Bolivia y México: Dos elecciones tan distintas
Para la izquierda latinoamericana, los resultados de los procesos electorales registrados el fin de semana pasado, son diametralmente diferentes en dos países importantes
En Bolivia, con un 52% de los votos a su favor, el partido del pueblo MAS, consigue hacerse de la presidencia del país, no obstante los esfuerzos de la derecha nacional e internacional por impedirlo.
Los intentos de manipulación de resultados, la presencia de los cuerpos de seguridad en las calles, la enorme cantidad de recursos invertidos por la derecha neoliberal en el país y la presión de organismos internacionales tan abiertamente proclives a la defensa de los intereses del imperio norteamericano, no fueron suficientes para desanimar a un pueblo mayoritariamente indígena, que acudió a las urnas para hacer valer sus derechos electorales.
El efecto pandemia tampoco fue un motivo de peso, para que la asistencia al proceso de elección, fuera bajo. Con las medidas de prevención necesarias, la sociedad boliviana acudió puntual a la cita que definiría en rumbo del país en los siguientes años.
En México, las cosas sucedieron de manera diferente. Es verdad que el proceso electoral fue marcadamente menor. Únicamente en dos entidades del país se realizaron votaciones locales. Es cierto también que el control del gobierno federal se encuentra ya en manos de la izquierda. La Cuarta Transformación es una vía de cambio puesta en marcha, que avanza de manera firme y sostenida en sus dos primeros años de gobierno.
No obstante, estas elecciones locales eran el termómetro que mostraría el grado de compromiso de nuestra sociedad, en dos bastiones importantes para la derecha mexicana. Coahuila e Hidalgo son dos entidades gobernadas por la oposición. Había que arrebatar el control total que los grupos priístas han mantenido por décadas en ambos Estados.
Y no se logró.
Hubo presencia de grupos ligados a la delincuencia organizada recorriendo las calles. Los recursos económicos de la derecha fueron enormes. Se intentó desmotivar a la sociedad para que no acudiera a las urnas, aduciendo el peligro de contagio de Covid-19. La autoridad estatal estuvo trabajando a favor de sus candidatos priistas.
El resultado fue un triunfo mayoritario de la oposición en la mayor parte de los municipios en disputa, así como en la renovación de los congresos locales.
Una asistencia ciudadana raquítica en el proceso electoral, calculada alrededor del 35%.
Hidalgo y Coahuila siguen en manos de los grupos de poder neoliberales. La corrupción a nivel estatal, seguirá gobernando por un buen tiempo en ambas entidades.
¿Qué hace tan diferentes a estos dos procesos?
Sin entrar en el estudio profundo de ambas situaciones y teniendo en cuenta que se trata de dos elecciones con relevancia distinta para cada país, podemos decir lo siguiente.
La principal causa del triunfo en Bolivia y los pobres resultados que se consiguen en México, tiene que ver más que nada, con los partidos políticos que representan a la izquierda en ambas naciones.
El MAS boliviano, es una fuerza construida en años, a base de esfuerzos, dedicación y contacto permanente con la gente. Es un partido político identificado plenamente con los ciudadanos, de mayoría indígena.
Por lo que pudimos ver desde el Golpe de Estado en contra de Evo Morales, el MAS es indestructible. Es un poderoso núcleo ciudadano, donde lo que sobran son cuadros preparados. El gobierno golpista de Jeanine Áñez Chávez, desterró, encarceló y asesino a un buen número de dirigentes del MAS, sin conseguir debilitarlo.
El MAS, fuerte como al inicio, arropado por un pueblo que siente suyo al partido, lo protege, lo sostiene y en su momento, lo relanza con vigor para ganar una elección que les da una nueva oportunidad para escapar de las garras del imperio norteamericano.
El partido fundado por Evo Morales, ha sabido estar a la altura de su compromiso histórico y en las elecciones del fin de semana, dio prueba de ello. La convocatoria a sufragar para recuperar el poder, fue atendida por la mayor parte de la sociedad del país.
Aquí en México, Andrés Manuel López Obrador creó una fuerza similar con Morena. Una herramienta partidista que consiguió llevar al poder al hoy presidente. Un partido-movimiento que despertó el interés ciudadano en 2018 y que afilió a cuadros importantes a su estructura.
Una vez siendo gobierno, esos cuadros pasan a formar parte de la nueva administración pública. Y ahí, Morena se desangra. Lo más lamentable del asunto es que no hay interés por cubrir los espacios con gente joven. No hay proceso de formación al interior del partido.
Lo que queda dentro de Morena, son los viejos cuadros burocráticos, herencia del PRD. Gente que pelea por los puestos y no por las ideas. Políticos con muy poco o ningún contacto con el pueblo. Son “los puros”.
No se hace trabajo a ras de piso para dar solidez al proyecto de Cuarta Transformación. Se abandona al pueblo y en lo que corresponde a estos dos procesos electorales, se eligen como candidatos a varios perfiles identificados al PRI y al PAN.
Aquí en México, al pueblo se le conoce como “El Tigre”, de acuerdo al calificativo utilizado por el presidente López Obrador.
Y “El Tigre” se da cuenta de todo. No lo engañan, ni se engaña. Sabe que Morena no camina bien. Entiende que hay intereses políticos y económicos en su dirigencia. Atestigua las constantes batallas de unos contra otros para conseguir el control del partido. Esta guerra intestina dura ya dos años y Morena sigue igual de mal, o peor.
A eso se debe el pobre nivel de convocatoria conseguido en la elección recién celebrada. No hubo trabajo partidista. No se convenció al pueblo de que era indispensable su participación. Fue más fuerte la campaña de miedo y el temor a la pandemia. El dinero de la derecha fue preferible, ante la falta de trabajo político del partido.
Por eso se perdió la oportunidad de triunfo.
Muchos piensan que la mejor manera de aportar a la Cuarta Transformación, es callando las deficiencias que presenta Morena en este momento.
“Es hacerle el juego a la derecha”. “Es debilitar aún más al partido”. “Es atacar a los compañeros”.
A esas voces hay que responderles que “El Tigre” ha esperado pacientemente DOS AÑOS, sin ver resultado alguno en Morena.
Criticar para que mejoren, no es atacar. Por el contrario, es el aviso a tiempo para que reencuentren el rumbo.
Morena son unos miles de ciudadanos que participan por una vía partidista. “El Tigre” son millones de simpatizantes que depositan su confianza donde mejor les conviene.
La obligación de la militancia de cualquier partido político de izquierda, es marchar junto al pueblo. Estar con el pueblo. Nutrir sus filas con gente del pueblo.
Cuando la militancia (y estamos hablando aquí de la militancia que dirige y no de sus bases), olvida eso y lucha por cargos y privilegios, el pueblo deja de escucharla.
Ojalá, por el bien de Morena, de la Cuarta Transformación y del pueblo de México sobre todo, esta fuerza política entiende de una buena vez, que están mal. Que deben cambiar de inmediato.
De no ser así, todos pagaremos las consecuencias de su irresponsabilidad.
Mientras, la derecha celebra.
Malthus Gamba