Por: Laura Cevallos
Casi a diario somos víctimas del entusiasmo casi ilimitado de los detractores del actual gobierno, porque raya en lo ridículo que un comentócrata exprese su saber profundo como un charco, sobre temas que conoce, apenas y de oídas. Para ellos, no son suficientes las opiniones de expertos de cada materia porque los opinócratas siempre saben más (peor, pero más).
Pues bien, este tipo de personas fueron estudiadas por los científicos en psicología de la Universidad de Cornell, durante los años 90 y en 1999 los resultados fueron publicados en the Journal of Personality and Social Psychology. El estudio intitulado “Inexpertos y no conscientes de ello: cómo las dificultades para reconocer la propia incompetencia conducen a autoevaluaciones infladas” concluyó que quienes tienen un sesgo cognitivo o escasos conocimientos, poseen paradójicamente, una sensación de superioridad que les hace sentir que son superiores a otras personas que son más preparadas y que, al mismo tiempo, no les permite reconocer su propia incapacidad; es decir, son inconscientes de su incompetencia. Para definirlos en palabras de Bertrand Russel, “Uno de los dramas de nuestro tiempo está en que aquellos que sienten que tienen la razón son estúpidos y que la gente con imaginación y que comprende la realidad es la que más duda y más insegura se siente”.
Y hay que darnos cuenta que hoy, con la proliferación de información, se tiene cada vez más acceso a documentos que refuerzan la idea de poseer una honda sapiencia, a pesar de que la lectura de los mismos se limite a unos cuantos renglones que, además, no ha comprendido del todo. Hoy, tenemos además, un motor de búsqueda con el que, al escribir tres letras, nos despliega millones de posibilidades de aquello de lo que nos queremos enterar y, al mismo tiempo, nos da muchas posibilidades más de “obtener información” aunque no sea de calidad. Actualmente se ha perdido de vista que los expertos en cualquier materia lo son, porque han cursado una carrera universitaria y han desarrollado su saber por ser profesionista en su materia, por lo que tiene las armas suficientes para explicar los temas sobre los que tiene autoridad.
Por ejemplo, salen por hordas a balbucear miniconpcetos de epidemiología para tratar de desacreditar los lineamientos de la Secretaría de Salud y, en particular, al doctor Hugo López Gatell. Para empezar tenemos las terribles opiniones de Lili Téllez, que asegura que prefiere las estrategias fratricidas de calderón que las personas que han fallecido por covid, como si fueran causas similares para ser mesurables; o la insistencia de Denisse Dresser, la doctora (no en medicina, ni en epidemiología, pero que ha exigido números totales de enfermos y muertos al inicio de la pandemia, y hoy critica la estrategia de regreso a clases y se burla de la secretaria en un tuit, signando “Delfina Pilatos”, por haber publicado la carta de deslinde que cada niño deberá portar al ingresar a la escuela, a diario.
Pero no nos desviemos del tema principal, que es el de señalar qué es el efecto Dunnin-Kruger. Este curioso padecimiento que hoy tiene a muchos gritando cada vez más fuerte para acallar las voces de los competidores, y les está orillando a decir cuantas mentiras e injurias requieran para hacer que su voz se distinga de entre las demás.
¿De qué va este efecto? En 1999, los psicólogos David Dunning y Justin Kruger se enfocaron en estudiar a quien fue el caso cero: un ladrón que no podía creer que lo hubieran reconocido, cuando había asaltado dos bancos con la cara cubierta de jugo de limón, y por lo que se creía invisible (era una broma de sus amigos). Y a lo largo de los años también estudiaron a grupos que, en conclusión, dieron como resultado que al ser evaluados “piensan que lo hacen bien en relación a como lo hacen sus pares”.
Algo que debemos atender es que la meta-ignorancia que este tipo de individuos de la que alardean, está investida de una gran cantidad de vanidad. Es decir, la ineptitud que les inunda, por un lado les lleva a descalificar a sus contrincantes, pero como amplifican su meta ignorancia, sus pifias, los desnuda y retrata de cuerpo entero como lo inexpertos que son en esa variedad de temas con que quieren, a toda costa, descarrilar el progreso de la cuarta transformación.
Y no es que el presidente y su equipo las tengan todas con ellos, y no es que sean inmunes a los errores, no. Nadie los coloca en el rango de dioses, pero es evidente que es el primer gobierno que tiene un rumbo y que tiene un equipo consolidado de trabajo, que, a pesar de tener diferentes áreas de especificidad, no se hace bolas sino que todas las secretarías de estado entrelazan sus acciones con el fin de que el pueblo obtenga mejores resultados.
De hecho, podemos comparar la actuación responsable del presidente, quien se confiesa como “no experto ni todólogo”, con quien en otros tiempos detentó la presidencia de México, pavoneándose como gran conocedor de todos los temas que significan gobernar un país. En la actual administración, el presidente se declara a sí mismo como una especie de director de orquesta pero que, dado que el director no puede ir y tocar cada instrumento en un concierto, su papel es justamente el de dirigir y coordinar a todos, darles el momento de entrada, afinarlos, señalar si alguno sale de ritmo y siempre estar pendiente de cada pequeño detalle, así sea de quien toca las campanillas, porque la buena ejecución de cada músico permitirá que ese concierto esté bien ejecutado. ¿Se imaginan un director que suelte la batuta y le arrebate al primer violín el instrumento en medio de la actuación? No sólo pone en ridículo al ejecutante, sino a sí mismo, porque su incapacidad de haber dirigido correctamente cada ensayo se evidencia.
