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108 años o la eternidad presente de Julio Cortázar
Cultura, Nacional

108 años o la eternidad presente de Julio Cortázar

Por Akire Lincho

Desde el asiento corrido, pegado a la pared en la primera mesa entrando a la derecha de la cafetería, en la planta alta de la librería Gandhi de Taxqueña, que entonces era la única que había, con sus manteles rosas y sus azucareras blancas en el centro de todas las mesas, leíamos en voz alta nuestra Biblia, Historia de Cronopios y de Famas, acompañados de un café americano servido por Mauro, haciendo milagros para repartir una orden de molletes entre el grupo de cinco; tres Cronopios y dos Famas, que no alcanzábamos la categoría principal de Cronopios por haber entrado al grupo hasta el segundo año de la prepa.

Durante los dos años de nuestra aventura literaria-vivencial a través de la obra de Cortázar, por las tardes emulamos a Horacio Oliveira hasta llegar al capítulo 62 de la obra en la que el escritor es tan autor como el lector y que, de “Rayuela”, deriva alegremente en “62 Modelo Para Armar”, mientras algún Fama recibía la encomienda de colocar sal de uvas en las azucareras del restaurante, en espera de la hilaridad de los Cronopios cuando un comensal desprevenido intentaba endulzar su café con semejante polvo.

Así fuimos testigos asombrados del amor perdido alejándose angustiosamente por “La Autopista del Sur” (Todos los Fuegos el Fuego), nos estremecimos hasta la médula con “Las Ménades” (Final del Juego) y huimos de la capital hacia el exilio por “La Banda”; dimos “La Vuelta al Día en Ochenta Mundos”, decidimos pelear “El Último Round” y seguirlo en el “Libro de Manuel” a través de su preocupación por los más pobres, y de su compromiso en la defensa decidida de los derechos humanos, desde Santiago de Chile hasta Nicaragua, y terminamos con Octaedro, en el viaje donde lo fantástico se mezcla con la vida de los hombres en el momento más inesperado de su existencia.

Logró hacernos pasar continuamente por la puerta de las dimensiones, desde la realidad hacia la fantasía y de vuelta al mundo rutinario, sin dejar del todo la sensación de estar ausente, con la persistencia ocasional de aromas fabulosos, horarios inexistentes y caminatas en el aire que nos mantenían soñando de este lado de la vida. Nos sacó de nuestro punto de vista convencional al trastornar completamente los órdenes cronológico y espacial. Nos llevó juntos por la oscuridad y la belleza en Casa Tomada, Las Babas del Diablo y El Perseguidor.

Lo seguimos en su activismo decidido; en su alegría y después en tristeza por la suerte chilena que dejó de manifiesto en su Dossier Chile, el libro negro sobre los crímenes de Pinochet; en su lucha y su entusiasmo por la causa sandinista que leímos en “Nicaragua, tan violentamente dulce”, en el que incluyó el cuento “Apocalipsis en Solentiname” y el poema “Noticias para Viajeros”.

Heredé de él mi dolor parejo por injusticias y desigualdades; mi deleite por el Jazz. A él lo cambió Cuba, cuando viajó con Fidel Castro en 1962 y esto influyó determinantemente en su vida y en su obra; a mí me cambió él.

Aunque muy distinto a ellos, su nombre se ubicó junto al de Borges y Sábato, García Márquez y Vargas Llosa, Fuentes, Onetti, Benedetti y el enorme Juan Rulfo, con quien en un estilo diferente comparte profundidad inconmensurable en algunos de sus cuentos.

Después de leer sus obras, por alguna malsana curiosidad de lo cotidiano y poco importante, me enteré que nació al inicio de la Primera Guerra Mundial, cuando su padre era funcionario en la embajada argentina de Bélgica y que conoció Argentina hasta que la guerra terminó, teniendo ya los 4 años de edad. Estudió letras y fue maestro rural durante 5 años. Viajó a París en 1951 y publicó con su propio nombre hasta casi los 40 años de edad; antes, en la prehistoria cortazariana había publicado Presencia y Los Reyes con el pseudónimo de “Julio Denis”.

Es extraño que estando tan cercano haya nacido en Bruselas y que lo haya hecho hace tanto tiempo, siendo tan inmensamente actual. Fue siempre argentino, pero vivió mucho en París.

Los Cronopios y Famas vivientes de principios de los 70’s ya no conocimos juntos a “Un Tal Lucas” pues nació después de separarnos, ni a “Los Astronautas de la Cosmopista”, pero su presencia inconscientemente permanente ha sido un insumo primario de la receta que terminó haciéndome el que soy ahora; tanto así que me casé con una mujer que también lo ama a él, y que es una de tantas cosas por las que me enamoré de ella.

Hoy, cuando tenemos la fortuna de pasar momentáneamente por encima de las exigencias cotidianas por aquella puerta abierta por Cortázar hacia el mundo de lo fascinantemente irreal, a veces recordamos juntos algún pasaje de “La Casa Tomada” o alguna línea de las “Instrucciones para Darle Cuerda a un Reloj”

Su mundo está y es parte de nosotros. Incluso tenemos dos juegos de sus cuentos completos, no vaya a ser que algún Fama malnacido se cuele por la puerta transdimensional sin que reparemos en ello, y cargue con uno de nuestros ejemplares para hacer reír a los pequeños seres húmedos y suaves con quien tanto nos divertimos hace muchos años.

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