La problemática migratoria: México y su política exterior
Por Rodrigo Guillot
@RodrigoGuillot
La crítica que el presidente de la Cámara Baja mexicana, Porfirio Muñoz Ledo, hizo a la política migratoria mexicana es una cuya revisión vale la pena. Su queja gira en torno a dos ideas principales; ni la Guardia Nacional mexicana debe cumplir las veces de policía migratoria ni México está obligado a frenar la transmigración de la región norteamericana en favor del interés estadounidense. La perspectiva del diputado presidente está llena de razón, y por ello sus declaraciones son duras. Sin embargo, el idealismo desde donde las proyecta resulta insuficiente para explicar la realidad de la política internacional.
El Estado mexicano ha comprendido a la migración como un fenómeno humano que obedece a causas sistémicas y no coyunturales. Pensar el fenómeno migratorio en períodos de tiempo tan cortos como la presidencia de Andrés Manuel o la de Trump, la amenaza de guerra económica o el muro fronterizo de Trump es no ver que el proceso migratorio regional va mucho más allá de la lógica de la política entre los Estados para ser un fenómeno global social de dimensiones humanas por encima de las políticas.
Aunque las condiciones del momento pueden hacer que los flujos migratorios crezcan o decrezcan, la dirección en que éstos se dan tiende a ser la misma. Las causas estructurales de la migración son las condiciones de desigualdad entre diferentes regiones del mundo. Para analizar la política migratoria mexicana en términos de la coyuntura dada entre México y EEUU debemos hacer una distinción entre el fenómeno regional de la migración y el momento de crisis migratoria y diplomática que se vive en buena parte de lo que va del 2019 entre estos dos países.
En la postura general del Estado mexicano en torno a la migración continental veremos la estrategia mexicana para abordar el tema; mientras que en la intervención coyuntural del aparato diplomático mexicano encontraremos la forma en que ésta fue defendida.
La estrategia general del Estado mexicano en torno a la migración es clara y parte de un diagnóstico simple: la migración de sur a norte está estructuralmente determinada gracias a condiciones de desigualdad económica, política y social entre los países del norte y del sur de América. La diferencia entre los niveles de ingreso medio entre Estados Unidos – Canadá y el resto del continente resultan un incentivo atractivo para la migración sur – norte, pero problemas como la violencia y la corrupción de los gobiernos hacen que para miles de ciudadanos de Centro y Sudamérica sea inevitable dejar sus países de origen en busca de la supervivencia.
La propuesta de Andrés Manuel al respecto es pública desde su campaña presidencial y está en el plan de nación del gobierno mexicano: incentivar la economía centroamericana, atacando la raíz de la migración forzada. Propuso ya trabajar en conjunto con Centroamérica y los Estados Unidos y ha iniciado trabajos con la CEPAL y países sudamericanos para abordar el tema. El compromiso mexicano es doble; por un lado cooperar con Centroamérica para reducir sus tasas de emigración y garantizar el respeto de los Derechos Humanos de los migrantes en su territorio; por otro lado mejorar sus condiciones internas para reducir la emigración hacia los Estados Unidos.
Ahora bien, la coyuntura diplomática reciente tiene agudezas que deben ser atendidas al corto plazo. Es real que hay una crisis migratoria en la frontera sur mexicana; el aumento del flujo de personas es insostenible a mediano y largo plazo. A esto se suma el reto de enfrentar una amenaza de guerra económica con los Estados Unidos de Trump.
Contener el incremento del flujo migratorio en el corto plazo depende de la capacidad disuasiva del Estado mexicano, y esta debe darse en pleno respeto de los Derechos Humanos, como es compromiso del Ejecutivo. La participación de la Guardia Nacional en el control migratorio está contemplada por la ley mexicana en tanto que ésta opera en todo el territorio nacional y que las fuerzas armadas deben asistir humanitariamente en momentos como la crisis actual. Por otro lado, la solución a la crisis diplomática depende de la habilidad política y de negociación, de que las condiciones internas se mantengan estables y de que la delegación mexicana pueda seguir su línea programática en un entorno incierto y muchas veces hostil.
La oposición mexicana ha argumentado que los triunfos estadounidenses en las negociaciones son dos: una comunicación mediática en favor de Trump, quien parece buscar allanar el camino a la reelección y, la misma que suscribe Muñoz Ledo, miembro del partido del gobierno y compañero histórico de AMLO: haber obtenido un compromiso de México para regular la transmigración centroamericana en nuestro territorio.
Pero revisemos también lo obtenido por México, y para ello tomemos en cuenta las condiciones de asimetría de poder duro entre ambos países. En primer lugar, el detonante de la crisis diplomática fue contenido: la implementación de medidas arancelarias con las que amenazaba Trump no hubieran sido convenientes para México y fueron evitadas por la delegación mexicana.
Una vez llevada la discusión al terreno migratorio y no comercial, la delegación mexicana pudo descartar como primera medida negociar un acuerdo en que México aceptara la condición de tercer país seguro entre Estados Unidos y Centroamérica sustituyéndola por la oferta mexicana de acelerar el plan nacional del gobierno federal en cumplimiento con la ley mexicana y logrando el compromiso estadounidense de agilizar las solicitudes de asilo en su país.
Además de ello, EEUU se vio obligado a ceder y suscribir el compromiso mexicano de reforzar la economía centroamericana para el desarrollo económico de la región. Como estipula el acuerdo, en un período de 45 días después de firmado habrá una reunión de evaluación de resultados para renegociar las relaciones que se dan entre México y EEUU, así como su colaboración (o no) en torno al fenómeno de la migración.
El éxito de la diplomacia mexicana consiste en hacer prevalecer el principio de la cooperación para el desarrollo y la solución pacífica de las controversias. La respuesta en forma de carta que el mandatario mexicano envió públicamente a su homólogo en los EEUU, junto con la movilización de los titulares de Economía y Relaciones Exteriores a negociar y cabildear en el vecino del norte le ganaron la batalla a la agresiva y problemática diplomacia del tweet profesada por Donald Trump.
Quienes sostenemos esta visión vemos en la aplicación de los principios doctrinarios de política exterior mexicana una herramienta dada por la experiencia histórica del Estado mexicano y que, al aplicarse correctamente, guarda los intereses mexicanos al mismo tiempo que permite a México frenar el avance neo-colonial estadounidense. Por ello una victoria mexicana también significa una victoria para Centroamérica, que se ve amparado en la defensa mexicana de los principios de autodeterminación de los pueblos y no intervención en asuntos internos de los Estados.
La relación México – Estados Unidos ha sido compleja, llena de contradicciones y que va de la cooperación al conflicto, a veces simultáneamente. Por ello la correcta administración estratégica y diplomática de la política exterior mexicana es vital para preservar el interés y la soberanía relativa tanto de México como del continente latinoamericano. Debido a su naturaleza histórico-política, el asunto mexicano-estadounidense debe analizarse y ejecutarse correctamente. En ese sentido, críticas como las profesadas por Muñoz Ledo son no solo legítimas sino que importantes en un sentido: ponen al asunto migratorio y la política internacional en el debate nacional.
Sin embargo es de cuidarse tomar el tema a la ligera y perderse de la profundidad y diversidad de aristas, contradicciones y complejidades que se encuentran cuando se habla de la relación México – Estados Unidos, como la derecha opositora hace al dar la espalda al gobierno mexicano en tiempos de confrontación con Estados Unidos y, peor aún, golpeteando políticamente en el afán de minar la legitimidad de Andrés Manuel y su, sostengo, correcta ejecución de la política exterior.