Tenemos un expresidente que opina de todo, que sabe de todo y mejor y que asegura que si él gobernara, nuestro país sería una utopía. Éste es el “paciente cero” de esta exposición. Quien asegura saber de todo sólo evidencia la ignorancia que tiene de todo. Y tiene un séquito de aduladores más ignorantes (si cabe) que aquél. Y de algún modo hemos aprendido a lidiar con sus reacciones en cadena cuando tratan de exhibir algún fallo que ellos señalan catastrófico y que, horas después es explicado, desmentido y demuestra que esos ataques no fueron sino disparos de salvas. Pero lo que más manifiestan con su cañoneo de falacias es la superioridad que creen poseer. Un ejemplo reciente: la muerte de su sobrino, de 28 años, a causa del covid.
Según él, el joven murió por una pésima estrategia en la aplicación de vacunas (para los de 20-28, hace semanas que la primera vacuna ya está puesta), aunque omite decir las causas que conllevaron el fallecimiento del chico, lamentable y todo, pero igual de dolorosas que las de miles de personas que enfermaron a causa de pésimas políticas públicas donde se marginó a las personas pobres y se les condenó a vivir en la miseria y con una alimentación deplorable; o peor aún, no se ha hecho cargo del dolor de los padres de miles de personas muertas y desaparecidas en su sexenio de terror, ni mucho menos de los 49 + 106 bebés de la Guardería ABC que murieron o quedaron con lesiones permanente como producto de una de las desgracias más cruentas de que tengamos memoria. Eso sí, aclara que la abuela y madre de su sobrino están devastadas, lo que implica que ellas sí tienen el derecho de sufrir y los demás, obviamente, no.
Este es el punto de origen de su padecimiento: la falsa superioridad.
A lo largo de nuestra historia la estratificación de clases sociales ha ocasionado que la gente “bien” suponga que las personas humildes no tienen ni la capacidad ni el derecho de ser inteligentes, tener dinero, opinar sobre temas trascendentales y menos aún, de gobernar. Sabemos que don Porfirio no se iba de la silla presidencial porque consideraba que los demás no eran capaces, es decir, no podrían ver el mundo como lo veía él. Y ejemplo de esto es que ninguno de los que hoy se autoperciben “con derecho a opinar y a gobernar”, pueden digerir cómo es que un hombre surgido del campo, que tardó once años en titularse (omiten decir las condiciones en que antes se titulaban las personas, la situación de las tesis y sus propias circunstancias personales) pero que estudió como la gran mayoría de los mexicanos, en la Máxima Casa de Estudios, orgullosamente UNAM, hoy sea el mejor presidente que México ha tenido y tenga el apoyo y reconocimiento de la inmensa mayoría del pueblo.
Cuando Andrés Manuel López Obrador apareció en la escena nacional siendo jefe de gobierno, pocos sabían de sus años de lucha junto a la gente de su natal Tabasco y se le tenía como un actor secundario al que, si tentaban con lo mismo con que todos han caído, estaría de su lado, o sea, dinero más poder. Lo que ignoraban es que se enfrentaban a una persona que no valora el dinero mas que el medio para adquirir cosas, y no como el fin en sí mismo y que piensa que el poder sirve para ayudar a los demás, y no para alardear como si se tratara de un blindaje contra sus propios abusos. Se equivocaron al leerlo y, para cuando se dieron cuenta, se había hecho de una reputación por ser intachable.
De todo lo dicho anteriormente volvemos a la pregunta: ¿efecto Dunning-Kruger? ¿de qué se trata?
Pues nada más que la incapacidad de aceptar que no todos sabemos de todo, nos desacredita totalmente y que, como cuenta la anécdota griega consignada por Plinio el Viejo, el pintor Apeles ponía a consideración de la gente sus pinturas para ver su reacción o escuchar sus críticas, en una ocasión, un zapatero le señaló algunos errores en las sandalias en su cuadro, lo que hizo que Apeles las modificara. El zapatero después quiso hacer más y más observaciones, a lo que el pintor respondió “zapatero a tus zapatos”.
Si bien, vivimos en una época en que es útil que todos nos informemos y agradecemos que sean los expertos quienes nos hacen accesible el trabajo que realizan, ello no significa que sea un comediante quien critique al subsecretario de salud, o un payaso quien descalifique el trabajo del presidente y mucho menos, una dizque periodista senadora que se proyecta como politóloga sin serlo, quien opina de todos los temas de la vida política y nacional; ni periodistas con un pasado de sesgo político que en el pasado no criticaban sino que leían los comunicados enviados por presidencia como noticias y con cuya labor se enriquecieron y nos manipularon.
A todos ellos les digo: zapatero a tus zapatos