El innegable éxito de la Cuarta Transformación
Por: Saúl Sánchez López
“Así se ve el segundo piso de la cuarta transformación”, comienza un spot de Claudia Sheinbaum en el que se muestra una serie de mapas indicando futuros desarrollos en infraestructura, tales como carreteras, líneas de trenes, corredores industriales, etc. Como parte de su campaña electoral en 2018, el ahora presidente Andrés Manuel López Obrador acuñó el concepto de “cuarta transformación” de la vida pública, aludiendo a un proyecto de cambio político, económico y social de tal envergadura que sería equiparable a los tres grandes hitos que han marcado la historia del país, a saber, la Independencia, la Reforma y la Revolución mexicana. Ahora, en medio de la campaña electoral, su sucesora ha retomado dicho término para dejar en claro su determinación por continuar el modelo económico, político y social que caracterizó al primer gobierno democrático y de izquierda en la historia nacional. A cinco meses de que concluya el sexenio, cabe pues preguntarse si la Cuarta Transformación es verdaderamente un cambio real o un simple eslogan de campaña.
Sin duda, el cambio más notable de la actual administración es el que tiene que ver con el ámbito laboral. Año con año, el salario mínimo se ha venido incrementando entre un 10% y 20% de manera constante, de tal suerte que al día de hoy el sueldo mensual de un empleado formal asciende a $7 468.00, mientras que en 2018 era de apenas $2 650.00. Esto es, ¡un incremento de más del 100%! Habrá quien piense que está lejos de ser suficiente, pero para aquellos que ganaban lo mínimo a inicios del sexenio (8 millones de trabajadores aprox.), este incremento ha significado una mejora extraordinaria en su calidad de vida. Otro planteamiento, tan difundido como falaz, es que de nada sirve incrementar el salario mínimo si la inflación lo termina superando. Pero los datos contradicen dicho argumento, ya que la inflación anual en nuestro país ha oscilado entre 4% y 7% a lo largo del sexenio. Es decir, aun considerando la inflación, ha habido un aumento real, progresivo y sustancial del salario que ha beneficiado a millones de trabajadores.
Por otra parte, tenemos que hablar de las modificaciones a la Ley Federal del Trabajo, empezando por la reforma conocida como “vacaciones dignas”, la cual entró en vigor el año pasado. Gracias a esta se duplicó el mínimo de días pagados al que los trabajadores tienen derecho desde su primer año, pasando de 6 a 12 días, con un incremento gradual de dos días por año durante los primeros 5 años, hasta llegar a 20 días, y luego el mismo incremento cada 5 años. Anteriormente, un empleado debía pasar 45 años ininterrumpidos en la misma empresa para tener derecho a 30 días de vacaciones (!), cantidad que en otros países de la región, como Panamá o Nicaragua, se tiene desde el primer año. Hay que señalar que en México no se hacía una reforma de esta naturaleza desde hacía 50 años, aun cuando la Organización Internacional del Trabajo recomienda un mínimo de 18 días de vacaciones pagadas desde el primer año. A la anterior, hay que añadir la reducción de la jornada laboral de 48 a 40 horas semanales, y también el aumento del aguinaldo de 15 a 30 días.
Ambas en espera a ser retomadas por la siguiente Legislatura. Vale la pena recordar la resistencia de los partidos de oposición y el sector privado a dichas reformas con el pretexto de que restarán competitividad al país, generando desempleo, baja productividad, inflación, etc., algo demostradamente falso, pues simplemente nos estamos acercando a los estándares internacionales.
Sobra decir que todas estas reformas representan en la práctica un beneficio directo para los trabajadores, no solamente en lo económico, sino también en lo personal. Hablamos de un aumento significativo del poder adquisitivo, necesario para cubrir las necesidades básicas, pero también para los gastos imprevistos, el ahorro, la inversión y, ¿por qué no?, la recreación. Esto junto con el incremento del tiempo libre para ejercer el merecido descanso al que todos tenemos derecho, tanto semanal como anualmente, así como de una mayor oportunidad para hacer pendientes, proyectos personales, actividades lúdicas y pasar tiempo en familia, todo lo cual contribuye a gozar de una mejor salud mental y, en definitiva, a ser más felices. Algo francamente extraordinario si consideramos que el anterior modelo -neoliberal- tenía como objetivo mantener los salarios y prestaciones al mínimo posible, a fin de atraer inversión extranjera y mantener las ganancias de los empresarios nacionales.
Allende el ámbito laboral, ha habido cambios drásticos en la economía del país, por demás trascendentes. Me refiero particularmente a la reducción de la pobreza y la apreciación del peso. De acuerdo con datos presentados por el Coneval, la pobreza se redujo entre 2018 y 2022 en un 6%, pasando de 42% a 36%, es decir, unas 5 millones de personas menos. Un porcentaje muy inferior al registrado al final de los sexenios de Peña Nieto, Calderón y Fox. Considerando el impacto socioeconómico que tuvo la pandemia, no solo en nuestro país, sino prácticamente en todo el mundo, esto es algo verdaderamente sorprendente y habla de la eficacia de la política económica y social implementadas.
Además de la redistribución de la riqueza, la economía mexicana en su conjunto ha mostrado estabilidad y solidez. Así lo reconoció la Asociación de Bancos de México en su pasada convención. Esto se manifiesta de manera tangible en el tipo de cambio. La apreciación que ha tenido el peso mexicano a lo largo del sexenio es algo verdaderamente inédito, pues el dólar ha pasado de valer $19.40, a comienzos de 2018, a $17.15 al día de hoy.
