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Un martirio llamado búsqueda: Jalisco, el estado de la desaparición
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Un martirio llamado búsqueda: Jalisco, el estado de la desaparición

Textos y Contextos

Por: Miguel Alejandro Rivera
@MiguelAleRivera

Héctor Flores fue un trotamundos. Sentado a la mesa, comiendo pasta y bebiéndose una Coca-Cola cuenta divertido montones de anécdotas de cuando conoció Hong Kong, Alemania, Chile y el resto de América Latina; un tipo que te agrada tan pronto cruzas palabra con él, se ríe de todo, carga una bolsa de galletas que va ofreciendo a quien se encuentra. Héctor disfrutó de la vida hasta que, en Jalisco, le desaparecieron a su hijo.

Lo mismo le pasa a Liliana Meza, piel morena, cabellos en rulos negrísimos, una sonrisa tintineante por los brackets que ahí trae pegados. Mujer jovial, se le nota alegre: hace bromas, se lleva pesado con Héctor, los dos aprovechan cualquier cosa para bromear y reír a cada oportunidad… pero cuando el tema se toca, cuando Max, su hijo desaparecido, sale a la conversación, o cambia el tono y habla con coraje, o nomás se aguanta las lagrimas porque, dice, “yo casi no lloro”.

Ella es presidenta del colectivo Luz de Esperanza, él es miembro tozudo del mismo, también padre buscador, cosa poco común en un país donde las mamás se han echado al hombro la enorme responsabilidad de la búsqueda de las personas desaparecidas, más aún en estados como Jalisco, cuya crisis, como dice el defensor de derechos humanos Cesar Pérez Verónica, ya no es crisis, ya más bien parece algo endémico que, desde hace casi 20 años, es algo que no sólo no para en el estado, sino que aumenta, haciendo que la entidad tenga el muy deshonroso primer lugar en la incidencia de este delito de lesa humanidad.

El propio Cesar Pérez lo señala: para entender la escalofriante cifra, hasta este febrero de 2023, de más de 15 mil desaparecidos en Jalisco, un estado donde en el paisaje urbano ya es malditamente normal ver fichas de búsqueda en las paredes, habría que desentrañar a fondo la historia de los tapatíos, tanto los gobernantes, fiscales y políticos que han tenido en las manos la región, así como la infiltración del crimen organizado en muchas instituciones gubernamentales.

Pero no sólo eso, habría que tener conciencia histórica, saber que la desaparición de personas no es un problema de hace unos pocos años, ni siquiera a partir del sexenio de Felipe Calderón, cuya estrategia agravó la violencia social, la inseguridad y la desgracia para decenas de miles de familias enlutadas o en búsqueda de algún ser querido; este problema molesta desde hace décadas.

Es frustrante saber que Héctor estuvo cerca, muy cerca, en algunas ocasiones de encontrar a su hijo: se siente su desesperación a cada palabra que lanza cuando narra sus historias; es más frustrante aún que gente de ciertas autoridades de pronto le diga a la cara: “pues sí, tienes razón”, ante las investigaciones que él mismo ha hecho y en las cuales se arroja, la fiscalía estuvo involucrada.

“Desde que desapareció mi hijo me veo y ya no me reconozco”, es la constante que dicen las madres, los padres de las personas desaparecidas. “Se me fue la paz”. “Mi familia nos dio la espalda”… Tantas palabras que en los testimonios se repiten y situaciones como que el buscador, la buscadora, al parecer ya no tienen derecho a ser felices: “¿Cómo vas al baile, si tu hijo no aparece?”, “¿Por qué te arreglas tanto, qué no andas buscando a tu hijo?”, dice Héctor: “Mejor ya no voy a las fiestas familiares, llegas y todos se callan, como si uno ya no pudiera convivir; por eso mejor ya ni voy, para qué les echo a perder sus reuniones”… Hasta con eso, su obligación sufrir; sonreír, su pecado.

Un sin sentido también lo que vive Rosario Cervantes, madre buscadora desde que Osvaldo, con 25 años, desapareció en 2014. Casi 10 años lleva sufriendo, batallando, esperanzada en hallar a su hijo; al principio no quería salir de noche; si la caída del sol la agarraba en la calle, le atacaban los nervios; padecer la indolencia de las autoridades que no ayudan, muchas estorban; soportar la indiferencia social que no cesa… con todo y eso, gracias a montones de diversas terapias, Rosario decidió estudiar una ingeniería, por lo cual, en algún momento, ciertas personas la hicieron sentir culpable. “Apenas hace poco, por fin me tomé unas vacaciones, porque también quería disfrutar a mis nietas, a mis otros seres queridos, y eso no quiere decir que no siga buscando a Osvaldo”, lo cuenta, justo, con una playera puesta que tiene estampado el rostro de su hijo. ¿Por qué juzgar a una persona que, acepta, le han rondado pensamientos suicidas, pero no porque no quiera vivir, si no porque piensa en alternativas, hasta las más desgarradoras, para acabar con su dolor?

Y es que pese a verlos reír un rato, ahí, comiendo pizza y pastas, Héctor, Rosario, Liliana al rato llegan a la soledad de sus almohadas, que, como ellos dicen, son las únicas que lleva la cuenta exacta de cuántas lágrimas les han derramado…

Mañana, a seguir en las búsquedas, de las cuales, ya casi con sorna, Héctor y Liliana cuentan: “Nos metemos a lugares donde ni las autoridades quieren; el otro día a Héctor hubo que sacarlo de una barranca y le aventaron una manguera vieja, antes no se rompió. Luego ni los aparatos que llevan los de las comisiones, y que valen millones de pesos, sirven; tampoco los perritos, que andan olfateando y no encuentran nada. Luego ahí vamos nosotros y de pronto aparece un cráneo: ‘aquí hay un cuerpo’, les decimos a las autoridades que nos acompañan, y ellos nomás recogen el cráneo: ‘mañana venimos por el cuerpo completo’, nos responden, hasta que les insistimos: ‘pues si no lo sacan, cuando se vayan, nosotros vamos a regresar por él, ¿cómo lo vamos a dejar aquí?’…”.

Y así es el cuento de nunca acabar, la vida de los buscadores, las víctimas, que cansados de la palabra ‘empatía’, que ya se antoja más condescendiente que otra cosa, piden que los demás, los que tenemos la enorme dicha de no sufrir por un desaparecido, les ofrezcamos un honesto trato humano, nos olvidemos del estúpido “en algo andaba” o el “se fue con el novio”. Respetemos sus luchas, que, como dice Héctor, las marchas, las búsquedas, las pegas de fichas, las quejas contra las autoridades, “son una forma de sobrevivir la ausencia”.

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