Calderón y sus giras para robar
Durante los 40 años de neoliberalismo en México las afrentas contra la sociedad fueron tantas y de tales magnitudes que es fácil olvidar la mayoría de ellas cuando sólo se recuerdan las más ominosas. Sería como una bendición poder olvidar todas las que sucedieron, por ejemplo, en el último gobierno panista encabezado por Felipe Calderón un narcotraficante asesino, pero es imposible que las heridas abiertas en ese sexenio dejen de doler después de sólo 10 años.
Los fraudes electorales, las masacres, desapariciones forzadas, desplazamiento de millones de personas, resultado de una asociación delictuosa entre el narcotráfico y el gobierno federal; los saqueos, la destrucción sistemática de PEMEX, el desmantelamiento de la industria eléctrica nacional, los robos mutimillonarios descarados, el crecimiento exponencial de la deuda pública, la tendencia desbocada en los homicidios dolosos y demás horrores operads por el cartel de Los Pinos entre 2006 y 2012, debilitan la capacidad de la memoria relacionada con otros temas aparentemente menores, pero emblemáticos de la podredumbre con la que estos criminales del PAN manejaron el gobierno.
Uno de esos temas olvidados que pintan al gobierno de Calderón en su dimensión más ridícula, por inútil y vergonzosa, sucedió el 22 de abril de 2008 durante una cumbre trilateral en el hotel Windsor Court de la ciudad de Nueva Orleans, entre los jefes de estado de Canadá, Estados Unidos y México, que entonces eran Stephen Harper, Geroge W. Bush y Felipe Calderón, cuando varios de los miembros de las delegaciones de los 3 gobiernos colocaron sus teléfonos móviles sobre una mesa afuera del recinto de la reunión para evitar interrupciones.
La reunión se denominaba como la cumbre de la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte, pero el trabajo de inteligencia desplegado por todas las agencias de los Estados Unidos, no tomó en consideración que la delegación mexicana, como todo el gobierno federal en ese sexenio, estaba plagada de criminales y de ladrones en sus filas, por lo que no reforzaron la vigilancia en plena reunión.
Nadie fue asignado a una tarea tan irrelevante como cuidar la mesa donde se colocaron los celulares de los asistentes, situación que aprovechó un raterillo de poca monta que ostentaba el nada despreciable título de Subdirector de Coordinación y Avanzada de Coordinación Logística de la Presidencia de la República, llamado Rafael Quintero Curiel, acercándose a la mesa y embolsándose 7 Blackberries propiedad de algunos miembros de la delegación estadounidense que estaban en la reunión, huyendo con el botín para preparar su escape hacia el aeropuerto.
Cuando los dueños de los teléfonos salieron de la reunión, notaron la desaparición de sus aparatos, algunos de los cuales deben haber guardado información de seguridad delicada que no deseaban compartir con nadie, por lo que seguramente se armó una retahíla de protestas. Ante esta situación el Servicio Secreto de los Estados Unidos revisó las cámaras de seguridad y sorprendió al tal Quintero embolsándose los equipos y poniendo pies en polvorosa. La reacción del Servicio Secreto fue inmediata alcanzando al raterillo oficial del gobierno panista en el aeropuerto, cerrándole el paso y pidiéndole los celulares robados.
El ladrón panista se defendió al más puro estilo de su jefe, negando categóricamente que se hubiera robado los teléfonos, hasta que uno de los agentes le mostró los videos y no tuvo más remedio que devolverlos, huyendo mientras alegaba inmunidad diplomática.
El vergonzoso asunto se ventiló desde la vocería de la Casa Blanca y hasta por medio de la cadena Fox News; el gobierno mexicano castigó al ratero separándolo de su cargo para que se dedicara a atracar en otra parte, mientras su jefe Calderón y García Luna se robaban impunemente la ayuda que habían negociado en esa reunión para combatir al narco, que les brindaron las propias víctimas de Quintero, a quienes engañaron para que pensaran que el verdadero ladrón era el ex empleado de la presidencia de México.
Como dijo el escritor italiano Carlo Dossi: “La equivocación de los ladrones ante el público y la justicia, consiste en no haber robado lo suficiente para ocultar su hurto”.