Lo que los expertos dicen
Héctor Atarrabia
En tiempos idos, cuando la prensa era casi un oráculo incuestionable, era suficiente comenzar una nota con “científicos afirman que…” para que el contenido a continuación fuera tomado con aún mayor reverencia y literalidad que los propios libros sagrados.
Claro que no faltaban voces que, levantando discretamente una ceja, murmuraran perplejas dudas acerca de la traducción de la nota, si era de origen extranjero, o que quisieran más datos sobre las afirmaciones o sobre los fantasmagóricos autores de ellas.
Pero llegó el internet y se evidenció que dicha fórmula puede ser utilizada con total independencia de lo que la nota sostenga. Quedó claro que, lo que llamamos coloquialmente ciencia, no es algo tan puro, concreto, objetivo y definido como parecía desde el siglo XVIII.
Haga usted el experimento: Tome la palabra que quiera, aunque aquí yo escojo abrir el diccionario al azar y obtengo: “tomate”; luego alterno “nocivo” o “benéfico” y añado “estudio científico” para, al fin, someterlo al Google. Ya adivinaron; para ambas opciones resultan miles de resultados.
Y es que “científicos afirman…” ha venido a ser la versión del siglo XXI a lo que los griegos llamaron retórica y que devino en el arte de demostrar lo que se le diera la gana demostrar al hablante. Así, nos hemos enterado de que la sal te mata y que sin sal te mueres; que la carne es esencial en la dieta y que la carne nos envenena y nos destruye; que el frío estimula la mente y que el frío entorpece y ciega, y un largo et cetera ad nauseam.
Es interesante notar que la mayoría de los estudios concluyen lo que querían concluir mientras que los grandes descubrimientos suelen ser efectos inesperados al buscar otra cosa. Por supuesto, hemos aprendido a preguntarnos ¿Quién lo dice? ¿Quién avaló/financió el estudio? ¿En dónde y quiénes participaron? Porque, con descorazonadora frecuencia, ocurre que un estudio que resalta las bondades de cierto fármaco, tiene el generoso patrocinio del fabricante, o que, aquel que abomina a cierta hortaliza, tiene detrás a una asociación de industriales que enlatan otra con semejante sabor o propiedades. ¿Saben la historia de cómo el pulque fue desprestigiado para favorecer a la pujante industria norteña de la cerveza? Derivó en que, si en 1845 había 318 pulquerías en la Ciudad de México y solo 7 cervecerías según nos reporta don Manuel Orozco y Berra, para la década de 1990 aquellas no llegaban a 30 en la demarcación, mientras las segundas eran incontables.
Pero el asunto es mucho peor cuando, para generar percepciones, se recurre a una figura aún más difusa: “Expertos afirman…”
Desde el primero de julio de 2018, estos se han multiplicado al grado que parecen una plaga bíblica. Y, de hecho, parecen cultivar un don que parecía desaparecido: la clarividencia, la Profecía.
Ya no se limitan a analizar los datos objetivos duros con los que se cuenta, para explicarlos o para comprender procesos, sino que, de pronto, se convierten en vaticinadores, normalmente de desgracias, que pueden leer con claridad las entrañas de las aves económicas para predecir tragedias apocalípticas.
Imaginen, nietecitos, que quieren comprar un coche. Lo razonable es ver con cuánto cuentan y ver cuánto deben ahorrar para completar los fondos. Si hay que recortar algunos gastos superfluos y si es necesario vender algo que ya no usen. Pero llega un agorero y les dice que, mejor, compren un billete de lotería, con lo que ganen, lo metan en un negocio de restaurantes que él tiene, y que, con los réditos podrán comprar, no un carro, sino un carrazo. Es más, él les presta, aunque con altos intereses, para que de una vez lo tengan, en lo que sale el plan, solo tienen que firmarle el papelito. Y, si algo, que es im-po-si-ble, fallara, él tiene un cuate que les presta para que le paguen lo que ya le deben y le deban a ese otro a más alto interés. Imaginen que ustedes, sensatos, le dicen: “eso no tiene sentido” y él trae a varios expertos, que son sus empleados, a decirles que pueden ver el futuro y que esa decisión será su perdición.
La próxima vez que vean a un “experto” en un medio chayotero, recuerden que es falso que pueda ver el futuro. Que, ahorrando, trabajando y organizándose, su carrito será seguro y sin problemas. Es el estilo de carrito que la cuarta transformación busca adquirir.
Hay que informarse, leer diferentes posturas, ver quién las emite, dónde milita, a quién sirve. No compren espejitos marca “Expertos afirman…”