En días pasados el Presidente López Obrador avisó al gobierno de los Estados Unidos que su asistencia personal a la Cumbre de las Américas dependía de que se invitara a todos los países del continente, sin excepción, porque si esto no sucedía México participaría con la presencia de su Canciller, pero él no iría como manifestación de protesta ante la marginación de países americanos por parte de la potencia del Norte.
Sin esperar más, ese mismo día el Presidente de Bolivia adoptó la misma postura que el mandatario mexicano; lo siguió la presidente de Honduras, y la solicitud hacia Estados Unidos para que fuera una cumbre completamente incluyente comenzó a extenderse por toda América, uniéndose a ella varios países en unos cuantos días.
Esto colocó al gobierno estadunidense en una posición muy incómoda, porque no se puede concebir una cumbre de países presidida por el primer mandatario de los Estados Unidos a la que no asisten los demás, sino que envían a sus encargados de relaciones exteriores a convivir con el presidente del país más poderoso del mundo.
Ante esta posición inédita de los países latinoamericanos, sumándose a una protesta sin precedentes en la historia del continente, que se presenta sin agresión verbal de ninguna índole, en forma elegante pero firme, bien fundamentada desde principios morales y juicio práctico de conveniencia colectiva, comenzaron a suceder cosas raras en el comportamiento del gobierno estadounidense.
De repente Washington anuncia que enviará una delegación especial a México para hablar con el presidente López Obrador sobre su asistencia a la cumbre; un día después retira algunas sanciones contra Cuba, permitiéndole a las líneas aéreas incrementar sus vuelos y cancelando el límite de mil dólares trimestrales que tenía establecido para el envío de remesas al país caribeño. Al día siguiente levanta otras sanciones contra Venezuela, permitiéndole a las petroleras de su país negociar con el gobierno sudamericano.
Es cierto que un acuerdo tenso, pero conveniente con Venezuela ya se había dado a raíz del conflicto entre la OTAN y Rusia, sin embargo es muy extraño que en este contexto los Estados Unidos comiencen a relajar la presión que hacen sobre dos de los países que nadie pensaba que fueran incluidos en la cumbre. Sobre todo si consideramos que política es tiempo, como dice el presidente López Obrador, quien es una verdadera autoridad en este tema.
Por si esto fuera poco, hoy el presidente de Guatemala avisa que no asistirá a la cumbre como respuesta a la actitud injerencista de los Estados Unidos con respecto al nombramiento del Fiscal guatemalteco. Si bien esto parece no tener relación alguna con las invitaciones a países para estar en la cumbre, es otra vez una actitud inédita, sobre todo viniendo de un gobierno que se considera simpatizante del modelo estadounidense. Esto más bien obedece a un empoderamiento intempestivo de la soberanía que bien puede derivar del ejemplo que ha puesto el presidente mexicano en su comportamiento de política exterior.
Todo esto ha sucedido en unos cuantos días, antes de que la delegación especial llegue a Palacio Nacional a dialogar con el mandatario mexicanos sobre la importancia que tiene para el gobierno estadounidense su asistencia personal a la cumbre.
Lo que estamos viendo es muy probablemente el resultado de un auténtico liderazgo moral de parte del presidente López Obrador en América; no solamente motivando en el despertar de una actitud soberana y digna de parte de los países latinoamericanos ante los Estados Unidos, sino de la misma Norteamérica, comenzando a revalorar su actitud hacia ellos, para conveniencia de todos.
Por desgracia, a pesar de esto, es muy probable que un plazo tan corto no sea suficiente para que la actitud de los Estados Unidos no cambie al grado de invitar a Cuba, Venezuela y Nicaragua a la cumbre; también por desgracia para la cumbre, los principios del presidente de México no van a cambiar y, aunque venga la delegación especial a tratar de convencerlo, lo más probable es que su protesta se mantenga aunque las cosas estén comenzando a dar indicios de un cambio favorable para la relación entre todos los países americanos en el futuro.