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Afganistán, el país que EU no pudo occidentalizar; el desastre de la globalización forzada
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Afganistán, el país que EU no pudo occidentalizar; el desastre de la globalización forzada

Textos y Contextos

Por: Miguel Alejandro Rivera
@MiguelAleRivera

En días pasados, las tropas estadounidenses abandonaron Afganistán, en un movimiento controversial que dejó más dudas y problemas que respuestas y soluciones; para muchos el fracaso de una intervención militar de dos décadas, este movimiento supone que la globalización es un concepto aún difícil de instaurar a nivel internacional.
En naciones como las de América Latina, por ejemplo, no ha sido tan complejo el comprender que el sistema Mundo se va homologando en materia económica, cultural e incluso hasta religiosa: la forma en la que se dominó a los pueblos originarios del continente, el mestizaje, y los subsecuentes procesos de independencia, permitieron que el devenir decantara en lo que es para nuestros pueblos un Siglo XXI que tiende al encumbramiento occidental.

Sin embargo, en la zona que conocemos como Medio Oriente, las culturas asentadas en Persia, el viejo Imperio Otomano, o Afganistán, albergan sociedades milenarias cuyas tradiciones y formas de pensar pueden llegar a ser diametralmente opuestas a un sistema internacional que, en nuestra época, resultó tener mayor preponderancia y se ha intentado imponer a toda costa, incluso en ocasiones bajo la hipocresía de las potencias mundiales.

El filósofo alemán Herbert Marcuse realizó cuantiosos estudios sobre la ideología de las sociedades industrializadas, como la norteamericana. En obra más importante: “El hombre unidimensional”, Marcuse expone como las sociedades dominantes buscan determinar el destino de los pueblos insertando la idea de la democracia, el pluripartidismo, y la cultura que ellos mismos proponen como una especie de libertad controlada. También se exponen planteamientos como el de la enajenación mediatizada a modo de control y supresión de la individualidad en el ser humano; la idea es: “nuestra sociedad y su modo de vida es lo mejor de todos los mundos”.

Es precisamente esta necesidad de imposición sistémica lo que generó, por ejemplo, el surgimiento de los Talibanes, como grupo extremista armado de resistencia en contra de la extinta Unión Soviética que luchó en los años ochentas para combatir el intervencionismo, siendo financiados, por los Estados Unidos.

En 1996, los Talibanes lograron encumbrarse en el poder bajo una sangrienta estrategia, asesinando a sus rivales políticos y militares, similar a lo que sucede este 2021 en dicho territorio; para ellos, dar muerte a mujeres que se encontraban en la administración pública, a personas pertenecientes a la comunidad LGBTT, o a cualquiera que no comulgue con su versión del islamismo, es un acto de compasión para un alma desdichada que no quiso adaptarse a ese orden social.

En 2001, tras el atentado a las Torres Gemelas de Nueva York, los Talibanes atrajeron la atención internacional tras las acusaciones públicas que el gobierno de los Estados Unidos realizó contra Osama bin Laden, personaje que fue financiado por la CIA en tiempos de lucha afgana contra la Unión Soviética; insistimos, de alguna forma los Talibanes son hijos del imperialismo estadounidense.
A este fenómeno, el periodista uruguayo Eduardo Galeano lo define como “los malos de carrera larga”, esos a los que Estados Unidos apoya un día y ataca al otro, cuando ya no le sirven o puede utilizarlos como chivo expiatorio: Sadam Husein, Muamar Gadafi, son otros ejemplos, sólo por nombrar algunos.

Entonces, conflictos como los que vemos en Afganistán, que se han replicado en Siria, Palestina, Irak y en otras partes del mundo, no están exentos de la responsabilidad que han tenido las grandes potencias occidentales al intentar imponer sus sistemas económicos, políticos, sociales, religiosos y culturales. En Ruanda, la masacre de 1994 atiende a la transformación de territorios tribales en Estados, e incluso hasta el conflicto en Chenalhó, Chiapas, alberga la misma problemática: imposición de la organización y la administración social.

Es importante señalar que, desde la moral que tenemos como mexicanos, por supuesto que se condenan las formas en las que los talibanes han asaltado el poder tras la partida de las tropas estadounidenses; sin embargo, la propaganda de los Estados Unidos a partir de 2001, ha generado una idea errónea sobre las sociedades medio orientales, criminalizando a todo aquel que piense distinto para reforzar un proceso de homologación internacional, cuando no debemos dejar cuestionarnos los costos que esa globalización forzada le ha traído a un montón de sociedades en todo el mundo.

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