¿A quién apoyará la Iglesia esta vez?
Por Miguel Ángel Lizama
@Migueliz8
Es sabido que desde los púlpitos los sacerdotes participan en contiendas electorales, induciendo “simpatías” o exacerbando antipatías, amparados en la libertad de culto. Pero no es tan sabido que la Iglesia católica ha tenido siempre un germen expansionista desde que los emperadores romanos -primero Constantino y luego Teodosio- pusieron las bases sobre las que crecería esa religión. Constantino impuso la Cruz como símbolo de Fe (vigente hasta hoy) en vez del PEZ, la identidad entre Cristianos. La Cruz representa el castigo romano; el Pez, el reconocimiento de estar en la Red del Maestro. El castigo se sobrepuso a la red. Teodosio impuso el cristianismo como Religión Oficial cuando dividió al imperio en Oriente y Occidente, y al prohibir los cultos paganos inauguró la Intolerancia eclesiástica como distintivo católico, que persiste no obstante la evolución social y el surgimiento de otras religiones regionalizadas.
Intolerancia y expansionismo fueron columnas del crecimiento clerical romano, que sucesivos Papas alentaron con guerras y depredaciones, en nombre de quien fue epítome de la Paz y el Amor entre hermanos. En el nombre de Cristo, como marca registrada, el catolicismo acumuló riquezas enormes y se convirtió en un ente mercantil que vende la Fe como mercancía y todo es comercializado, desde el reconocimiento papal a reyes o gobernantes, hasta ceremonias y bendiciones incluso a trasnacionales del lucro, como los Legionarios de Cristo de Marcial Maciel y el Opus Dei de José María Escrivá de Balaguer.
En México llegó el catolicismo con los conquistadores españoles, bendiciendo las matanzas de indígenas para despojarlos de riquezas y posesiones y convertir a sus mujeres e hijos en esclavos de la nueva Fe impuesta a sangre y fuego. Durante siglos se alentó el fanatismo y se nutrió del diezmo obligatorio en todo, lo mismo para nacer que para vivir o morir. BENITO JUÁREZ GARCÍA, el indígena zapoteco que llegó a Presidente de MÉXICO con todo en contra, terminó con eso y decretó la separación Iglesia-Estado, la instauración del Registro Civil y la prohibición del diezmo obligatorio. Pero gracias al fanatismo, Juárez hasta hoy es considerado entre la clase más retrógrada de la sociedad mexicana, la representación del mismo Diablo.
Cuando Lázaro Cárdenas decretó la Expropiación Petrolera e inició la Alfabetización nacional con la creación de Normales Rurales, el catolicismo mexicano vio a un Juárez redivivo y alentó la formación del Partido de Acción Nacional, para enfrentar al General y hacerle contrapeso a sus medidas de beneficio popular (populistas, comunistas, anti-eclesiales, las llamaron). A la jerarquía clerical no le importó el bienestar general que se esparcía. Sólo quería intocada su fuente de abundancia basada en el fanatismo.
Hoy que el BIENESTAR es divisa y vocación del nuevo gobierno, auténticamente surgido de la libre voluntad popular, se alienta desde las sacristías otra reacción clasista como en el Juarismo y Cardenismo. Sin embargo, el problema católico actual es que la evolución social rebasó su anacronismo. Sus reacciones contrainsurgentes se topan con un nuevo Pueblo mexicano (más consciente de su propia importancia y valor) y con la atomización de sus intereses económicos, políticos y mediáticos -antes congregables en los altares o confesionarios-, cada uno con su particular concepto de bonanza.
Ya no resulta tan fácil armar una oposición, como los hechos demuestran y se nota claramente en los ridículos esfuerzos de juntar residuos políticos de la última elección, antes doctrinariamente opuestos, unidos ante el enemigo común que los revolcó: el Voto Popular, más que el Candidato ya trampeado dos veces antes. Pese a ello, persisten grupúsculos beligerantes promovidos por el fanatismo comercial y religioso, pero sin tanto eco juvenil como lo tuvieron antes de 1968. Ya son fantasmas la ACJM (Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos, brazo juvenil del PAN); el MURO (Movimiento Universitario de Renovadora Orientación) en la UNAM; los atrabiliarios Tecos de la UAG en Jalisco; los MICOS (Movimiento de Integración Cristiana) de la Universidad de Sonora; El Yunque de las grutas cavernarias de Guanajuato… organizaciones belicosas y clandestinas auspiciadas y bendecidas por la Iglesia más oscurantista, y manipuladas por personajes o grupos políticos de diversa filiación e intereses invariablemente económicos.
A la evolución social se contrapone la involución clerical, que se aferra a esquemas ya gastados por tanto abuso eclesiástico -como la pederastia-, tolerado por la jerarquía vaticana y que el Papa Francisco se empeña en acabar, ante la resistencia de la Curia romana y los episcopados. En México la iglesia tiene bastiones de duro fanatismo, sobre todo en estados donde se dio la guerra cristera. Por ahí no se queda nada que sus obispos no le otorguen su “Nihil Obstat” (sin objeción)… Aguascalientes, Guanajuato, Querétaro, Jalisco, Michoacán, entre otros, los cree el PRIANismo sus Santos Lugares a salvo del Demonio democrático.
El Nuevo Diablo mexicano (porque los hay iraquíes, coreanos, venezolanos, etc.) nacido en Tepetitán, Tabasco, de nombre ANDRÉS MANUEL LÓPEZ OBRADOR, libra una Cruzada contra los devotos del Dinero encima de todo, para rescatar de las garras del fanatismo neoliberal a un pueblo atávicamente creyente en el retorno de Quetzalcóatl, que tanto bien hizo, y ponerlo en la ruta irreversible de “EL BIEN Y PROSPERIDAD DE LA UNIÓN”, como obliga la Constitución.
Ante la contundencia de “la tercera es la vencida” que los va esfumando de la escena política mexicana, los feligreses del monetarismo se juntan para combatir a su Diablo con todos los recursos posibles -buenos, malos y peores- sin darse cuenta ni aceptar que NO TIENEN APOYO POPULAR verdadero y, al contrario, su némesis suma y suma adeptos con su buen actuar evidente.
Por como van las cosas, ni el Episcopado podrá salvarlos, aunque bendigan todo el mar para bañarlos y salvarlos de la extinción. Ni todas las hostias del mundo les purgarían sus pecados.