Analistas y “expertos” dan consejos a AMLO, olvidando la historia
Los especialistas y la ciencia de gobernar
Hace unos días de visita por Ecatepec en el Estado de México, el presidente señaló: “No crean que tiene mucha ciencia gobernar. Eso de que la política es el arte y la ciencia de gobernar no es tan apegado a la realidad; la política tiene que ver más con el sentido común, que es el menos común de los sentidos.” Inmediatamente los detractores del gobierno -ojo, no sus críticos-, alistaron sus bolígrafos, sus teclados o sus dedos, según sea el caso, para denunciar la ignorante denostación que hacía el presidente de la actividad política. Nos sorrajaron sus opiniones, nos exhibieron la enorme ignorancia del tabasqueño desempolvando sendas citas de autoridad, recurrieron a filósofos y científicos para avalar su ilustre opinión, lanzaron encuestas preguntando al respetable si estaba de acuerdo con la declaración de que gobernar no tiene mucha ciencia o era otra desafortunada declaración.
Lo interesante, después de tan apabullante demostración de inteligencia, es la defensa que en el fondo conllevan estas posiciones. El subtexto de estos argumentos que defienden a ultranza la actividad política como una actividad que requiere un alto nivel de especialización y que por lo tanto solo unos cuantos pueden realizar, pretende mantener vigente la exclusión de las mayorías, los ciudadanos de a pie en los asuntos políticos, reducir la cualidad política de los ciudadanos a su mínima expresión, la del voto. Pero además, esta afirmación pretende borrar de un plumazo miles de años de historia en la que gente común, sin preparación académica, sin un alto grado de especialización, han hecho del gobernar un asunto de justicia e igualdad.
Casos hay muchos, en la literatura baste recordar el episodio de Sancho como gobernador de la ínsula de Barataria, uno de los ejemplos más claros de cómo se hace gobierno y se administra justicia salomónicamente por parte de los no especialistas. Otro episodio, este sí histórico, pero que guarda desde mi perspectiva una notable similitud con esa forma “sanchesca” de hacer gobierno, es el breve periodo que va del 8 de diciembre de 1913 al 7 de enero de 1914 en que Francisco Villa gobierna Chihuahua y establece un gobierno al servicio de los más necesitados fijando el precio de productos básicos como la carne, que pasó de costar un peso por kilo a 15 centavos (dos son los historiadores que dan cuenta de este proceso en las respectivas biografías que realizan de Villa; F. Katz y P.I. Taibo II).
Otro aspecto relevante de esta posición es que además de su desconocimiento u omisión de los ejemplos históricos, que hay muchos, pretende invisibilizar las formas de organización política que se dan en las comunidades campesinas e indígenas desde hace casi 500 años y que se mantienen hasta nuestros días. Ejemplos como los de los caracoles zapatistas, los procesos electivos y de gobierno basados en sistemas normativos propios como el caso de Cherán, Oxchuc, Ayutla y los que se van sumando, son la muestra clara de que gobernar no es un atributo propio de la clase política o los especialistas, muy al contrario, esta es ejercida por campesinos e indígenas con una formación escolar básica, pero que contrario a esta lógica conservadora pretende, han hecho del gobierno un verdadero servicio público y no un negocio privado.
La idea de la especialización, si bien no es nueva y ha sido un signo del poder en todas las sociedades, ha servido como una forma de distinguir a las élites del resto de la sociedad. Los especialistas resguardan el conocimiento y su transmisión generacional a otros miembros, que los sustituirán y garantizarán el status quo.
Constituyen claustros respecto al conocimiento, son la voz autorizada porque el “saber es poder” y ni uno ni otro pueden ser del dominio público. Bajo esta idea de que la política es una actividad reservada para los doctos, se ha excluido de ella a las mujeres, a los afrodescendientes, a los indígenas y a los sectores populares. La política aparece no sólo como una actividad especializada, también de abolengo, de apellidos y familias que generación tras generación se heredan el poder, se reparten cargos, se benefician afianzando su posición mediante alianzas, compadrazgos y lazos de sangre. Asumen los espacios de gobierno como su espacio natural y sobre el que tienen derecho de piso, reaccionan ante la amenaza de perder ese espacio que sienten suyo, más aún si quien representa una amenaza no pertenece a esa élite o viene del pueblo llano.
Crónicas como la de Martín Luis Guzmán sobre los zapatistas en 1914 dentro de Palacio Nacional, desde una supuesta altura cultural y civilizatoria se siguen reproduciendo lastimosamente en cada nuevo episodio en el que los desarrapados, contraviniendo toda lógica, irrumpen en el escenario político reclamando ser parte en el espacio del que siempre se les ha excluido.
David Benítez
Profesor investigador UAM-Xochimilco
Twitter: @DavidBe74096312