22 Dic 2024

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La dinastía perdida
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La dinastía perdida

Postigo
por José García
@Josangasa3

El candidato a la Presidencia de la República por la alianza opositora debe tener dos características ser radical de derecha y carecer de escrúpulos. Tan importante lo primero como lo segundo. La primera para tener vínculos con los apoyos de la ultraderecha internacional, ya que dentro de México carece de ellos; la segunda, para que después de la derrota seguir siendo un líder vigente de la derecha, a como dé lugar. Incluso a sangre y fuego.

Es evidente la disminución de simpatías que la derecha padece en este momento. Todos sus integrantes el clero, el empresariado, los colegios privados, los ministros, la clase dorada, en fin, los poderes fácticos que se arraigaron en el poder por medios mayoritariamente ilícitos debieron unirse, incluso fusionarse para crear un frente común y fortalecer una alianza partidista que nace enferma y puede desmoronarse en cualquier momento.

El origen de esta alianza opositora basado en los intereses y no en las ideas, en los privilegios y no en la ideología, en las canonjías y no en el interés popular, exige de un candidato que tenga que ver con esas facetas a la vista de todos. Porque prefieren identificación con los intereses más que con la gente.

Hasta aquí podemos ver asomarse un perfil dinástico que encuadra con estos lineamientos esenciales para representar a la derecha no sólo en los comicios de 2024, sino como líder de esa fracción decadente de la sociedad que tendría que argumentar fraudes, interponer amparos, pedir anulaciones de casillas, apelaciones de fallos, impugnaciones de resultados. Desde luego con un poder judicial de su parte.

Desde 1982 se impulsó desde la Presidencia de la República la ultraderecha en México, la cual, –lastimada por el aparente giro al centro de su antecesor, José López Portillo, y a la izquierda del anterior a éste, Luis Echeverría Álvarez–, debía resurgir ante el peligro de seguir en la marginación política.

Los setenta sir vieron a la ultraderecha para organizarse en grupos radicales, que le sirvieron al gobierno para detectar, combatir y castigar con saña a los movimientos populares sobre todo aquellos inspirados en la Revolución Cubana y en los resabios intentos de libertad del movimiento del 68.

Para 1982, El Yunque, Los tecos, el Muro, habían creado tentáculos con ayuda de sus antecesores agrupaciones que indujeron su proliferación. Las más viejas anteriores como la añeja Unión Nacional de Padres de Familia (Educación) como la Acción Católica Mexicana (Religión), crearon otras como Asociación Nacional Cívica Femenina, (mujeres), impulsada por las anteriores, además de Desarrollo Humano Integral, entre otras que cobijaban el PAN y/o los empresarios.

Recordemos que la derecha tenía al país en sus manos, y hay regiones con graves resabios del pasado. Los primeros 15 años del siglo pasado el Partido Católico Nacional tenía en su poder entidades como Jalisco Aguascalientes, Guanajuato, Zacatecas y Durango. Sin duda pierde fuerza cada día que pasa pero no lo suficientemente rápido como la coherencia podría armonizar con la historia nacional.

Ahí se iba forjando el Frankenstein que ahora se encamina hacia la candidatura de la derecha, con más protagonismo que estrategia, con más impulso que razonamiento pero comían y, lo que es peor, con éxito. Esto no quiere decir que gane sino que se adiestra para una guerra prolongada.

De 1982 a 2000, pasaron 18 años para consolidar más a nivel mediático y propagandístico que real, a la derecha en el poder de México. El desgaste de 2000 a 2018 fue suficiente para desarticular a una derecha que anunciaba la Tierra Prometida y que le fallaron los cálculos y las plegarias.

Producto de todo esto es el perfil de ese hombrecillo iracundo que considera que con la adopción de un mexicano puede solucionarse la pobreza que su padre multiplicó, con pleno conocimiento del mal que hacía al país.

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