenaturaleza, como le llama Ortega y Gasset, que permite al individuo operar éticamente y civilizar al animal humano que somos, para no ser barridos por la gran amenaza que representa la corrupción en nuestro ámbito. No combatirla nos hace cómplices del corrupto.