Sadio Mané y la reina Isabel: contraste de dos mundos
Textos y Contextos
Por: Miguel Alejandro Rivera
@MiguelAleRivera
Este domingo se habrá jugado la final de la Copa Africana de Naciones, torneo de futbol cuyo ganador se gana un boleto para el mundial, el cual habrá de celebrarse en Qatar a finales del presente 2022. En este caso, como en muchos otros, el deporte funciona como un escaparate para historias más allá de la disciplina, y tal es la historia de Sadio Mané, jugador de Senegal que nos hace reflexionar sobre la potencialidad que tiene un continente marginado por la visión occidental desde que los exploradores británicos como David Livingston o Henry Morton Stanley lo “descubrieron”.
Mané, estrella de su selección y del club Liverpool, constantemente dona miles de dólares a su país para la construcción de hospitales, escuelas, regala camisetas de futbol a niños de comunidades marginadas, a quienes también les da becas para que puedan estudiar, apoya a organizaciones que luchan contra el VIH, y ejecuta otras acciones por las que se le reconoce como un filántropo del deporte.
A pesar de ser uno de los jugadores mejor pagados del club británico al que pertenece, se le ha visto lavar baños de una mezquita, pues es musulmán, y en general es la encarnación de una sencillez innata que nunca lo abandonó después de haber surgido de la más profunda pobreza.
Mientras la mayoría de jugadores estelares de futbol se pasean en yates, aviones privados y autos de lujo, recorriendo los más lujosos hoteles y restaurantes, Mané prefiere dejar los lujos a un lado y andar en vehículos que la clase media podría comprar; su solidaridad no sólo hace gala en el campo de juego si no en su vida diaria.
Y esto nos da muestra de que África tiene mucho que enseñarnos, pues, aunque hay otros jugadores, como el alemán Mesut Özil, que también dan muestras de filantropía, para muchas personas el continente africano sigue siendo sólo sinónimo de pobreza e inestabilidad política.
Pero en defensa de África, debemos explicar muchas cosas; para empezar, en cuanto a sistemas occidentales se refiere, el continente es muy joven, pues apenas sus guerras de independencia se libraron hace no más de cien años; por poner un parámetro comparativo, mientras México inició su proceso independentista en 1810, países como Ghana lo hicieron en 1957 o Angola, que lo ejecutó entre 1961 y 1974. Sus grandes líderes independentistas, como Kwame Nkrumah o Patrice Lumumba, fueron personas que estudiaron en el extranjero y volvieron con ideas revolucionarias, es decir, debieron aprender de las dinámicas occidentales en el mismo Occidente.
Esto nos hace entender por qué en África no dejan de suscitarse golpes de Estado, como el que hace unas semanas vivió Burkina Faso y el que se frustró hace algunos días en Guinea-Bisáu: en realidad, hablamos de naciones que apenas se están adaptando al modo de vida que las potencias europeas les impusieron después de las Conferencias de Berlín (1884-1885).
Es precisamente lo que nos hace volver al caso de Sadio Mané; en el mundo occidental, hemos crecido con la concepción capitalista del mundo: “lo mío es mío porque me lo he ganado”, y aunque podríamos llegar a regalar una moneda o algo más a otra persona cuyas carencias son más grandes que las nuestras, no es una constante que en nuestro sistema social sucedan este tipo de cosas; tan sólo en México hay ningún caso conocido de filantropía dentro del futbol.
En África, el pensamiento, la cosmogonía, las tradiciones y el tribalismo forman personas con otros valores, que nos confrontan con nuestras propias creencias; como ejemplo, los nómadas tuareg del desierto del Sahara son conocidos por ser espléndidos anfitriones, que, aunque lleguen a tener pocos recursos, siempre los compartirán con el forastero, el invitado, el Otro de quien no conocen su condición, pero ponen a su servicio todo lo que en sus manos esté para acogerlo de la mejor manera.
Muchas sociedades africanas han logrado trascender la imposición cultural de Occidente pese a las conquistas de países como Inglaterra, por ejemplo. Y precisamente, también este domingo 6 de febrero, el contraste son las siete décadas que cumple el mando de Isabel II como monarca del Reino Unido.
En principio debería resultarnos retrógrada que en tiempos en los cuales se pugna por la igualdad y el progresismo, existan monarquías en el mundo, pero el contraste del país dominante contra el dominado a través de estos dos personajes, Mané e Isabel II, se puede percibir no sólo en las dimensiones de lujos incalculables que les separan a ambos, si no en frivolidades como que la reina aparece en las monedas de al menos 53 países, que tiene una persona específica para probarse sus zapatos, que ha tenido al menos treinta perros corgi en su vida, y la más absurda, que por decreto, la monarca es dueña de todos los cisnes que habitan el río Támesis.