@_BarbaraCabrera
“En los tiempos estelares e interesantes de cambio de régimen que nos está tocando vivir en México, resulta que la oposición es una chunga”
Mía frase
Durante más de tres décadas prevaleció en nuestro país un sistema llamado neoliberalismo, el cual carcomió con sus tentáculos de corrupción e impunidad todo lo que tocaba.
Por fortuna en 2018 –después de padecer dos fraudes electorales consecutivos- se consiguió el anhelado cambio de régimen con la Cuarta Transformación de la vida pública de México, liderada por Andrés Manuel López Obrador, incansable luchador social que conoce al México profundo.
Lo dije desde aquel instante: había llegado el momento de que la entonces oposición deje de serlo, para convertirse en un gobierno digno que represente y vele por el bienestar colectivo de quien le dio el bastón de mando: el pueblo; así como el tiempo para que quienes por décadas estuvieron en el poder, aprendan a ser oposición. Lo primero se ha logrado con creces. Lo segundo no. Estamos muy lejos de tener una oposición responsable e informada; en cambio, su actuación está plagada de antipatía, rencor, desinformación y desacuerdo –sin argumentos sólidos- a cada palabra, acción, propuestas y programas auspiciados por el Gobierno Federal.
Su animadversión va más allá del odio mostrado hacia López Obrador, quien hoy es el Presidente de México. Sus malquerencias y su “querer hacer de todo” para regresar a ese poder que ¡por fin! el pueblo pudo quitarles por abusivos y corruptos, tiene varias vertientes, las cuales tienen un denominador común: la pérdida de privilegios.
Entonces, ¿qué defiende exactamente la oposición moralmente derrotada?
La defensa de la oposición –esa minoritaria, ruidosa y moralmente derrotada- está dirigida a recuperar aquello que creen les pertenece: el país. En consecuencia, luchan “patas arriba” para regresar al poder y así manejar discrecionalmente el erario para sus caprichos y saciar la voluntad de una élite, haciendo uso de cuanta componenda se pueda hacer desde el poder público; es decir, la oposición defiende de forma por demás entusiasta el acceso a contratos multimillonarios, los oscuros fideicomisos; los moches y las subvenciones.
La defensa de la oposición es para servirse de las instituciones; y por ende, podrirlas desde lo más profundo. Lo suyo es interponer amparos para detener obras públicas; así como creerse merecedores de altos sueldos y canonjías exorbitantes.
Esa defensa es emanada, como ya lo advertí, del dolor causado por la abrupta pérdida de privilegios y a eso hay que agregar la cuestión ideológica; es decir, el pensamiento conservador. Ese que considera que con ellos estábamos en jauja; que si les iba bien a los de arriba les iría bien a los de abajo; que para lograr el progreso del país era necesaria la privatización de servicios; que la venta de empresas al servicio del Estado era lo más rentable…
No se nos olvide, ellos declararon una absurda guerra contra el narcotráfico de las cuales aún padecemos sus secuelas; construían sus “casitas” y ranchos utilizando recursos públicos, se regodeaban saliendo en las revistas del corazón y su guardarropa de diseñador lo pagábamos nosotros. Decían que venían a aprender y en lugar de leer decían “ler”; en suma, nos heredaron un estado fallido, colapsado y al borde del abismo; hoy estamos resolviendo entuertos en la medida de lo posible.
La defensa de la oposición es en detrimento de todo aquello que signifique eliminar la desigualdad, el bienestar del pueblo y lograr su felicidad. Lo suyo, son las obras sin construir, los proyectos sin licitar; dinero que derrochar, medios que chayotear, viajes por realizar; ciudadanos que espiar; disidentes que acallar; endeudarse como si el mañana no existiera.
Nosotros tenemos un compromiso con la transformación del país. Ellos tienen un compromiso con aquellas élites que bajo su corrupto manto los protegió por décadas. Y esto es algo para no olvidar y actuar en consecuencia.
Es todo por hoy.
¡Hasta la próxima Nornilandia!