Puede no sonar extraordinario, pero jamás habíamos tenido una apreciación de la moneda nacional y, nuevamente, esto se dio a pesar de la pandemia del COVID-19. Los gobiernos del PRI y el PAN nos tenían acostumbrados a que, sexenio tras sexenio, nuestra moneda se depreciara inexorablemente, como una suerte de tradición fatalista. En el gobierno de Peña Nieto el dólar pasó de $12.9 a $20.2, en otras palabras, una depreciación de más del 50 por ciento. Con Ernesto Zedillo, la depreciación fue de más del 150% (!), pasando de 3 a 8 pesos por dólar. En otros gobiernos recientes, la depreciación no fue tan dramática, pero ha sido el leitmotiv de cada administración.
Injustamente, la oposición -sobre todo mediática- señala que la apreciación del peso sería en realidad contraproducente, al afectar las exportaciones debido al incremento del costo de los productos en dólares. Si bien esto es cierto, no lo es menos el hecho de que también beneficia las importaciones al hacerlas menos costosas, fruto del mayor poder adquisitivo del peso. Pero lo más importante aquí es que el llamado “súper peso” no es un fenómeno fortuito, sino que obedece, ante todo, a la fortaleza de la economía nacional, junto a la valoración positiva, interna y externa, que los inversionistas hacen del actual gobierno.
Finalmente, pero no menos importante, hay que mencionar el impresionante desarrollo de infraestructura y proyectos estratégicos iniciados por este gobierno. De entre estos destaca especialmente el renacimiento del sistema ferroviario mexicano que, si bien no había desaparecido por completo, se encontraba reducido a unas cuantas rutas de carga y apenas un par de rutas turísticas.
AMLO declaró al sistema ferroviario como área prioritaria para el desarrollo nacional, y el proyecto actual contempla la creación de siete rutas de pasajeros, además del Tren Maya y el Ferrocarril del Istmo de Tehuantepec.
Esto es algo histórico porque, luego de un auge modernizador que tuvo como eje central la comunicación terrestre en el porfiriato, el ferrocarril fue cayendo poco a poco en desuso, debido a la competencia con otros medios de transporte, hasta que los gobiernos neoliberales decidieron privatizar definitivamente el sistema ferroviario y dejar de invertir en él. Quizá esté de más decirlo, pero hay una correlación incuestionable entre la infraestructura ferroviaria y el desarrollo económico de un país, y para muestra un botón: desde los 90’s, China planificó y ha venido invirtiendo sistemáticamente en su red ferroviaria de alta velocidad, completada para 2008, la cual no solo le ha permitido conectar la cuasi totalidad de sus grandes urbes, aumentando la cohesión social y disminuyendo la desigualdad regional, sino que se ha convertido en una parte consustancial de su éxito económico, fortaleciendo sobremanera su mercado interno. Mutatis mutandis, la revitalización de la red ferroviaria mexicana promete por su parte conectar al país como nunca, incrementando el turismo y el comercio, desarrollando el sur del país… en fin, modernizar una infraestructura de transporte básica en la que llevamos décadas rezagados.
Ligado a lo anterior, el proyecto de la Cuarta Transformación por excelencia no es otro sino el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec; una plataforma logística multimodal que busca conectar precisamente la región del Istmo, que incluye los estados de Oaxaca, Veracruz, Chiapas y Tabasco. El proyecto contempla la interconexión del sistema portuario para el transporte de mercadería transcontinental por vía terrestre, mediante el Ferrocarril del Istmo de Tehuantepec, y la generación de polos de desarrollo con base en las vocaciones productivas propias de la región, a través de la creación de parques industriales y la instalación de empresas manufactureras.
Dicho proyecto, además de ser rentable por sí mismo, se beneficia de la coyuntura actual tanto en el canal de panamá como en el mar Rojo. El primero se enfrenta a una sequía crónica y creciente que atrasa sobremanera el transporte marítimo de mercancías, elevando los costes e interrumpiendo las cadenas de suministro. En el segundo, los hutíes – grupo étnico y político yemení- llevan realizando una serie de ataques contra barcos cargueros en protesta por el genocidio palestino a manos de Israel, lo que ha venido a trastocar el conjunto de rutas comerciales marítimas en el mundo, incrementando las tarifas de manera exorbitante, obligando a buscar rutas alternativas que no requieran pasar por el canal de Suez. Cabe recordar que la mayor parte del transporte de mercancías a nivel mundial se realiza por vía marítima (más del 80%), por lo que el conjunto de infraestructuras del corredor interoceánico, combinadas con la acuciante necesidad de alternativas al canal de panamá y de Suez harían de nuestro país un auténtico pivote del comercio mundial.
Ingresos más altos, mayor tiempo libre, menos pobreza, un peso más fuerte, nuevo sistema ferroviario, megaproyectos… la Cuarta Transformación ha significado un cambio real en la de vida de millones de mexicanos. Evidentemente aún quedan graves problemas por resolver que no pueden minimizarse, especialmente en términos de seguridad, pero el éxito del primer gobierno de la Cuarta Transformación es simplemente innegable. El segundo piso cuenta con bases sólidas sobre las cuales erigirse, cimentadas en la justicia social y el desarrollo económico. ¡Enhorabuena!