21 Dic 2024

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LOS EXPRESIDENTES TAMBIEN FACTURAN
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LOS EXPRESIDENTES TAMBIEN FACTURAN

Corre en redes sociales un video, donde un joven reaccionario de extrema, cuenta sin pena alguna un hecho real en el que participa. Tras la derrota monumental que sufrió el conservadurismo en la elección pasada, este joven llega a su casa y mira con resentimiento a la mujer que se ocupa de las labores cotidianas de su hogar. La mira rencoroso, porque sabe que la señora es declarada simpatizante de Morena y del Movimiento de Transformación.

Sin esperar un momento se aproxima a ella y le dice que sus servicios ya no serán necesarios en adelante. La corre, argumentando que, con el triunfo de Morena, las cosas se pondrán difíciles y él debe comenzar a economizar. La señora no discute y acepta quedarse sin empleo.

Esta persona sigue su narrativa y aconseja a empresarios de corte conservador, no contratar a postulantes a cualquier vacante disponible, si en el currículum que presentan, hay evidencia de su simpatía por Morena.

El personaje quedó marcado en redes sociales, donde un acto de clasismo de tal bajeza, en contra de una trabajadora, no se acepta. Incluso entre sectores menos radicales del conservadurismo.

El abierto odio hacia todo lo que suene a Morena o Transformación, no es lo que me llamó la atención en esta historia. Hay un aspecto más oscuro, que recibe en ese momento un rayo de luz.

Se trata del desprecio hacia el otro, que anida en la naturaleza de cualquier conservador. Es algo tan enraizado, que resulta inocultable cuando el individuo pierde por unos minutos su control interno.

El conservador ve a quienes no son parte del círculo de privilegio en que vive, como meros siervos. Gente a la que se le paga por cumplir determinada función, mostrando obediencia ciega. No tienen más derechos que no sean los que el patrón desea otorgar. Son desechables y no merecen explicación, ni consideración alguna. Están expuestos siempre a los estados de ánimo de quien paga y deben soportar, sin protestar, los malos momentos del empleador. Para el conservador clasista, el resto de la gente no cuenta. Son parte del escenario donde se mueve, como lo son la maceta, la mascota, o la silla. Jamás serán sus semejantes y mucho menos sus iguales.

¿Por qué hablo de esto, cuando el título de esta nota tiene que ver con un expresidente?

Porque en la historia reciente del país, esta conducta generó un cisma dentro del entonces bloque conservador, que tiene repercusiones importantes para el país y sus ciudadanos, hasta la fecha.

Vamos a ver esto.

Cuando se da la construcción del último presidente neoliberal, la vieja oligarquía que cubrió buena parte de los gastos generados por esa telenovela de amor, donde los actores principales fueron el entonces candidato Enrique Peña Nieto y su reciente esposa, Angélica Rivera, tuvo la certeza de haber contratado a un empleado de buen nivel, que protegería en todo momento los intereses de la clase acomodada. Y así inició su gobierno Peña Nieto. Privatizando, concesionando, endeudando, rematando y regalando la riqueza del país, codiciada por los dueños del dinero.

Pero algo pasó entonces. Peña Nieto decide eliminar el Régimen de Consolidación Fiscal, que beneficiaba a los empresarios, permitiéndoles evadir impuestos. Esto de ningún modo gusto a los integrantes de la oligarquía, que no esperaban eso de su empleado. Y vino entonces el castigo.

En forma idéntica a la del individuo que despide con rencor a su empleada doméstica, por el simple hecho de haber votado por Morena, los oligarcas en el país, atacan sin miramiento alguno a su creación y lo convierten en “el payaso de las cachetadas”. Le quitaron su respaldo. Lo humillaron en sus cadenas televisivas, prensa y radio. Lo persiguieron en todo acto público para dejar evidencia de su incompetencia. Recordemos que, para el conservador extremo, sus empleados son meros objetos desechables. Y así trataron a Peña Nieto.

Pero los empleados tienen sentimientos, orgullo y cierto grado de dignidad. Incluso aquellos que han demostrado ser incondicionales al poder económico.

Peña Nieto no olvidó el agravio y en la elección del 2018, cuando todo apuntaba a un triunfo apabullante de López Obrador, cobra su factura pendiente. No apoya con el aparato del Estado, a Anaya o a Meade. Tampoco a López Obrador.

Solo abre la puerta a una elección más o menos limpia, donde la decisión dependería en mucho de la voluntad ciudadana. Y gana López Obrador. El cambio de proyecto para el país, es profundo. Y avanza fuerte conforme el nuevo gobierno va desterrando la corrupción y separando el poder político del económico. De eso se dan cuenta muy tarde los oligarcas y nada pueden hacer para revertir los cambios.

La conducta conservadora es la causa política, en terreno de la derecha, que permite la llegada del Movimiento de Cambio al poder. Peña Nieto pudo haber frenado o entorpecido el triunfo de la izquierda. Pero no lo hizo, porque quería ajustar cuentas con la oligarquía, que lo humilló públicamente durante la mayor parte de su sexenio.

En la elección que estamos viviendo en este 2024, el peso de la factura que cobró Peña Nieto en 2018, nos muestra la contundencia de ese ajuste de cuentas. La oligarquía, sus políticos y pregoneros, pierden espacios de gobierno, injerencia política y credibilidad ante sus audiencias. La derrota opositora es monumental.

Y esto tiene que ver en mucho con el rencor que existe dentro de la sociedad, ante tanto agravio recibido de parte de quienes se sienten superiores al pueblo.

Aún en la derrota, los conservadores no disimulan su clasismo y racismo extremos. Estando fuera de control, los vemos desnudos. Tal y como en verdad piensan y actúan.

No ha faltado el opositor que afirma en redes sociales, que dejará de apoyar a los afectados por un desastre. Dejará de dar propina a los meseros. Propina a las personas mayores que empaquetan en el súper. Gratificación al “viene viene”. Y todo porque muy probablemente, esa gente votó por Morena y no por quienes los ven como ciudadanos de segunda, que deben respaldar los intereses de quienes se consideran parte del círculo de privilegio.

El episodio de Peña Nieto y la oligarquía mexicana, ejemplifica un tipo de conducta que termina por dañar a quienes se consideran superiores al resto de los mexicanos.
Peña Nieto solo entreabrió una puerta. Pero por ese pequeño resquicio se coló la democracia, representada por López Obrador y el Movimiento de Cambio.

Hoy, el resquicio se convierte en ancha avenida y por ella están a punto de entrar las Reformas Constitucionales que cambiarán el rostro y el futuro del país, durante las próximas décadas.

El clasismo y el racismo, pagan factura a la larga.

Malthus Gamba

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