Adiós al monumento a la soberbia
Hay asuntos que son más simbólicos que prácticos. Uno de ellos es el tema del avión presidencial, comprado por el panista acomplejado Felipe Calderón como tributo para alagar a Peña Nieto; una ofrenda entregada como parte de las concesiones que tuvo que hacer para asegurarse de que la nueva administración hiciera caso omiso de los múltiples crímenes que cometió durante su sexenio negro, en el que ocupó un cargo arrebatado a la izquierda por el fraude electoral.
El chistecito costó 2,953 millones de pesos en 2012, a crédito, con intereses, mantenimiento y derroche de otros recursos, para que el muñeco de pastel pudiera viajar como jeque árabe de las grandes ligas, en vuelos de corta duración para los que ese avión no estaba hecho, acompañado de comitivas abultadas por la presencia de familiares, amigos, socios comerciales de la corrupción, peinadores, maquillistas, actores y demás fauna completamente irrelevante para las funciones de gobierno.
Este avión fue parte de la escenografía principesca innecesaria y ridícula en la que se enmarcaba una historieta patética de simulación preparada por Televisa, al más puro estilo de sus culebrones, que fue traída a la realidad para desgracia de los mexicanos.
Desde su campaña en 2018 el presidente López Obrador tomó este tema como ejemplo del dispendio desmedido que los gobiernos neoliberales hacían sobre los recursos del presupuesto, señalándolo como un insulto para un pueblo sumido en la pobreza y prometió venderlo.
No se le puede acusar de no haber hecho el esfuerzo de enajenar este activo prácticamente improductivo desde que entró al gobierno, nunca quitó el dedo del renglón. Sin embargo a pesar de los esfuerzos, nadie quería un avión con esas características, enorme, de largo alcance, adaptado para transportar a muy poca gente y lleno de lujos imprácticos y onerosos que arrojaban cifras negativas de rentabilidad en cualquier escenario.
Llegó el momento en el que la esperanza de poder colocarlo en algún lado se perdía y poniéndose creativos diseñaron una estrategia para rifarlo por medio de la Lotería Nacional; se tuvo incluso que modificar la regulación porque la lotería no podía incluir bienes en sus sorteos. Al final el avión fue solamente un símbolo del sorteo, porque la complicación que podría implicar para algún simple mortal de a pie sacarse el premio, presentaba más dolores de cabeza que alegrías.
Como sea, el sorteo “del avión” le reportó ingresos al gobierno federal por una cantidad de 1,824 millones de pesos que fueron aplicados en el sistema de Salud Pública durante la pandemia.
Finalmente el tema se gastó y dejó de hablarse de él salvo por las críticas aisladas y socarronas de gente ardida por no estar de acuerdo con la 4ª transformación. Sin embargo, aunque no se volvió a mencionar, el gobierno federal continuó sus esfuerzos por vender el famoso almatroste dorado.
Sorpresivamente la semana pasada, el presidente subió un video transmitido desde el avión presidencial que nunca uso y al que sólo se subió dos veces, para anunciar que se había concretado su venta con el gobierno de Tayikistán, un país de Asia Central, que pagó 1,659 millones de pesos por él, precio determinado por el INDAVI, Instituto de Administración y Avalúos de Bienes Nacionales. Así nos ahorró intereses y mantenimientos futuros, cumpliendo además su promesa de campaña, mencionando de paso que este tipo de dispendios no deberían repetirse en México.
Finalmente no sólo se vendió el avión en el precio determinado por la instancia de valuación correspondiente, sino que sumando la cantidad obtenida por la rifa para la que sirvió de excusa y la que se obtuvo por la venta, el gobierno recibió un total de 3,483 millones de pesos, 530 millones por encima del costo asumido por Calderón en 2012. Esto volvió a desquiciar a los fachos que ya no saben que maroma hacer para desahogarse.
Como dijo el psiquiatra español Enrique Rojas: “Rara vez de la discusión sale la verdad, porque hay más desahogo queriendo ganarle al otro en la contienda”.