Por: José García
@Josangasa3
La actual situación del INE recuerda aquellas disoluciones de los reinos en Europa cuando sucumbían ante sus adversarios, comúnmente parientes suyos, dejaban así huérfanos a los bufones, a los consejeros y magos que hacían sentir fuertes a los monarcas. Esa salida de personajes sin oficio ni beneficio, que ni eran nobles ni eran plebeyos sino una clase híbrida que no encontraba su lugar en el tiempo y menos en su historia, se dispersaba con la soberbia de la nostálgica cercanía de la nobleza y el miedo a perder lo que tenían sin saber que no tenían nada.
Así surgen algunos personajes de la historia luego de 2018 en México, cuando se descubre que todo era mentira. Los intelectuales eran ignorantes al servicio de una verdad paralela que sostenía con la mentira el trono de los derrotados: los derrotados eran monarcas que consideraron que su dinastía era inmortal y en su violento irrumpir en la historia encontraron la impunidad sin límite.
Esa clase que no tenía identidad, consideró que era necesario seguir explotando el erario en beneficio propio, aunque el sostén de sus lujos se mostrara como un sinsentido, más aún tratándose de los guardianes de la democracia, que en realidad eran embalsamadores de la monarquía que una vez maquillada la momia, le llamaron democracia, su democracia.
Este desamparo de los desarraigados que no encuentran acomodo ni en la monarquía que los despreciaba ni en la democracia que los repele, los obliga a mostrarse como viajeros del tiempo en época de transformaciones que niegan a percibir, que consideran innecesarias y, en su afán por estancar la evolución de las ideas, se radicalizan a grado tal que esgrimen sus armas contra las consignas que eran su disfraz y se rebelan contra el tiempo añorando.
Se les olvidó que eran letrados para los intereses del monarca que dejó el trono, pero también olvidaron que eran los bufones del muy singular sentido del humor de los privilegiados reyezuelos que tardaron años en conocer su decadencia y reconocer su anacronismo.
El sentido del humor de los antiguos monarcas se basaba en la burla de los vulnerables, y contra ellos se ensañaron. La ficticia superioridad de los nobles a los que sirvieron tenía como cimientos la superioridad de un grupo cuya legitimidad se basaba sólo dogmas de fe. Su poder eran los feudos del gran reino de los cielos y sus ocupantes semidioses. A ellos servían quienes, ahora, en nombre de la democracia niegan al pueblo. Un pueblo del que siempre se mantuvieron lo suficientemente alejados como para no reconocer ni sus palabras ni sus rostros.
Los cruzados que ocuparon el INE y los caballeros templarios que permanecen en sus ruinas intentan mantener un poder con una definición de democracia que la niega y, además, con un aparente rechazo a la monarquía que añoran y la vuelven mutante.
Al disolverse el reino del pasado, los soldados extraviaron la guerra y a las plañideras se les olvidó hasta la tristeza. Sin la monarquía no supieron qué hacer y por eso encontraron en los baluartes desvencijados de su democracia el último bastión. Su reino sucumbió ante la llegada de la democracia verdadera que se impuso a pesar de ellos, que se autodenominaron árbitros electorales que defendían la mala calidad de la democracia en sus manos.
Los bufones, los bailarines, los tragafuegos y serviles lacayos del viejo régimen no se fueron con los monarcas a morir en el olvido, creyeron saber demasiado de la política que quisieron construir su propio reino, mostrando la miseria de una democracia que mataron de hambre para construir la propia condenada a la inanición de consenso social.
Los bufones repiten los chistes sin gracia de sus antiguos amos y sólo les queda la mueca de la burla que provoca el miedo.