Parecería que ha pasado mucho más tiempo, pero hoy apenas estamos comenzando la segunda mitad del gobierno del presidente López Obrador y a pesar de lo que pudiera parecer, la vida pública de México ha cambiado radicalmente en estos primeros 3 años.
El cambio profundo se manifiesta en la vida de la mayoría de los habitantes, en un sentido o en otro. La pérdida de privilegios de las élites oligárquicas se hace evidente a través de los mensajes que mandan de sus voceros alquilados todos los días, desde todos los foros a los que tienen acceso, como la prensa convencional y sus comentócratas, las tribunas del Congreso, los órganos autónomos que formaron para protegerlos, el calentamiento de las calles con grupúsculos violentos, los ejércitos de troles y bots contratados para generar tendencia, así como para hostigar internautas, hasta algunos de sus representantes directos en el tráfico de influencias que han tenido que salir a dar la cara, en la medida en que todas las demás herramientas aplicadas van perdiendo eficacia.
Su alegato principal es que este proceso está destruyendo al país y su exigencia fundamental es que se les devuelva el control sobre el botín al que ya no tiene acceso. En lo primero tienen razón; el proceso de transformación que está viviendo México, pasa forzosamente por una destrucción creativa. Se tiene que destruir mucho de lo que se había construido chueco, para poder edificarlo en beneficio de todos.
Las instituciones de corte extractivo diseñadas para que estos grupos privilegiados pudieran llevar a cabo el saqueo de las riquezas del país, igual que del erario en forma eficiente, van desapareciendo gradualmente para convertirse en otras de corte incluyente, que ya no permiten la rapiña de unos cuantos y que orienten los beneficios de la economía en beneficio de todos los habitantes.
Y mientras van en aumento sus lamentos, berrinches y exigencias, la aprobación sobre las acciones del gobierno también sube. Cuando inició su gestión, la aprobación del presidente se ubicaba por encima del 70%; hoy a 3 años de distancia, los resultados de prácticamente todas las empresas que se dedican a realizar estas mediciones, lo ubican otra vez en esos niveles. Es decir, que toda la estrategia de los oligarcas para desplomar estos indicadores, ha resultado fallida y muy costosa para ellos.
El precio que están pagando no solamente debe medirse en dinero, que seguramente ha sido mucho, sino en la pérdida de prestigio, respetabilidad y perfil moral en el que son evidenciados. A diferencia de gobiernos anteriores, donde la estrategia para vencer a la oposición era violenta y represiva, en este se ha concretado a dejarlos en libertad para que se manifiesten, para poderlos exhibir exactamente como son.
Grupos de personas egocéntricas, a quienes no les importa más que el dinero, el poder por el poder, las cosas superfluas y los pensamientos superficiales y vacíos. Que no tienen ningún respeto o interés por el bienestar de los demás y tampoco cuentan con escrúpulos de ninguna índole.
Ya a nadie sorprende que personajes como Claudio X González, salga en los medios apurando a la ciudadanía para que le regresemos el control del presupuesto público, pidiendo el voto por los partidos que son de su propiedad, o una Carmen Aristegui, publique calumnias sobre la familia del presidente. Ya no confundimos al primero con la figura de un empresario ni a la segunda con la de una periodista. Ahora sabemos más allá de toda sombra de duda qué es lo que son exactamente todos ellos.
Como dijo el escritor francés Alejandro Dumas: “Toda falsedad es una máscara y por bien hecha que esté la máscara, siempre se llega, con un poco de atención, a distinguirla del rostro”.