Estamos siendo testigos de un fenómeno sociopolítico que no habíamos presenciado nunca antes. La movilización organizada de miles de mexicoamericanos con el único objetivo de manifestar su apoyo a un presidente mexicano en los Estados Unidos, uniéndose en Nueva York para darle la bienvenida alrededor del edificio de Naciones Unidas, con canciones, bailes, trajes típicos, porras y bendiciones.
El viaje relámpago que realiza el presidente López Obrador para encabezar la dirigencia de México en el Consejo de Seguridad de la ONU, que será foro para un discurso del mandatario dirigido al mundo, en el que hará énfasis en señalar a la corrupción como un cáncer global de la humanidad, estará enmarcado por primera vez en la historia, por una manifestación multitudinaria de apoyo en las calles de Nueva York.
En el pasado los presidentes mexicanos viajaban a ese país en búsqueda de la aprobación de las élites económicas y políticas del mundo desarrollado, haciendo todo tipo de actos degradantes a fin de que los voltearan a ver los poderosos, ofreciéndoles las riquezas del país en bandeja de plata, listos a realizar cualquier acción aberrante en contra de los intereses de México para lograr favores financieros pírricos y unas cuantas monedas para los gestores.
En esta ocasión las cosas son muy distintas. A 3 años de tomar posesión, después de haber implementado cambios muy profundos en las reglas del juego para hacer negocios en México, que termina con cualquier privilegio dirigido a grupitos específicos de cazadores de tesoros nacionales, estableciendo piso parejo, va un presidente a la máxima tribuna de la ONU, a pronunciar un discurso que desnuda la inmoralidad y falta de valores fundamentales con la que sus élites han dirigido sus negocios desde siempre.
Por primera vez un presidente mexicano se presenta en la ONU con un nivel de aprobación popular en relación a su gestión, cercano al 70% en México y por si esto fuera poco, con uno de los mayores entre los mexicoamericanos residentes en los Estados Unidos, que motiva la organización de una manifestación masiva en el lugar en el que hará presencia. Es inédita la influencia binacional de un presidente sobre los habitantes mexicanos.
No solamente la población que reside en México, históricamente maltratada por los gobiernos sátrapas y corruptos del pasado lo apoya masivamente, también lo hacen los habitantes mexicanos que residen allá, por haber sido expulsados obligadamente de su patria para buscar mejores condiciones de vida lejos de su país y que lo han logrado de una manera que nadie podría siquiera haber sospechado.
Hoy nuestros paisanos en Estados Unidos son casi 40 millones, que suman el 10% de la población de aquel país, que generan el 9% de su Producto Interno Bruto, que son dueños de una de cada 4 empresas constructoras estadounidenses y su mano de obra mantiene una de cada 3 de éstas compañias. También soportan con su trabajo a una de cada 4 empresas de servicios en esa nación, y como si todo esto fuera poco, las remesas que mandan a México aportan el 5% del Producto Interno Bruto de nuestro país. En resumen, esos casi 40 millones de mexicanos producen del otro lado de la frontera, 6 veces la riqueza que generamos los 126 millones de personas que nos quedamos de aquí.
A cambio, las financieras, bancos y tiendas, los estafan cobrándoles comisiones insultantes por mandar su dinero. Pero no solo eso, nuestros paisanos ni siquiera cuentan con derechos y mecanismos necesarios para participar en las decisiones políticas que se toman en México a través del voto. En su apoyo incondicional al presidente, reside también la esperanza de que teniendo un líder verdadero al frente del país, las cosas empiecen a cambiar para ellos, como están cambiando para sus familias que se quedaron acá. Es lo menos que a lo que tendríamos que estar obligados a hacer por ellos, para empezar a compensar todo lo que les debemos.
Como dijo el filósofo indio Rabindranath Tagore: “Agradece a la llama su luz, pero no olvides el pie del candil que paciente la sostiene”.