Elecciones internas en MORENA: retos rumbo a la construcción de la democracia (I)
En México, a partir de 1988, inicia la transición del sistema de partido hegemónico pragmático a uno de partido pluralista moderado, que se materializó en la pérdida de la mayoría absoluta de la Cámara de Diputados por parte del PRI después de la elección de 1997. Este hecho sirvió de antesala para el primer ejercicio de alternancia en el Poder Ejecutivo en el 2000.
Derivado del papel preponderante que Morena ocupa en el espectro político, al convertirse en la principal fuerza y obtener la victoria en la elección presidencial, 59 escaños en el Senado y 254 en la Cámara de Diputados, el sistema de partidos está experimentando una nueva configuración.
Morena inició como movimiento en 2005 con el desafuero de Andrés Manuel López Obrador, que pese a los intentos antidemocráticos del entonces presidente Vicente Fox, participó en las elecciones del año siguiente y desplazó al mismo tiempo al tres veces candidato presidencial de la izquierda, Cuauhtémoc Cárdenas.
Los resultados electorales de la elecciones presidenciales en 2006 y 2012 no dejan, y no dejarán de ser cuestionados. En 2006, el PAN operó el fraude a través de la manipulación del sistema de cómputo de las actas electorales, para así obtener la victoria. En 2012 el PRI recurrió a su tradicional estilo de operación política (acarreo, robo de urnas, compra de votos, entre otras prácticas) para alcanzar el mismo objetivo.
En ambas elecciones Andrés Manuel participó como candidato de la alianza PR PT- MC. Sin embargo, en la segunda elección fueron evidentes los conflictos que mantenía con la dirigencia perredista; prueba de ello es la creación de la estructura paralela de apoyo que se formó en torno a su candidatura: el Movimiento de Regeneración Nacional.
En 2012 MORENA dedicó sus esfuerzos a la obtención de cinco millones de militantes para labores de difusión del proyecto político y la vigilancia de casillas. Pese a los esfuerzos, la meta no fue alcanzada y solo logró cuatro millones de afiliados, además de una cobertura de casi tres cuartas partes de las casillas del país.
La pronta actitud entreguista de la cúpula perredista, que reconoció el triunfo de Peña Nieto -aún cuando ni siquiera el Tribunal Electoral calificaba la elección-, y su posterior colaboración en el “Pacto por México” fueron detonantes para que López Obrador, el candidato más votado en la historia de la izquierda mexicana, decidiera salir del PRD manera definitiva.
Al interior de MORENA se comenzó a gestar una discusión sobre una disyuntiva específica: convertirse en partido político o mantenerse solamente como movimiento; la primera opción implicaba asumir su propia identidad ideológica, su forma de organización y su agenda, mientras que la segunda conllevaba la necesidad de mantener interlocución, negociación y relación con los partidos políticos tradicionales durante los tiempos electorales.
A través de mecanismos asamblearios y de representación distrital, en una Asamblea Nacional donde estuvo representada más de la mitad de la militancia de MORENA, se decidió que ésta se convirtiera en un partido político. El debate sobre si fungir como puente entre los movimientos sociales o limitarse a la vida institucional se superó con un consenso mayoritario bajo el compromiso de no considerar la acción colectiva y la movilización social como algo ajeno, sino como un asunto complementario de la vida partidista formal.
La construcción del marco estatutario del partido derivó de una amplia reflexión colectiva que buscaba ante todo reducir lo más posible los factores de conflicto que campean en otros partidos y devienen en desgastantes luchas internas por el control de la dirección.
En sus primeras elecciones -en 2015 y 2016-, MORENA, aún siendo un partido pequeño, evidenció su fuerza política al transformar la competencia partidista. Su participación incipiente en la integración de la Cámara de Diputados y en los Congresos locales mostraba aún un grado de competitividad insuficiente. No obstante, en la Ciudad de México irrumpió y eliminó la hegemonía del PRD, que de forma muy visible vio caer las preferencias de la ciudadanía hacia su partido, y un alineamiento en favor de MORENA en 2015, derivado de una redistribución del voto tradicional de la izquierda, que no tuvo a bien la alianza PAN-PRD.
En 2017, las elecciones del Estado de México sirvieron como ensayo rumbo a las elecciones presidenciales de 2018. Derivado de ese proceso MORENA logró presentarse como un partido altamente competitivo que restó importantes victorias al PRI en uno de sus bastiones más importantes. Hasta ese momento las diferencias internas en el partido no habían sido capaces de afectar su rendimiento electoral, puesto que su capital político tenía un solo objetivo: llevar a Andrés Manuel a ser titular del Ejecutivo Federal.
No puede disociarse de la evolución de MORENA la figura de López Obrador, que es su líder y el cohesionador de distintos personajes con formas diversas de pensamiento y origen político dentro del partido. En un inicio, éste fue elegido presidente del Consejo Nacional de Morena, mientras que Martí Batres como Presidente y Bertha Luján como Secretaria General. Posterior al proceso de 2015, López Obrador fue electo presidente por unanimidad, Yeidckol Polevsky la Secretaria General para un periodo de tres años y Bertha Lujan como presidenta del Consejo Nacional.
Con estos cambios en la dirección nacional se formalizó el liderazgo absoluto del hoy presidente de México, Andrés Manuel, al interior del partido. En diciembre de 2017, dado el entorno electoral rumbo a 2018, Andrés Manuel inició sus actividades rumbo a la presidencia nacional y pidió licencia a su cargo como presidente de MORENA. Desde ese momento la Secretaria General, Yeidckol, ocupó las funciones de presidenta y en 2018, posterior a la victoria del primero de julio, se acordó que permaneciera un año más en la coordinación del partido, lo que retrasó el proceso democrático interno.
La democracia interna del partido, entendida como la distribución del poder en donde interviene la mayoría de la militancia por encima de una élite o cúpula, no había enfrentado un episodio de incertidumbre como en el proceso actual. El peso de la figura de López Obrador al momento de la elección de los cargos bastaba para lograr consensos a pesar de las luchas internas.
La competencia por la dirección del partido ha confrontado a dos grupos: 1) los históricos; aquellos con una alta carga ideológica que lo acompañan desde 2005 en el desafuero y 2) los coyunturales, quienes se han ido sumando en cada uno de los procesos electorales cumpliendo funciones técnicas o políticas específicas. Se ubican cuatro figuras visibles: Bertha Luján, Yeidckol Polevsky, Mario Delgado y Alejandro Rojas. Las dos primeras bien podrían ser identificadas en el primer grupo mientras que los últimos se ubican en el segundo.
En días recientes el titular del Ejecutivo Federal sugirió el empleo de la encuesta como método de elección del presidente del partido, esto llevó a que los aspirantes tomaran posiciones encontradas, en un evidente contraste. Mientras que Rojas y Delgado aplaudieron la propuesta de Andrés Manuel, Luján y Polevsky reiteraron su apego a los estatutos de MORENA.
Dichos estatutos establecen la celebración de asambleas distritales como método para la elección de los delegados estatales, que participarán en el Congreso Nacional, donde se elegirá a los integrantes del Consejo Nacional, quienes son los encargados de elegir al presidente del partido.
El reto de MORENA es superar la realidad oligárquica existente en su interior puesto que, pese a existir un marco estatutario para su funcionamiento democrático, la práctica política evidencia una dirección personal centralizadora de las decisiones. Así, el desafío principal es transitar a un ejercicio de democracia interna donde se presente una distribución de responsabilidades entre los militantes y así fomentar la creación de nuevos liderazgos que finalmente deriven en la movilidad de los dirigentes.
Jenner Torrez Vázquez
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